13 de octubre de 2006

Mi oscuro fetiche de invierno

En aquellas tardes de invierno, Guille no tuvo la horizontalidad que hubiese querido. De todas formas, a él, eso de no terminar de saciar su sed carnal, es algo que siempre le ha excitado profundamente. Manejar esa visceral frustración y transformarla en desafío intelectual se le da bastante bien. Y es que los vericuetos de su deseo son complejos y difíciles de escrutar. Incluso para él suponen una continua fuente de descubrimientos. Aquellas semanas se iniciaron con un sugestivo mensaje anónimo a su correo electrónico. Alguien, un chico, que parecía saber más de él que un simple desconocido. No era la primera vez que alguien le asaltaba a su correo de aquella manera. Es cierto que él buscaba inconscientemente que sucedieran ese tipo de cosas para luego no prestarles demasiada atención, pero la habilidad de aquellas palabras horadaron la barrera de su curiosidad. Su verbo afilado buscó el mejor camino de contestar a un mensaje repleto de turbias propuestas que se sabían bien envueltas en referencias demasiado inteligentes como para no dejarse llevar. La conexión intelectual es, a veces, el más profundo de los pozos del deseo, y puede abrir de repente en nuestra vida ese brocal dulce donde asomarnos al magnetismo de una oscuridad difícil de tocar, pero que conduce segura al fondo mórbido del agua certera sobre la piel. Guillermo, evitando su habitual discurso contra el arrojo impulsivo, decidió lanzarse a esa oscuridad. Y una tarde de enero, mientras el último sol desaparecía, decidió salir en búsqueda de Dani, siguiendo las claves que con gran precisión éste le había dejado en su último mensaje. Trazando pistas sobre un laberinto urbano, Guillermo recorrió con tortuosidad dieciséis calles y trece esquinas. Para cada una de ellas existía una razón, y con cada una de ellas, fue brotando el estímulo para una mirada que se dilataba en su necesidad de encontrar el final del hilo. Cuando un corazón así late desatado por la ciudad, siempre hay una nube ligera que cruza el firmamento, para besar la luna. Los felinos se silencian, y los pasos huecos toman el ritmo de los latidos. Así sucedió. La multitud se fue adaptando al ritmo de su caminar, y hasta aquellos contrabajos de Jazz bajo el centro comercial, parecieron tornear un silencio de deseo que se colaba por la boca de Guille. La fuerza de sus piernas comenzó a flaquear cuando decidió por fin encaminarse a las escaleras mecánicas que conducían al primer piso. Un primer piso donde la sección de cine ocupaba casi todo el espacio. Era un lugar donde solía acudir a comprobar las novedades y a rastrear carátulas y títulos clásicos. Adoraba acariciar el plástico de las cajas sobre las que se dibujaban rostros inmortales, colores que desvelaban la intensidad, la oscuridad de las mejores escenas. En suma, una de las mejores tiendas de uno de sus preferidos placeres. Cuando llegó a la planta, aquella inconfundible música de Franz Waxman comenzó a envolverlo todo. En seguida recordó que acababan de editar una maravillosa versión del coleccionista de la irrepetible Rebecca del gran Hitchcock. De repente, en sigiloso mimetismo, sus pasos cobraron la elegancia del gran mago inglés, el que movía la cámara como nadie y desgranaba el drama con una fisicidad desconocida a través de esos planos que se acercan poco a poco a los actores. Ése que sabía imprimir la música en las imágenes como nadie lo había hecho hasta entonces.
Supuso que estarían exhibiéndola en algún monitor, así que echó un vistazo general a la sala... En seguida descubrió el secreto: Casi como por arte de magia, aquella inquietante escena aparecía en la más grande pantalla de la planta. La nueva señora de Winter, sigilosa, entraba en la habitación de Rebecca. Todos los objetos de la difunta parecían de repente tener ojos para observarla. Y en un instante, de entre los velos del dosel, intrigante, inquietante, circunspecta, la oscura señora Denvers se abre camino, y uno no sabe si la domina más el odio, la ira o el placer. A esa altura, Guillermo había olvidado ya dónde se encontraba, y asistía de nuevo extasiado a ese arte refinado de Hitchcock para deslizarse en el espacio, al tiempo que lo hace en la inquietud del espectador. Esa impúdica exhibición del deseo, desnuda y abrasadora desde las duras facciones de la señora Denvers, siempre arrebató el instinto de belleza de Guillermo, más bien dado a recrearse con los más bajos instintos. De repente, la señora Denvers, saca con decisión ese abrigo de marta cibelina del armario. Guillermo detuvo su respiración mientras la Denvers pronuncia esas palabras que se clavan en sus oídos, como siempre que las escucha. "Feel this", como una daga, mientras acaricia con su mejilla la manga de piel.
