Volcán entre volcanes, quizá desmedidamente despreciado por los vanguardistas de su tiempo bajo pretexto de dedicarse a una música demasiado “demodée”. Sin embargo es posible que en su música encontremos muchos más hallazgos y elementos de modernidad de los que podríamos imaginar. Como siempre, es más difícil aceptar la innovación desde la invariabilidad de las formas imperantes, ya que exige un ejercicio mucho más exhaustivo de análisis. Yo pienso así y la prueba está en que pocos músicos han sido capaces de crear un Universo absolutamente particular e inimitable, y él es uno de ellos.
A mí siempre me sedujo, por su capacidad de transmitir la pasión en su más descarnada expresión, por su historia de hombre triste, depresivo y exigente, que atravesó por importantes crisis creativas. La primera, tras el fracaso estrepitoso del estreno de su primer concierto de piano, compuesto bajo la fascinación de haber conocido en persona a su ilustre compatriota Tchaikovsky. La siguiente, fruto de su huida de la U.R.S.S. tras la revolución y, por ello, de su necesidad de vivir más de la interpretación (no en vano fue uno de los más grandes interpretes de piano del Siglo XX) y la dirección de orquesta. Su definitivo establecimiento en América lo apartó totalmente de la composición. Siempre quise pensar que la inspiración de su tierra natal era fundamental en la esencia de su obra y que aquella música que él creaba no era posible sin Rusia.
Con sus conciertos de piano realizó una contribución importante a la historia de la música, llevándolos al límite de sus posibilidades rítmicas y tonales, potenciando la orquesta para dotarla de voz propia y no sólo para acompañar al instrumento, convirtiendo así el género de concierto instrumental en una verdadera y nueva forma de sinfonía. Su inspiración apasionada atacaba con intensidad los sentimientos de los espectadores de la época, y se dice que en los conciertos de su música, las adolescentes podían caer víctimas de desmayos y lipotimias, en lo que podría ser la esencia precursora del movimiento de las “fans” que tan familiar se hizo a partir de la segunda mitad del siglo, a través de la música pop y rock.
Yo, que siempre fui un adolescente inusual, encontré en su música algo parecido a aquello. Sin desmayos, pero sí que recuerdo con nitidez escuchar aquella música que me cortaba la respiración, con evidente aceleración del pulso y algún que otro momento de éxtasis... Eran otros tiempos para mí, y yo vivía demasiado en una burbuja vital... Las cosas cambiaron, pero a Rachmaninov lo sigo teniendo en un lugar muy especial de mi corazón.
Hoy se lo traigo en una grabación excepcional, a cargo de otros dos volcanes en estado de gracia, que son capaces de llevar la partitura al límite con evidente pasión. Martha Argerich, una de las más apasionadas pianistas de todos los tiempos. Y el italiano Ricardo Chailly, en evidente estado de arrebato (no se pierdan su impresionante y ardiente forma de dirigir la orquesta y su más que complicidad con la argentina, inefables las miradas que le dirige ella hacia el final del movimiento). Creo que es una interpretación que acerca mucho al oyente a la sensación de escuchar esta música en directo. Se trata del final de su concierto para piano número 3, obra cumbre del repertorio. Con ella les dejo, y con la pasión de tres volcanes en erupción.
A mí siempre me sedujo, por su capacidad de transmitir la pasión en su más descarnada expresión, por su historia de hombre triste, depresivo y exigente, que atravesó por importantes crisis creativas. La primera, tras el fracaso estrepitoso del estreno de su primer concierto de piano, compuesto bajo la fascinación de haber conocido en persona a su ilustre compatriota Tchaikovsky. La siguiente, fruto de su huida de la U.R.S.S. tras la revolución y, por ello, de su necesidad de vivir más de la interpretación (no en vano fue uno de los más grandes interpretes de piano del Siglo XX) y la dirección de orquesta. Su definitivo establecimiento en América lo apartó totalmente de la composición. Siempre quise pensar que la inspiración de su tierra natal era fundamental en la esencia de su obra y que aquella música que él creaba no era posible sin Rusia.
Con sus conciertos de piano realizó una contribución importante a la historia de la música, llevándolos al límite de sus posibilidades rítmicas y tonales, potenciando la orquesta para dotarla de voz propia y no sólo para acompañar al instrumento, convirtiendo así el género de concierto instrumental en una verdadera y nueva forma de sinfonía. Su inspiración apasionada atacaba con intensidad los sentimientos de los espectadores de la época, y se dice que en los conciertos de su música, las adolescentes podían caer víctimas de desmayos y lipotimias, en lo que podría ser la esencia precursora del movimiento de las “fans” que tan familiar se hizo a partir de la segunda mitad del siglo, a través de la música pop y rock.
Yo, que siempre fui un adolescente inusual, encontré en su música algo parecido a aquello. Sin desmayos, pero sí que recuerdo con nitidez escuchar aquella música que me cortaba la respiración, con evidente aceleración del pulso y algún que otro momento de éxtasis... Eran otros tiempos para mí, y yo vivía demasiado en una burbuja vital... Las cosas cambiaron, pero a Rachmaninov lo sigo teniendo en un lugar muy especial de mi corazón.
Hoy se lo traigo en una grabación excepcional, a cargo de otros dos volcanes en estado de gracia, que son capaces de llevar la partitura al límite con evidente pasión. Martha Argerich, una de las más apasionadas pianistas de todos los tiempos. Y el italiano Ricardo Chailly, en evidente estado de arrebato (no se pierdan su impresionante y ardiente forma de dirigir la orquesta y su más que complicidad con la argentina, inefables las miradas que le dirige ella hacia el final del movimiento). Creo que es una interpretación que acerca mucho al oyente a la sensación de escuchar esta música en directo. Se trata del final de su concierto para piano número 3, obra cumbre del repertorio. Con ella les dejo, y con la pasión de tres volcanes en erupción.
4 comentarios:
Y tú que eres todo pasión, te viertes como la lava saliendo del cráter al desmenuzarse las notas en tus oídos y al envolverte te sacude y eres mil veces tú...
Un beso nebuloso como el día
Te leo y es como si te oyera, algunos comentarios me resultan familiares, otros me descubren un poquito más de tu pasado, y se acrecienta mi sentimiento de agradecimiento por haberme abierto de par en par las puertas de la música con mayúsculas y haberme presentado a monstruos como éste. Desde que estás en mi vida, no concibo ésta sin ti y sin la música, y muchas veces he sentido una gran identificación entre uno y la otra, de manera que tu mera presencia se convierte en una banda sonora cambiante, intensa, profunda, arrebatadora, muy parecida a veces a las melodías de este gran genio.
mmm... me hubiera gustado conocerte de adolescente.
un abrazo de otro niño rarito.
Sin nada que añadir, jejejeje, maravillos!!!!
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