14 de marzo de 2006

Pequeños desórdenes


Me gusta tener mi casa bien ordenada. Las cosas en su sitio, pues cada una tiene el suyo. Los libros colocados por orden de autores, alineados con pulcritud, igual que los compactos. Las plantas en su sitio, la ropa recogida, doblada y metida en los cajones. La cocina con aspecto de limpieza, sin restos de comida a la vista. Todo con la intención de sentir un espacio en equilibrio, capaz de transmitir serenidad. Me gusta sentirlo así, sobre todo al llegar a casa, después de estar todo el día fuera. Percibir esa impresión de refugio limpio que me transmite cierto sentimiento de perfección. Sí, el orden y el equilibrio son dos importantes criterios por los que medir la estabilidad personal. No resulta demasiado difícil mantenerlos. Se necesitan, eso sí, ciertas dosis de disciplina. La disciplina es relativamente sencilla si se redactan horarios y se tiene un mínimo cuidado para seguirlos después. Dedicar cada día media hora a recoger, y asunto resuelto. Nunca entendí a aquellos que no son capaces de mantener un mínimo de orden en el espacio donde viven. Esas casas con las revistas desordenadas esparcidas por mesas y sillones. Esos restos de desayunos o cenas en lugares insospechados. La cocina con el fregadero que siempre acumula vajilla usada, la cama sin hacer todo el día... Pequeños signos de vidas que no terminan de encontrar la armonía, que caen en el peligroso camino de la dejadez, de la indiferencia ante sus propias existencias. No, definitivamente nunca he conseguido entenderlo, y, ciertamente, me siento incómoda cuando entro en una casa así.
Comencé a preocuparme al reparar pequeños signos de desorden en casa. Pequeñas huellas, insignificantes, minúsculas pruebas de un desorden que comencé a encontrarme casi sin sospecha previa. Ropa sucia de repente acumulada en un rincón improvisado del cuarto de baño, alguna taza que comenzaba a quedar siempre en el fregadero de la cocina. Poca cosa, en realidad, pero estos hechos llamaron mi atención y me hicieron pensar en pequeños desajustes que mi vida podía estar sufriendo. Nada importante, supuse. En lo esencial, seguía teniendo una sensación global de equilibrio al llegar a casa. Es más, esos pequeños detalles, pensaba, me hacían más humano, me daban un aspecto más tierno, menos perfeccionista. En realidad no me molestaban en absoluto. Pero al cabo de algunas semanas el caos fue aumentando. Todo se inició en la cocina, donde el fregadero comenzó a estar lleno de platos, vasos y cubiertos sucios. Y era ya difícil verlo vacío. Los restos de comida abandonados con descuido empezaron a ser frecuentes en la mesa. Así como paquetes abiertos de galletas, queso o fiambre, frutos del poco tiempo en casa, de las comidas fugaces y preparadas al instante, de las incursiones entre horas para picar cualquier cosa, evidencias todo ello de una vida acelerada, que paraba poco y mal en casa. Era cierto, desde que había aparecido él, no estaba mucho en casa. El tiempo se esfumaba entre actividades durante el día y visitas nocturnas que dejaban camas sin deshacer, y cambios de ropa atropellados antes de ir a la oficina. De todas formas, también el dormitorio comenzó a sufrir aquel descuido que nació en la cocina y aquella cama pasó a quedar siempre sin hacer. Los pocos ratos que pasaba en casa, no me apetecía ordenar ni limpiar, prefería descansar y fantasear un poco con el pasado y futuro próximos. Entornaba las puertas y conseguía relajarme en el salón que, afortunadamente, conseguía mantener en un milagroso orden. A aquella altura ya no me importaba. Encontraba excitante meterme en una cama sin hacer uno o varios días. El estado de la casa era un poco el de mi mente, y me gustaba verlos así, parecerse en un pequeño caos que me reconfortaba, que era nuevo para mí, que me iluminaba la vida, que borraba lo neutro de los días sin más intenciones que mantener la casa en orden... Ciertamente, el modo de ver las cosas puede cambiar más deprisa de lo que uno piensa. Pero el caos, por supuesto, también llegó al salón. Es cierto que yo ya casi no pasaba por casa, ni siquiera dormía muchos días allí. Así, transformada en un lugar de paso, también mi vida en realidad se había convertido un espacio de paso, un lugar provisional, como provisionales eran, en cierto modo, mis emociones.
Pero una tarde, al llegar a casa, sentí el desorden desmoronarse en mi interior. Buscaba un libro que sabía que había dejado encima del sofá. Varios objetos se acumulaban allí y, al tomar el libro, cayeron estrepitosamente en el suelo, produciendo un ruido seco que hizo eco en mi interior. Me agaché a recoger las cosas y, al levantar de nuevo la vista, el caos me asaltó por completo. Me sentí invadida por una necesidad acuciante de recogerlo todo, de poner un orden lógico a todo lo esparcido aquí y allí, de eliminar cada molécula de suciedad, de limpiar cada centímetro cuadrado de superficie. No dudé demasiado en hacerlo, fue un acto casi reflejo en el que mi cuerpo secundaba a mi anestesiada mente en un frenético ir y venir de fregona, bayeta, plumero, guantes, bolsas de basura y limpiagrasas. Recuerdo el último gesto, de alisar las arrugas de la sábanas nuevas recién cambiadas. El olor del suavizante se desprendía y me envolvía. Me senté, y una lágrima corrió por mi mejilla. Sabía que era el fin irremediable del desorden.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Hacer la cama sólo se justifica por el placer de deshacerla... Personalmente necesito algo de desorden o, cuando menos, de barroquismo vital... Los gatos nos movemos con sutileza por los rincones llenos de objetos que curiosear, manosear, acariciar...

Vulcano Lover dijo...

Da pena, de todas formas, ver la cama que ya no volverá a quedarse sin deshacer una noche. Que incluso no volverá a quedar deshecha ninguna mañana porque el orden mental nos llevara a hacerla y alisarla ya siempre...

Anónimo dijo...

metamorphosis

a girlfriend came in
built me a bed
scrubbed and waxed the kitchen floor
scrubbed the walls
vacuumed
cleaned the toilet
the bathtub
scrubbed the bathroom floor
and cut my toenails and
my hair.
then
all on the same day
the plumber came and fixed the kitchen faucet
and the toilet
and the gas man fixed the heater
and the phone man fixed the phone.
now i sit in all this perfection.
it is quiet.
i have broken off with all 3 of my girlfriends.
i felt better when everything was in
disorder.
it will take me some months to get back to normal:
i can't even find a roach to commune with.
i have lost my rhythm.
i can't sleep.
i can't eat.
i have been robbed of
my filth.

Charles Bukowsky

Vulcano Lover dijo...

No tenía a Bukowsky en la cabeza cuando escribí eso, pero en fin. Uno ya es consciente que casi todo está escrito...

Vulcano Lover dijo...

¡gracias, papi! (por el consejo y el complimento)