La "i" de "feel" se desliza igualmente por nuestra piel mientras ella se rompe discretamente al olor del perfume que sin duda desprende el abrigo. Su mirada, imperturbable, lanza dardos sobre una asustada y algo pacata Joan Fontaine, que mira con asombro cómo ahora, la oscura mujer acaricia las transparencias de la lujuria materializada en un finísimo camisón de seda. Es el choque brutal e incomprensible del mundo de la oscura represión y el de la curiosidad inocente. Esa "i" se seguía aún clavando con eco profundo en su garganta cuando, súbitamente, el aliento cálido de una respiración se deslizó por su cuello, y un éxtasis extraño se apoderó de él. Quería mirar, torcerse, escrutar. Y por otro lado no, resistir un minuto más así, con la invitación lujuriosa de unos labios hambrientos detrás de su cabeza. Dejó que la señora Denvers hablase de la presencia invisible de Rebecca en todos los lugares, observando inquisidora la felicidad ajena, en una imagen creada con afilada intención desde su frustración de mujer abyecta, y cuando ya la Fontaine huía despavorida de la habitación, se giró lentamente, descubriendo detrás de sí una mirada mucho más profunda y oscura de lo que nunca hubiera imaginado. Dani era perfecto para él. Alto, muy moreno, interesante, y con una sonrisa que se torcía, ejerciendo de interprete de sus miradas y de sus silencios. "¿Sorprendido?... Ven, anda". Esas tres palabras, como imanes, tiraron de su piel en finísimos hilos de ciega voluntad . La negrura del pozo alcanzaba su final en esa simbiosis de idea y carne aceleradas sobre las yemas de los dedos.
Guillermo sabía que entraba, a partir de aquel instante, en la blandura del agua, un agua que en su caso, bullía de vapor, disparando el choque de su carne con la de Dani, levantando interminables electricidades durante los minutos que se manosearon ferozmente en los baños de la última planta. Besos sedientos y manos bajo las ropas invernales, retorciéndose en un nudo intenso que dejó en el aire, como flashes de fotos, dedos, sutiles lenguas sobre la piel y aliento intenso en las mejillas. Un nudo de miembros tejido entre los neones intermitentes dio paso al reconocimiento más lento e infinito de la piel y de su aroma. Y aún estando servido el banquete del sexo más primitivo, sus manos se sirvieron sólo de la inteligencia, del silencio y de la evitación, para llegar al éxtasis. El recuerdo del semen abundante descendiendo por la pared, aún zigzaguea por su mente al recordar ese instante. Guillermo supo entonces que su Rebecca terminaba allí, que aquella lengua que salía de las pupilas de Dani no le pertenecía, que nunca le pertenecería. Se agacho a tomar su jersey y, pensándolo sólo un segundo, decidió en su lugar, tomar el de Dani. Lo cogió y corrió fuera, salió apresurado por la puerta y descendió las escaleras sin equivocar un paso. De Dani, nunca volvió a saber nada. Bueno, sí, a veces lo encuentra por el centro, en la primera planta, mirando distraído la sección de cine clásico. En alguna ocasión se han llegado a cruzar sus miradas un segundo, sólo uno, para volver después a la indiferencia habitual. Una vez, incluso se rozaron sus espaldas al pasar, en un gesto diminuto de invisible apariencia. Y es que su sed habita sólo en la sangre, sólo en el hueco de un instante marcado a fuego. Un fuego que secó el pozo en los pocos minutos que sus pieles se reconocieron.
Guillermo nunca entendió a la señora Denvers. Criticaba su impasible frustración, fermentando ese odio atroz contra los que no entendían su verdad, que eran, a la postre, todos. A pesar de ello, llevan meses compartiendo un secreto. En la oscuridad de algunas tardes, Guillermo, con silenciosa parsimonia, saca de un cajón el jersey sustraído de Dani, y, con un gesto aparentemente espontáneo, enciende la televisión y acciona la grabación de Rebecca, justo en la escena del abrigo. "Feel this", y Guillermo aspira el intenso aroma del deseo en la manga. De nuevo la sangre vuelve a correr con furia, y su piel, acariciada de lana y aliento conmovido, siente otra vez aquel amargo fenecer que la lanza al vacío de un pozo sin fondo.

