Cada día, alrededor de la medianoche, me acerco a la ventana de la cocina, con la luz apagada. Quizá abro la nevera y saco cualquier cosa de beber o de comer. Y espero. Espero pacientemente, con mi mirada recortada entre la cortina transparente que me sirve de cobijo. Él nunca falta. Vive en el edificio de enfrente, y la ventana de su baño se ve perfectamente desde la de mi cocina. Siempre se acerca y mira al exterior. Mira durante largos minutos. A veces, cuando la temperatura es tibia, se permite abrirla y sacar tu torso al aire de fuera, y respira, y mira, con melancolía, la calle, los rezagados transeúntes, qué se yo qué mira. Me he cruzado alguna vez con él en su portal, cuando salía, con esa chica, de la mano, a pasear o al centro. Confieso que incluso una vez los seguí. Los seguí por la calle con una curiosidad cuyo origen no termino de comprender. Yo mismo me decía, “¿qué haces?, ¿qué te importa a ti dónde van?” Pero la imagen de su nuca, de su abrigo ceñido en su cintura, su mano suavemente agarrada a la de ella, me atrapaba la mirada y me impedía retroceder. Los seguí mientras miraban escaparates por las calles del centro, y cuando pararon en aquel café vetusto y algo rancio que hay detrás de la Plaza Mayor. Ella le hablaba, y él asentía, con una sonrisa. Terminé volviéndome a casa, sin haber sacado nada en claro.Por las noches, sin embargo, desde mi cocina, aunque tampoco hable, sí que percibo más cosas sobre él. De su manera de mirar, la forma en la que, a veces, fuma, con el cigarrillo apoyado elegantemente y expulsando el humo con lentitud, como si lo hiciese para una de esas películas de cine negro que tanto me gustan. Yo le digo alguna cosa, en voz baja, y él parece oírme y entender lo que le digo, y mueve la cabeza asintiendo, o negando.
Todo comenzó hace años, cuando, por casualidad, le vi dos días seguidos desde mi ventana. Desde entonces siento cada noche una irrefrenable necesidad de acercarme a esa ventana y mirar hacia la de enfrente. Día a día. No ha faltado ninguno. Aquel, como otras noches, era tarde. El frío sonaba hueco en las esquinas de la calle y el silencio envolvía las pocas miradas que, desde alguna ventana, llegaban a la luz intermitente de las farolas. La mía era una de esas. Y miraba hacia él, como siempre. Entonces, por primera vez, me miró. Con una mirada de gato que se me clavó en la retina y en la carne. A pesar de la temperatura, se quitó la camisa y se giró, dejando al descubierto su espalda alargada, iluminada por el reflejo azul de los anuncios de neón del exterior. Pasó a la habitación de al lado, y se sentó frente al televisor. Me ausenté un minuto, necesitaba acercarme a él de alguna forma: los anteojos de la ópera podrían ser suficientes para verle de cerca, pensé. Y los recogí del mueble del salón. A mi vuelta, él acababa de poner una grabación de vídeo y la observaba desde una silla, con su espalda aún desnuda. Yo no entendía nada. Ajusté las lentes y me concentré en tu nuca, sintiendo casi su sonrojar al ritmo de sus brazos. A continuación, dirigí mi mirada hacia la pantalla. La imagen me sobresaltó, y me hizo caer los anteojos de las manos. Los recogí de nuevo y retorné a mirar. No, no me equivocaba, era yo mismo, filmado en mi casa, cocinando, mirando hacia el cielo por el salón, regando las plantas en el balcón... Todo un collage de imágenes grabadas que, además, era capaz de constatar que hacía tiempo que estaban registradas, y que, además, lo estaban con cierta meticulosidad y precisión. Sentí que un extraño juego acaba de comenzar.
Ha pasado exactamente un año. Ahora le saludo muchos días al salir de casa, e incluso coincidimos a veces en el bar, donde siempre se empeña en invitarme a una cerveza. Charlamos de cosas banales, y siempre me dice: “hasta luego”, con una leve palmada en el hombro. Yo, cuando llega la medianoche, sigo fiel a mi cita con la ventana, y con él.
