30 de enero de 2007

El triángulo quebrado

Diego sube al vagón como quien abre la puerta de casa para salir al mercado. Con un itinerario en mente que se alberga en un lugar de la memoria que no está al alcance de la conciencia, al que obedecen los músculos, las piernas, pero del que la cabeza, por un momento, se olvida. Sí, como ir al mercado y que los pies vayan solos porque ya conocen el camino. Y es que seguramente irá pensando en otras cosas. Seguramente, pues no ha visto cómo Alicia le ha saludado desde el andén de enfrente... aunque ha dejado de hacerle señas en seguida, creyendo que ha querido hacerse el despistado, o por no colocarlo en una situación embarazosa. Se ha quedado mirándolo con el rabillo del ojo. Hasta que su tren ha entrado en la estación y se lo ha tragado. Lo último que ha visto de él es su bufanda coloreada a través de los cristales sucios, y su cabello largo, enredado entre las hebras de lana.

Diego no ha visto a Alicia. No la ha visto hoy, pero sí otros muchos días, en el andén de enfrente, al salir del trabajo. Veces en las que se ha vuelto cara a la pared o se ha camuflado entre las personas que invadían la estación. Le cae bien Alicia. Es una pena que, ya desde el primer día, descubriera quién era, y cómo (de aquella maldita manera) estaba conectada a él. Las casualidades en la vida a veces nos ponen en situaciones muy difíciles... Y sí, aquella Alicia era la Alicia de Marcos. La misma de la que hablaba y que exhibía en una pequeña foto de carné en su cartera, la misma que estaba ahora a punto de mudarse a vivir con él, y la misma que en aquel momento acababa de ganar un concurso oposición y había elegido plaza en su misma unidad. ¡Qué jodida es la vida a veces! Porque Alicia, en el fondo, le caía simpática. Si no hubiera sido por aquello sabe que habría tenido mucha complicidad con ella. De hecho, la ha escuchado muchas veces a escondidas hablar con sus compañeros, desde su mesa fingiendo estar ocupado con algún informe, pero con el oído registrando cada palabra suya, sonriéndose al descubrir detalles que no sabe si son de Marcos o de ella, pero que sin duda deben formar parte de esa intimidad suya que a veces odia y a veces desea conocer... Tanto como, también a veces, desea su vida y la desea a ella.

Todo eso era hasta ayer, claro. Hasta la llamada de Marcos de ayer. Esa llamada a hora inusual que disparó el corazón de Diego al observar cómo esas letras naranjas componiendo el nombre de Mark (así lo llama él) surgían intermitentes en la pantalla de su teléfono móvil. La conversación duró bastante, pero Diego habló bien poco. La decisión de Mark de terminar con todo aquello, con las excusas y la doble vida, con los momentos robados al gimnasio, las comidas apresuradas juntos al salir del trabajo, o las huidas en esas tardes de sábado en que ella quedaba con sus excompañeras de la facultad, le habían ido minando en estos últimos meses. "Ya sé que no me entenderás, ni tampoco me vas a creer. Pero te quiero demasiado. Es por eso, Diego, te quiero demasiado". Esas habían sido las palabras que más había repetido. Diego de alguna forma ya esperaba aquello. Su mente lo había estado imaginando en las últimas semanas. Ahora tocaba transformar la imaginación en dura realidad. No era la primera vez. Tampoco sería la última.
Por eso ha sido incapaz esta mañana de mirar a la cara a Alicia, y lleva toda la mañana esquivándola. Sabe que no puede ser así cada día. Pero al menos hoy, no puede hacer otra cosa. Siempre ha mantenido la compostura en la oficina y no quería, bajo ningún concepto, que hoy se rompiera la regla. Y sin embargo, no ha podido quitársela del pensamiento en toda la mañana. Alicia, Alicia, Alicia... La envidia que no puede evitar. Su voz, cruzando aquí y allá, hablando por teléfono (¿será con él?) o proveniente de la máquina de café, descubierta como por casualidad desde el baño. Un odio que le martillea, pero que lo hunde en la curiosidad. En la curiosidad de esa chica aparentemente gris y superficial que, finalmente, se ha quedado con él. No, no quiere mirarla hoy, No puede. Y al salir de la oficina, dirige su mirada hacia el suelo, con saña, con insistencia. Y es que no quiere ya mirar hoy a nadie más... Pero en su viaje de tren, ese por el que transita sin apenas ser consciente del rumbo de sus pies, sigue degustando sus palabras, las que ha creído escuchar al teléfono, e intenta destriparlas, analizarlas... inútilmente.