14 comentarios:

Martini dijo...

Magistral de principio a fín.. genial para terminar la semana... Magnifico, insuperable... (¿te has dado cuenta ya que me ha encantado?)

Un beso, con tu permiso.

Luís Galego dijo...

"Los felinos se silencian, y los pasos huecos toman el ritmo de los latidos. Así sucedió.".

belissimo o texto.

Alfredo dijo...

Ups! Pues yo anoche soñé que volvía a Manderley!!

luigi dijo...

Estos textos tan preciosos tuyos siempre me pillán en los momentos más inapropiados. Como ando ultimamente de tonto y con unas cervezas y dos caipirinhas, quizas hubiera sido mejor no leerlo, pero entonces me hubiera quedado sin este buen sabor que me llena la boca...
Un beso...

Anónimo dijo...

Son muchos los hilos que nos que nos mantienen cerca, atentos... verdad? Qué tal si te digo que esa escena de esa película en concreto la vi el fin de semana pasado en clase? Seguro que no te sorprende, algo tendrás que ver, supongo.

qué suave a sido leerte! mantenerte cerca en cada palabra, en cada aproximación al sexo, la sangre, el vientre, el sudor.

un beso mi cuidador/cuidado.

jms

Anónimo dijo...

Muy bueno. Pero que coraje me da no poder pasar las páginas. Nunca me parece leer un blog contigo...

Anónimo dijo...

Todos somos la señora Denvers hundiendonos en las procelosas aguas de deseos ocultos e insatisfechos, secretos inconfensables incrustados en lo más profundo de nuestro ser.

A partir de hoy Rebeca cobra un nuevo significado;)

13/10/61

hermes dijo...

Como siempre, magistral relato. Ya no podré volver a ver Rebeca sin acordarme de el.
¡ Ah !, me alegro que no te quedarás en París, ja,ja

NaT dijo...

Manderley sigue apareciendo en mis sueños, como algo lejano, como algo que ni es mio ni me pertenece.
Siento que sigo siendo una intrusa, y que las paredes se vuelven contra mi. No siento que este sola, pero eso en vez de confortarme de angustia. Porque es algo que quiere hacerme daño, sólo siento un calor inmenso que quiere abrasarme, unas llamas que se escapan de mi. Quizá me este abrasando, quiza Manderley no sea mio, quizá yo no sea de Manderley.
El candelabro cae al suelo y huyo.
Ahora siempre el olor del fuego me recordará que no pertenezco a nadie.
Besillos de lunes!!!

senses and nonsenses dijo...

lo acabo de leer por segunda vez, me encanta cómo escribes. me has recordar otros fetiches, otras historias, otros secretos.
tu retrato de la señora Denvers como fetichista es magistral.
un abrazo.

Capulla" dijo...

dioooos!! pedazo de post!! lo siento mucho pero... hoy no te leeré!! solo quería decirte que estoy encantada de haberte conocido!! me caíste mu bien!!
y que... ya me iré pasando por aquí (si, te leeré aunque pongas textos tan extensos como este)
bsuuus!!

Patricia dijo...

me gusta, me encanta!!

Pedro-Abeja dijo...

Bueno después de tanto comentario poco más queda por decir; así que el mío irá por otro lado:

Gracias por lo que me mandaste. Me ha gustado mucho. Si se te ocurren más composiciones con las que ampliar mis conocimientos de música clásica, sabes que estoy dispuesto escuchar lo que me envíes.

Un beso.

Vulcano Lover dijo...

Muchas gracias a todos por vuestros comentarios. A los de siempre, a los ocasionales, a los nuevos, a los silenciosos... Besos para todos.