5 de octubre de 2006

La Isla de la Melancolía

Quizá porque la primera vez que escuché su música lo hice desde esas brumas donde fueron creadas y que parecen tan bien recrear el fondo de las almas atormentadas. Quizá porque en aquella adolescencia mía la melancolía me inundaba la razón o quizá porque me sentía abocado a la tristeza sin remedio. Quizá por todo ello, pero ahora que ya no me identifico tanto con la melancolía, sigo apasionándome por él, así que supongo que es también quizá porque él fue un genio irrepetible, sin cuyas obras la sensibilidad musical de muchas personas no sería la misma: el mejor de todos los músicos británicos, el más excelso, el irrepetible. Henry Purcell nacía en 1659, en el seno de una familia de músicos, desarrollando su obra bajo el influjo positivo del apoyo de Carlos II a las artes musicales, lo cual, tras las restricciones del anterior periodo bajo la dictadura de Cromwell, favoreció inmensamente la creación de obras musicales, tanto óperas, semi-óperas y música escénica. Tras el breve freno a la creación musical autóctona que supuso el reinado católico de Jacobo II, el gobierno de Guillermo III y de su esposa Maria II impulsaron de nuevo la obra del músico que realizó bajo su mecenazgo algunas de sus más bellas obras.
La primera vez que escuché algo suyo fue en uno de esos conciertos de la iglesia de Saint Martin-in-the-fields, en mi primera visita a Londres. Me pareció delicada y melancólica como pocas músicas había escuchado antes. Respiré despacio, como si todo aquel verde que me rodeaba desde mi llegada a la Isla me envolviera sin remedio. Desconocía al autor en aquel momento, pero rápidamente memoricé su nombre para buscar cosas suyas. Y aparecieron, claro que aparecieron. Aquel músico era toda una gloria, y su tumba, junto a la de Handel, estaba en el panteón de ilustres de la Abadía de Westminster, y debo reconocer que es uno de los sitios a los que siempre vuelvo cuando regreso a esa ciudad.
Henry Purcell escribió mucha música de cámara, siendo especialmente abultada su producción para clave: delicada y sutil, profundamente melancólica, con esa tristeza que es ya tan inequívocamente británica. También compuso inolvidables odas para orquesta con solistas y coro, dedicadas a temas tan diversos como Santa Cecilia, el cumpleaños de la reina Mary, o las fiestas del condado de Yorkshire. Música religiosa de tremenda espiritualidad, de la que destaca con fuerza su conmovedora composición para el funeral de la reina Mary. Una gran cantidad de música instrumental para acompañamiento de obras de teatro. Sus mayores éxitos, sin embargo, lo constituyeron sus semi-operas (obras en las que se musicalizaba parte del texto, pero parte se recitaba). En ellas la buena elección de los textos se unió a una impecable musicalización que siempre destaca magistralmente la acción al tiempo que construye melodías acertadísimas.
Fui descubriendo su música poco a poco, penetrando en ese mundo de humedades y delicadas danzas. Aquel año viví en Inglaterra, y la presencia de Purcell, en la inmensa riqueza y amplitud de su universo musical, desde la exaltación y la danza hasta el más delicado de los lamentos, dibujó sin duda los colores y la sensibilidad con los que aún recuerdo todo lo británico. Y a medida que iba descubriendo su obra, siempre aparecía aquel nombre, el nombre de aquella que parecía ser su ópera más famosa: Dido y Eneas. Tengo que reconocer que la historia de la Eneida de Virgilio en la que si inspira el texto no es de mis favoritas, ni de las que más me inspira, ni de las que me parece más constructiva, pero en fin.
Eneas huyendo de Troya desembarca en Cartago. Al verlo, Dido , la reina, se enamora de él. Por su parte, una hechicera intenta destruir a Dido, con lo que recurrirá, por una parte a perseguir a Eneas y por otra a recordar las órdenes de Zeus que ha de dirigirse a Italia y abandonar a Dido. Frente a sus muchas dudas Eneas decide quedarse al lado de Dido desafiando al supuesto Mercurio , decisión vana ya que la reina termina suicidándose.
Una historia de amor y destino. Y hace tiempo que dejé de creer en el destino como razón para el conformismo sentimental. Así que nunca encontré demasiado interesante esta historia de amor rotundo cruelmente interrumpido en la que nadie lucha por evitarlo, donde ambos protagonistas se dejan llevar por el engaño, por la supuesta aceptación del designio de los dioses. Pero es innegable que la musicalización del texto de Purcell es probablemente una de las obras de arte más perfectas que la historia de la Ópera haya producido. Se trata de la única ópera real del músico, la única en la que la totalidad del texto es cantado. Y su génesis es extraña. Lo que tenemos de ella es una trascripción más o menos discutida por los expertos, pero que no es original. De su estreno no habla ninguno de sus contemporáneos, y en realidad tampoco ninguno habla de la obra misma. Tan sólo hay referencias a reposiciones de la misma en algún teatro londinense. Y, sin embargo, la belleza y perfección de esta obra son absolutamente rotundas. Desde la magnífica obertura Purcell despliega una sorprendente variedad temática y rítmica, y un equilibrio cuasi-perfecto entre lo ligero y lo dramático, entre la técnica y la expresión, consiguiendo una adaptación ideal al ritmo del texto inglés, que casi se podría calificar de milagrosa y sorprendente, que atrae por la belleza con la que las palabras se van insertando en la melodía. Contiene dos importantes arias para la voz protagonista, más alguna otra intervención de peso, como el papel de Belinda, además de coros llamativos, danzas varias y escenas de gran fuerza dramática como la de la Hechicera y las brujas (de clara inspiración shakesperiana: When shall we three meet again??), o la sobrecogedora del rechazo de Dido a aceptar la renuncia de Eneas al designio de Mercurio(arrebatador ese "The injur'd Dido's slighted flame,for 'tis enough, what'er you now decree, that you had once a thought of leaving me"). Es inglesa hasta la médula en melodías como el Coro de Marineros, "Pursue thy conquest, Love" o "Thanks to these lonesome vales" en las que Purcell muestra su enorme talento para la canción y su inspirado genio para crear melodías. La obra termina con uno de los lamentos más famosos de la historia de la ópera, probablemente una de las arias más bellas e intensas que se hayan escrito jamás. Y todo ello en el transcurso de menos de una hora. Sorprendente, y aún más para una obra barroca, aunque en realidad no hace falta mucho más si se hace bien.
He buscado una versión interesante del lamento de Dido para ilustrar mis palabras. Desde la primera versión que compré, la mítica de Raymond Leppard del 85, no he sido capaz de situar a otra por encima. Creo que su equilibrio entre rigor histórico y expresividad dramática está muy conseguido. La orquesta suena apasionada aunque sin resultar desmedida, y los solistas están muy entregados. Jessye Norman interpreta a uno de los Didos más hondos y profundos de toda la historia de la discografía de esta obra (que no es para nada corta). Una Dido que se deja en manos de un destino que le ha arrebatado el amor, la posibilidad del placer y de la felicidad y que prefiere morir a luchar por evitar el destino, en un gesto de infinita y triste sumisión, que desde el recitativo inicial que ya nos deja sin aliento, va desplegando el llanto de frustración en una melodía que se escapa de las entrañas, pero que llega al infinito, al dolor sin sentido de la misma esencia de su vida... qué pena, qué pena... La grabación no es muy buena, pero corresponde a esa época y me parece que es muy similar a la del registro de la Phillips. Les dejo con ese lamento infinito de tristeza, sólo apto para sensibilidades que resistan la tentación de una melancolía volcánicamente desatada. Y el que avisa no es traidor.