Alicia, en realidad, nunca había pensado más de diez segundos en Diego, y así, se sonríe de pensar cómo esta especie de desencuentro en el metro, aparentemente forzado, le ha hecho pensar en él más segundos de lo previsible. En el fondo, si hace memoria, sí que ha pensado en él muchas veces, en la oficina. Gestos suyos, frases pronunciadas en alguna ocasión que, de repente, le vienen a la memoria sin recordar que estaban ahí. Diego es extremadamente taciturno, y quizá sea esa una razón más para liberar cierta curiosidad en torno a él. Desde que entró en la oficina, hace ahora un año, ya se lo señalaron como un "rarito". Y nunca supo si lo de rarito era por lo poco sociable que aparentemente se mostraba con todos, o por ese leve amaneramiento al hablar. El caso es que Alicia siempre ha sentido que con ella era especialmente seco y que también evitaba más que con nadie el contacto. Al final, después de haber tenido que asistir a aquel curso juntos, algo más sí que había hablado con ella. Siempre sintió que tanto su distancia como esa forma de evitar que tanto le definían tenían, de alguna forma, algo de forzoso, de intencionado... En el fondo, nunca lo ha verbalizado mucho, pero lo ha intuido desde siempre.
Su tren, acaba de detenerse a lo largo del andén, lento, extrañamente silencioso. Alicia se deja llevar, se hunde con parsimonia en el túnel oscuro. Nada, ni la tristeza de la mirada de esa niña que la observa sin pudor, ni la bolsa de plástico hecha jirones que lleva en la mano esa mujer anciana y de aspecto descuidado que se sienta junto a ella, nada le hace presagiar que al llegar a casa, una nota de Marcos, cariñosa pero escueta, será la última noticia que tenga de él.

Diego ha salido ya del metro, y sus pasos se dirigen solos calle arriba, mientras las palabras de ella, las palabras de él, siguen dando vueltas por su mente. Y de repente, esa inconsciencia de la ruta que ha tomado desde que salió del trabajo, se delata a si misma. Y la evidencia de la puerta del piso de Mark lo toma como por sorpresa. Ha ido muchas veces a su casa desde el trabajo. Tantas, que hasta sus pies se han acostumbrado a hacerlo sin necesidad de ser dirigidos.
El sol cae oblicuo sobre la calle, calentando con suavidad el mediodía invernal. Y sobre el portero electrónico, el segundo B de Mark refleja con fuerza sus rayos. Diego está paralizado, y casi le cuesta respirar. Lentamente flexiona sus piernas, y se acomoda despacio en el escalón de entrada al portal. Voces, memoria y fantasías se enredan en sus pensamientos con la razón. Y no sabría ni él mismo determinar cuánto tiempo ha estado ahí, así. El sol ya bajó, y el frío intenso se va dejando sentir... ¿Habrán sido horas? No, no lo sabe. Respira, como si lo hiciera por primera vez, tras ese periodo de tiempo indeterminado en el que ha estado absorto y paralizado.
Y en ese instante, de la acera empinada de la calle en subida, comienza a surgir lentamente la silueta de una chica. Paso a paso, definiéndose en su andar ligero y preocupado, dubitativo... Un paso más y sabrá quién es.
Y sí, es Alicia, también paralizada en sus pensamientos, con sus pasos que también la han llevado solos hasta la casa de Marcos, sin saber muy bien cómo, sin saber muy bien por qué.
Y al llegar se detiene. Diego se ha incorporado y la mira a los ojos. Ella también. Pero en el fondo de sus miradas hay un gesto de no reconocimiento, una sombra que pretende esconder la asombrosa tristeza de sus miradas, el inevitable lazo de sus melancolías. Y se quedan así un par de minutos. Extrañados y en silencio. Y es Alicia la que primero acerca sus labios a los de Diego, que sigue paralizado. Pero el beso de Alicia se detiene, esperando un impulso de Diego. Y en ese momento, el vínculo secreto de sus deseos se desata en la humedad de sus lenguas, apasionado y fugazmente concupiscente. Se tocan un instante con las manos. Sus mejillas, y sus cabellos. Y al separarse, sus miradas arrojan sobre cada uno esa indescriptible melancolía del abandono, de cada uno de sus secretos abandonos.
Alicia se da media vuelta y desciende la calle, más despacio esta vez. Una única lágrima se desprende de su ojo derecho. Diego se queda quieto unos instantes, al cabo de los cuales, también se da la vuelta, y se determina a seguir la calle, cuesta arriba, en dirección contraria a Alicia, exactamente igual que hace unas horas, en el túnel del metro.
Ambos saben que nada de lo que acaba de suceder, en realidad, habrá sucedido nunca.

