Hoy me he despertado con una de esas noticias especialmente tristes. Triste porque desaparece alguien que era excepcional, y que nos había hecho emocionar a muchos con su forma de interpretar.
Mstislav Rostropovich es uno de los grandes interpretes de violonchelo de toda la historia de la música. Personaje de sobra conocido, incluso para los no relacionados con el mundo de la música clásica. Se nos ha ido, a los 80 años, cuando la mayoría no lo esperábamos. Yo tampoco.
El violonchelista ruso era un personaje admirado por todos los melómanos, sin ningún tipo de concesión. Porque su forma de interpretar, rotunda y contundente, virtuosa, pero profundamente iluminada, no daba lugar a críticas. Su pasión y amor por el instrumento eran evidentes en cuanto se le escuchaba interpretar. Fue, en definitiva, un gran maestro.
Pero la pérdida de Mstislav es especialmente triste, porque su humanidad y compromiso con el mundo que le tocó vivir fueron inequívocos, y esto es especialmente relevante porque le tocó sufrir circunstancias donde uno puede elegir comprometerse simplemente de pensamiento, o actuar. Y él fue un hombre que actuó. Y fue siempre claro su alineamiento con la libertad, con la lucha contra la injusticia, en pro de los derechos humanos y de las causas sociales. Y porque siempre fue un convencido embajador de la cultura musical de Rusia, que siempre interpretó y difundió en su faceta de interprete de violonchelo y de director de orquesta.
Recuerdo la primera vez que le vi sobre un escenario, como director de una de las orquestas de Londres. Interpretaban a Shostakovich. Al final del concierto, tras señalar a los solistas y levantar a toda la orquesta para compartir el triunfo con ellos, se bajó del podio, tomó la genial partitura de la quinta sinfonía que acababan de interpretar, y la bajó hasta situarla sobre un gran ramo de flores que decoraban el inicio del escenario, para después extender sus brazos hacia ella y rendir homenaje al grandísimo compositor ruso. Es sólo un gesto, pero dice mucho de su carácter sencillo, humilde y comprometido.
Un gran ser humano.
Os dejo con una de sus interpretaciones más conmovedoras. La del más bello concierto para violonchelo que jamás se ha escrito, el del checo Antonin Dvorák. Es el fragmento final. Si os esperáis al final, oiréis el tristísimo y bellísimo canto de cisne con el que termina. Sin palabras. En la dirección, otro grandísimo, recientemente fallecido también, el italiano (y adorado) Carlo Maria Giulini.
Descanse en paz.
9 comentarios:
muy triste noticia. otro maestro que se va.
que pases un puente estupendo, hablamos a la vuelta.
un abrazo.
y besos, besos...
Feliz puente...
...mi primavera es hermosa pero con regusto a invierno, amigo.
Un abrazo, se feliz.
Vulcanito, que te tengo olvidado!! Me parece que te vi ayer por Gran Vía (por el teatro movistar), desde la parada del autobús (sobre las 21:30 o algo así), pero ibas hablando por teléfono y no era plan de plantarme delante de ti... además, perdía el bus. Un beso!!
Yo creo que algunas personas no mueren, se transforman, como la energía. Y esta es una de ellas. Algunas personas son tan especiales que nunca nos dejarán, y él, atraves de su música a conseguido ser inmortal.
Preciosa la foto del muro de Berlín. Un abrazo para el más allá. D.E.P.
genialidad y humanidad
a veces ocurre que una se traga a la otra
en su caso
las dos
caminaron de la mano
descanse en música
Ante todo y sobretodo era una gran persona, al menos por las noticias que se tienen de él, y es difícil encontrar, por no decir imposible tanta unanimidad entorno a una persona, que no sólo fue un gran interprete y director, si no una persona de gran humanidad.
Llego hasta aquí desde el blog de Pe-Jota y tiene razón al decir que este post es un bonito homenaje.
Un saludo, Vulcano
Bellísimo!!! Soy amante del sonido de los instrumentos de viento, pero la complejidad y el virtuosismo de los de cuerda pueden hacerme volar. SAludos
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