22 de noviembre de 2006

Música en conserva.

Ayer pasó por Madrid el pianista de origen indio Christian Zacharias, dentro del ciclo de grandes intérpretes del Auditorio Nacional. El programa escogido recorría algunas de las vértebras más significativas del repertorio romántico. A pesar de los vítores (la gente, como siempre, aplaude a los nombres más que al trabajo real de interpretación realizado y este señor, reconozcámoslo, tiene un nombre) la velada resultó de lo más sosa y aburrida.

Comenzar con una de las piezas clave del opus de Schumann, como son sus escenas para niños op 15, no es precisamente hacerlo discretamente. Y sin embargo, Christian consiguió deshacer ese encantador mosaico de poesía y ensoñaciones, y reducirlo a simples melodías tocadas en un (sinceramente) aburrido y engolado estilo. Nunca me gustó la música enlatada, ligera y lista para saborear. La música de Shumann exige sin duda más carácter poético, más inflexiones y matices que indaguen hasta la raíz de esa poesía hecha música, de las inmensas posibilidades expresivas de esta partitura que camina entre el juego y la ternura, el olvido y la inocencia, pero siempre por esas delgadas cuerdas del prisma de la melancolía. Lo mejor de la noche sin duda vino con la segunda obra, una de las sonatas primerizas de Beethoven, la número 4,.en la que supo encontrar acentos dramáticos y ritmos algo más inquietantes que en el resto de la noche. El tono romántico indudable de esta sonata que, sin embargo, aún arrastra el peso del formalismo clásico quizá sea el marco perfecto para que Zacharias se suelte y dé algo más de rienda suelta a su capacidad expresiva mientras la disciplina del pentagrama lo mantiene sujeto sobre las notas.
Mantenía la esperanza de que mi impresión fuera el resultado de una mala noche que podía aún recuperarse con Schubert, pero no fue así. Zacharias simplemente no está hecho para este repertorio. La penúltima de las sonatas del alemán ( D 959) es una de las más grandes composiciones pianísticas de todos los tiempos. Pero ciertamente precisa de una gran perspectiva y madurez para su interpretación. Como en otras de las composiciones últimas de Schubert, éste nos induce a acompañarle en un viaje interior que disecciona la existencia entre nieblas y oscuridades. La continua alteración de ritmos, humores, notas dominantes y melodías, estructuran un viaje lleno de luces y sombras, pliegues, grietas, belleza y misterio, abismo y vértigos... Las transiciones no pueden suavizarse. No pueden aclararse las sombras. Tampoco tornarse amables los precipicios. Zacharias, sin embargo, apuesta por una visión modulada en torno a la musicalidad, a la cristalinidad del sonido, limando con desatino las innumerables aristas que pueblan la partitura, dándoles una uniformidad que no tienen, negándoles el carácter de introspección humana que pretenden ser, evitando el acento dramático que salpica la obra en obligado contraste con los pasajes de dulzura. Su uso del pedal para suavizar los tránsitos, para disfrazar, casi esconder, esos maravillosos silencios (en los que se roza extraordinariamente la nada) que nos asaltan en esta partitura, terminan resultando hasta insultantes. El resultado pasó por aburrido y sofocante. Una pena ante semejante obra. Me dieron ganas de salirme de la sala, pero uno aún guarda respeto por el trabajo de los músicos. A este chico le hace falta revisar lecturas básicas de esta partitura, como las de Brendel, Pires, Horowitz o Planès, por orientarle en un abanico de muy diferentes posibilidades de interpretación, todas grandiosas. Sin olvidar el magnífico Schubert que se ha oído este año en el Auditorio de la mano de Richard Goode o Leif-Ove Andsnes. No, definitivamente la música enlatada con etiqueta de diseño y contenido standard no es lo mío.

4 comentarios:

Martini dijo...

Digamos que abriste la lata de conservas y te encontraste dentro una música un poco pasada de "fecha" de caducidad... no pudiendo saborear nada de nada

pobre...

En fin, te regalo un besito melódico, al menos para conformarte.

NaT dijo...

Creo que ayer tampoco tenías tú mucho cuerpo, y menos mente quizá, para la música si estabas enfadado con el mundo o el mundo estaba enfadado contigo. Pensaba que la disfrutarías más, me consuela saber que habrá otros conciertos y que te deleitarán más que este. Igual que me reconforta saber que tu sonrisa aflorará de nuevo a tus labios… esos tan cargados de besos.
Tampoco tornarse amables los precipicios. Me ha impactado esta frase, yo tan dada a los abismos, quizá te la robe :P

Besos musicales, abrazos amables, cariños desde la playa que reservo para tus sueños.

Vulcano Lover dijo...

Gracias, amiguitos... vosotros sí que sois seguidores de verdad... No sólo por comentar en posts tan aparentemente poco interesantes para vosotros como éste, sino dando muestras de que los leeis hasta el final (o al menos hasta la mitad) Eso sí que es cariño...
Besos (muchos) y apasionados para los dos (que se entere el christian zacharias de lo que es la intensidad...)

Tomás Ortiz dijo...

Una pena, porque el programa prometía, sobre todo por Schubert, me encanta! Saluditos apretados