14 comentarios:

luigi dijo...

Ufff... Tan precioso como siempre. Me encanta como escribes. Un beso fuerte ;) Pobres dos Alicia y Diego, y que de Marcos hay por ahi sueltos, a veces ocultos detras de Alicias y Diegos. Y que de matices y secretos guarda cada uno...

Anónimo dijo...

Ambos saben que nada de lo que acaba de suceder, en realidad, habrá sucedido nunca.


mas alguma coisa sucedeu de facto, foi o interesse em ler muito atentamente e apaixonadamente este desfiar de emoções...

Anónimo dijo...

Hola.
Dado que Bitacoras.com funciona fatal y no hay manera de escribir me he visto obligado a cambiar el blog de dominio. Ahora es:

http://lobogrino.blosit.com

Saludos.
Luego te leo y te posteo.
Besos.

belga_seg dijo...

jo... me ha gustado mucho, y a la vez me ha puesto un poco triste... Ultimamente me veo muy parte de un triángulo... supongo que por eso me ha gustado especialmente... un besito!

NaT dijo...

Este me lo imprimo para leerlo de camino a casa, espero no ponerme triste, ehhhh. Si no, luego te doy un capón :P

Un besillo blandito ;)

Anónimo dijo...

SOlo para para decir...

¡¡¡Hola!!!

;-P

Alfredo dijo...

Ese Marcos es un canalla. Dónde está, que ahora mismo le voy a decir yo cuatro cosas!!

mikgel dijo...

Ya sabes que yo he sido Diego. Pero lo mío nunca fue tan triste, ni tan poético, ni tan hondo. Fue a ratos, como todo en la vida, más intenso y menos.

Javier dijo...

Acbas de robarme unos minutos de mi trabajo, más tal vez de lo que debia, pero no me arrepiento, en el fondo me siento contento de haber empleado estos minutos en haber leido esta pequeña historia, que tal vez no haya pasado nunca o tal vez esté pasando en este mismo momento

un-angel dijo...

Me ha encantado esta historia, en cierto momento parece que pasamos alternativamente al interior de cada uno de los protagonistas como se pasa del reflejo de un espejo a otro...
...bueno, diré una simplicidad: que ha sido muy chuli ( cielos ).
Un abrazote

Vulcano Lover dijo...

Estas historias suceden más de lo que imaginamos... La vida es así de sorprendente y (a veces) secreta. Y al final es muy difícil saber qué vamos a sentir en ese lugar, hasta que lo vivimos en piel propia. Esa mezcla de odio, envidia y deseo hacia el extremo opuesto del triángulo era un poco lo que quería yo expresar aquí... Espero haberlo sabido transmitir.
Gracias por leerlo y por compartir lo que os hace sentir conmigo...
Besos muy fuertes para todos.

Anónimo dijo...

Jajajja, lo decimos de coña, pero tiene que ser la caña salir de fiesta con "nuestro" Maxim.

Un beso bien grande, así como tu.

;-P

senses and nonsenses dijo...

una historia reciente me identificaba con diego hasta que al final, como siempre, nos sorprendes.
odio, envidia, deseo... es cierto, nos preguntamos qué es lo que tiene, qué es lo que le da la otra persona que no le damos nosotros. primero, la odiamos, luego, la comprendemos y hasta la compadecemos.
tb he pensado en R y en todas las pieles que he querido conocer porque ya habían estado con él.
y lo dejo aquí, que me embalo.
un abrazo.

Anónimo dijo...

quedarme por la mañana, tener que salir corriendo para clase a culpa de tu texto...

y no saber que decirte antes de salir huyendo

solo eso, que disfruté buscandote entre estas palabras, del triángulo que al final no equidista, que se queda sin ángulos.