Esta noche, como aquella primera vez, cae una nieve copiosa y ligera. Él acaba de apagar la luz del baño, y, en un signo ya habitual, ha vuelto a encender el monitor de televisión desde su salón. La pereza me ata al calor y a la comodidad de mi casa, a la perspectiva de la cama y su esponjoso edredón, pero mi nocturnidad despierta bajo mi estómago, para, de un golpe, levantarme y atarme las zapatillas de deporte. De un segundo golpe cierro la puerta, me lanzo a la humedad de la calle y me sumerjo en su débil luz. Voy a tu encuentro, escribiendo con saliva la memoria, ya ciega, del trayecto, recortando la quietud del silencio de una luna que hoy espera detrás de la cortina de nieve. Nada nos une: ni la oportunidad, ni la desdicha de estar solos, ni la embriaguez de la noche. Y, sin embargo, debemos enjuagar el deseo de nuestra carne. No hay razón. Tampoco esperanza, ni luz de continuación. Sólo el salvaje apetito de las semisombras. Después, una vez respirado por su boca, y arañado en sus costados, me retiro, habiendo llegado hasta él, habiéndole mirado, distinguiendo el animal en su retina, colmando en fin mi sed. Llego a casa, con un puño cerrado que me atraviesa la garganta, como siempre. Y devuelvo mi sudor sobre la almohada, al recordar la primera, pero, antes de apagar la luz, me asomo de nuevo a la ventana. Él, aún desnudo, fuma un cigarrillo con lentitud. Un brazo femenino, desde atrás, casi escondido por la oscuridad de la habitación, se lo toma de la mano y se lo lleva a la boca. Con la tenue luz de la calada, su rostro se ilumina. Es ella. A través de la nube desordenada de copos y viento, me mira, me mira a los ojos, lo sé. En su otra mano, con seguridad, sigue aún la cámara encendida.
10 comentarios:
Sí, acabo de comprarlo.. Ya tenía la versión "de referencia" de Giulini... Pero ésta, con el soberbio ghiaurov forzando a la frágil Janowitz, estoy deseoso de escucharla ya. Esta semana, merecen todos los cd's. NO conozco la versión del miércoles de los quintetos, pero el quinteto en sol menor simpre fue una de mis obras preferidas, quizás la más personal y desoladora de las que escribió nunca. Gracias por seguir dándome ánimo en mis escritos. ¡Sigo con tantas dudas acerca de por dónde debo seguir! Buen lunes, igualmente.
La turbación es mutua. Mi prosa lleva muchos años escondida, y siempre ha surgido de una necesidad personal. Pero siempre (por otra parte) le gusta a uno depurarse, desde la no-pérdida de sinceridad, claro. Lo tengo claro. Si me concoes alfgún día, lo entenderás al primer minuto. Ahora debo ausentarme. Una pena, mi uso Chateístico contigo de este medio también me produce cierta necesidad. Luego más tarde, a mi vuelta, más.
Por cierto... Este relatito surge, de la turbación que me produjeron algunas de las ideas que plantea la película "La finestra di fronte" de F. Ozpetek. Si la has visto,quizás te apetezca poner algún comment en tu blog.
He seguido con interés la carrera de Ozpetek en el cine italiano. También me cautivó "Hammam" aunque tengo que reconocer que no sostiene un segundo visionado. Creo que otras peliculas suyas, como "le fate ignoranti" o ésta "la finestra di fronte" son más logradas, más redondas, a pesar de sus desequilibrios. Pero en fin, es un director que consigue cautivar, llegar al fondo de las emociones de una manera sencilla y sin estridencias ni sentimentalismos. Especialmente contundente es "la finestra di fronte" en las historias que plantea, y cómo nos transmite fielmente los estremecimientos que la recorren. tengo una prima que es crítica de cine en prensa (entre otras cosas) y tiene una preciosa crítica de esta película. Me gustaría hacértela llegar, algún día. Yo me quedo con ese final, primero con esa bajada de escaleras de Giovanna Mezzogiorno que te sube el corazón a la garganta, y en seguida después, ese final, maravilloso y de tinte epistolar, que termina en ese primer plano deslumbrante de sus ojos, en una aceptación de la vida que me recuerda intensamente a ese final de "lo raro es vivir" que tanto me hizo llorar la primera vez que lo leí.
gracias.