Thy hand, Belinda,

darkness shades me.

On thy bosom let me rest,

more I would,

but Death invades me;

Death is now a welcome guest.

When I am laid in earth,

May my wrongs create

no trouble in thy breast;

remember me, but ah!

forget my fate.



10 comentarios:

NaT dijo...

El texto me lo leo mañana, pero el video quería verlo antes de acostarme que si no, no duermo.

Que tristeeeeeeeeeeeeeeee y que bonito a la vez.

Besillos dormilón y

¡¡¡¡BUENOS DÍAS!!!!!

senses and nonsenses dijo...

buenos días!
yo también ando muy retrasado en leerte, pero veo que vuelves con nuevos bríos del cantábrico.
espero mañana, hoy, ponerme al día.
besos.

Gabriel Laguna dijo...

Gracias por la estupenda semblanza de la maravillosa música de Purcell, y por glosar y mostrar la conmovedora aria de Dido. Un saludo muy cordial, y nos leemos por las ciberesferas. :)

G. Laguna

Anónimo dijo...

Fantástico

Alfredo dijo...

Siempre me ha encantado Purcell. Ví "Dido y Eneas" en el teatro de la Zarzuela a mediados de los ochenta y salí babeando. Pobre Dido.

Pedro-Abeja dijo...

Precioso!
Gracias una vez más por tus clases magistrales. Con estos post me estás abriendo campos nuevos que hasta ahora me eran completamente desconocidos y a los que, la verdad, no sabía por dónde entrar.

Besos.

Anónimo dijo...

Querido Vulcano que tema tan dulcemente triste nos traes hasta aquí, triste y dulce tema de despedida que me ha inundado de hondo pesar, de esa extraña melancolía que padecemos cuando asistimos a situaciones que nos traspasan, liberando rincones adormecidos de nuestros sentimientos y anegándonos de solidaridad humana ante los que las padecen.

Martini dijo...

Demasiado triste...

lo siento...

Un beso, sin permiso.

Vulcano Lover dijo...

Gracias a todos por vuestras palabras... Realmente lo que quería era explicar lo especial que es la música de este compositor inglés, y cómo yome ví envuelto en ella en una etapa triste de mi vida, y además, cómo se convirtió durante una época en el lenguaje de mim tristeza. pero la música es así de liberadora, y ahora no me trae malos recuerdos Purcell. Yo os animaría a escuchr cosas de él. Dido y Eneas es su obre más perfecta y conseguida, pero casi todo lo qu eescribió es de una belleza y perfección asombrosa. Las odas son realmetne bonitas, y luego la música que compuso para musicalizar el sueño de un anoche de verano de shakespeare (the fairy queen) cuenta con algunas de las arias más delicadas de toda su producción. Si recordáis la peli de Almodovas hable con ella, usaba una de las más bonitas allí (oh, let me weep)
Un beso para cada uno.

Anónimo dijo...

voy a comenzar a imprimirme todos tus textos sobre música, su forma de expresar lo que sientes con ella me pueden servir para ÉL en la escritura del guión, para saber en qué momento qué puede estar escuchando...

gracias por compartirlo.