Yo te sigo, con igual nocturnidad (y alevosía) oficinesca.
La crítica de mi prima, la he vuelto a leer, y me sigue resultando perfecta. Te caería bien. Además, es de tu edad. La podrías invitar a tu blog un día. Además, en realidad sus críticas ya están publicas (enla voz de Galicia). Tengo cosas que contar... y tampoco sé si mi día me dará rincones para hacerlo.
Besos
Mi seguridad (aparente) no es inquebrantable, mon cher. Y respiro, afortunadametne, fragilidades.
La edad... La generación... Cosas diferentes. Neverlan destacaba en su blog de cine, ayer, sus 28. Por eso lo he igualado a mi prima, de igual edad y (creo) desarrollo emocional e intelectual. Y entre ella y yo veo, a pesar del irremediable idilio que siempre he tenido con ella y que me confieso con vosotros también, una diferencia en la experiencia porque estos (pocos, lo admito) años, las cosas han cambiado tanto como para hacer mi experiencia y la vuestra (creo) algo diferentes. Por lo demás, cada día me siento ma´s cerca de ella en todo. Y, si lo pienso bien, reparo en aquella intensa y pasional relación epistolar que siempre he tenido con ella y, desde la distancia de haber sido una relación entre adolescente y niña, había una identificación que ya ahí brillaba, en aquellos textos que nos escribíamos sobre Brahms, Lubitsch o sobre aquellos nuestros primeros viajes, o mis experiencias de vida fuera de España... No lo tiño de ascendente, o al menos, no es mi intención. Yo también sigo tus pasos, lo sabes, aquí y fuera de aquí...
qué jóvenes somos!, aunque, my dear Vulcano, los dos somo los mayores de esta nuestra blogósfera, me temo...
impresionante texto, el día que lo imprimí me metí con él en la cama.
Por cierto (para Neverland) en esta relación nuestra de paralelismos musicales. Con también algo de nocturnidad, escucho a hurtadillas la segunda parte del Don Giovanni de El País. Ni que decir tiene que Ghiaurov, con su torrente oscuro y masculino, provocador, me tiene temblando en mis adentros... Qué conjunto vocal, dios mío. COmo bien reza el librito, compensa con creces, la a veces irregular técnica de la orquesta (de segunda, hay que admitirlo) italiana. Afortunadamente Giulini (creo que mi director favorito, siempre lo fue, ¿has escuchado sus versinos de sonfonías de Brahms???)como alguien sobresaliente y visonario de la música que es, consigue que lleguen más allá, mucho más allá (es un poco el efecto que consigue el gran López Cobos con nuestra sinfónica de Madrid, cuando están en el foro del Real, y no hay más que recordar aquel maravillosso Così que a nivel orquestal consiguió)
León:
En la cama...¿Con gato o sin gato?
Ese gato me trae recuerdos.
Lo de la edad, como tema de discusión, queda zanjado (he dicho)
Neverland... Brahms (mi amor musical más pasional) tiene, en sus sinfonías, dos referentes necesarios y a la vez opuestos en su enfoque. La de Giulini (majestuosa, lenta, elegante, preciosista hasta la asfixia) y la de Carlos Kleiber, el hijo de Erich, apasionada, casi agresiva, monumental, poderosa... Ambas son necesarias para comprenderlo. Y en ambas, caundo termina ese apoteósico último movimiento de la última sinfonía, nos quedamos sin palabras.
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