12 de septiembre de 2007

Arte de viajar.


Cuando era pequeño, íbamos mucho a visitar a mi abuelo, en una pequeñísima aldea de Coruña. Más allá de la fuerte impresión estética que una naturaleza verde, húmeda, frondosa de bosques y agua podía ejercer sobre un niño sensible e imaginativo criado en un Sur mucho más seco (en el fondo, Galicia siempre fue como mi segunda casa y nunca tuve que encontrarme con ella por primera vez, porque ya la comencé a respirar cuando contaba con sólo unos días de vida) siempre he sentido que todo lo que rodeaba aquel lugar estaba impregnado de esa luz brillante y ambarina que sólo existe en la memoria de la infancia, y que nunca más regresa.

La casa de mi abuelo está junto a la estación de tren, y se conserva exactamente igual que siempre, igual a como todos en la familia podemos recordarla. Tanto, que entrar ahora en ella se convierte en un obligado ejercicio de recuerdo a través de iconos y olores que siguen estando allí, como si el tiempo tuviese una extraña insistencia en detenerse en aquel rincón . Por ello, como si de un modesto Stendhal se tratase, el olor fresco de aquellos árboles, el sabor de la leche, el traqueteo del pasar del tren o los suelos antiguos de aquellas habitaciones, me traen desde siempre a la memoria todo un universo creado sin duda por la fantasía de un niño (las comidas en la cocina, peleándonos por usar la puerta abatible del aparador como mesa, el póster de Beethoven en la habitación rosa, o las camas pequeñas en las que a veces teníamos que dormir dos o tres juntos), pero sobre el que se han ido construyendo partes muy importantes de mí. Cientos de pequeños detalles que modelan una familia y unos recuerdos inolvidables.

Pero para mí uno de los mayores tesoros de aquella casa estaba guardado en uno de los grandes cajones de la cómoda del dormitorio. Allí, amontonadas en bloques sin orden ni criterio alguno, descansaban cientos y cientos de postales. Postales antiguas, en blanco y negro la mayoría. Las fechas en las que habían sido enviadas se remontaban hasta los años cuarenta. Las más antiguas, casi siempre ciudades españolas o portuguesas. De mi propio abuelo, o de familiares o amigos. También alguna ciudad de América. Nombres casi siempre desconocidos.
Me gustaba sentarme a mirarlas una a una. Observarlas detenidamente, con atención, rastrear la fecha, descubrir al autor, recomponer historias, trasladarme a un pasado donde todo parecía hermoso e interesante, donde nada podía aburrirte. Era un poco la fascinación por la novedad y la asimilación de lo desconocido que me embriagaba ya entonces, y que poco a poco estaba creando en mí esa necesidad continua de beberme el mundo y sus historias, esa sed insaciable de conocimiento y experiencias nuevas que aún hoy en día me sigue determinando como ser humano. Podía ser mi abuelo, escribiendo con una ternura inusitada, o las amigas de mis tías, siempre divertidas, escribiendo casi con la precisión y agudeza de una novela española de los cincuenta. La imaginación se me derramaba a través de los dedos al leer aquellas caligrafías antiguas y llenas de polvo. Me quedaba mirando las estampas y fijaba mi vista en los edificios, en los espacios urbanos, extasiado y casi conmovido al sentirme atravesar el color desvaído de aquellas fotografías (mi fijación con la arquitectura y los escenarios de las ciudades era ya muy grande) y situarme virtualmente al lado de aquellas personas, pequeñitas sobre las aceras, inmortalizadas sin ser conscientes. Mi insistencia en imaginarme dentro de esos pequeños decorados rectangulares era muy grande.
No sé muy bien por qué, pero desde la primera vez que descubrí aquel tesoro, recorrerlo se convirtió en uno de los más grandes placeres que yo podía experimentar en aquella casa. También estaban aquellas otras postales más actuales, de finales de los sesenta o de los setenta. Mis tías comenzaron a viajar por Europa, y las ciudades aquí ya se mostraban de un color poderoso e irreal, pero los escenarios eran igualmente magnéticos para mí. Imaginarlos, imaginarme a mí en ellos seguía siendo absolutamente fascinante. Aquí, además, podía leer historias de mi familia más cercana en el tiempo, y eso me ayudaba a componer las escenas con mayor claridad... Mi propia madre contando sus primeras impresiones de esa Andalucía a la que ha terminado por entregar la mayoría de los años de su vida, o mis tías relatando sus impresiones de París o de Venecia.
Podía quedarme allí durante horas, viendo pasar ciudades, montañas, plazas, catedrales... Turbado ante la representación de las imágenes, absolutamente fascinado por ellas... Son horas que fueron (sin yo saberlo) construyendo en mí esa inquietud -casi necesidad- por viajar y conocer el mundo, Una inquietud que se sigue moviendo con insistencia dentro de mí y que me hace experimentar un extraño placer cada vez que llego a un lugar nuevo. Esa sensación sutil de entrar de repente como en una postal antigua, con el sabor amarillo del pasado y de las historias que lo recorren y que lo han recorrido, de todas las voces que se han cruzado en él y por él, elaborando poco a poco una extraña forma de percepción: mi propio arte de viajar.

27 comentarios:

un-angel dijo...

mmmmm, me ha encantado el sabor de este post así como agridulce. Mis abuelos también tenían una casa en un pueblo de la provincia donde me llevaban a pasar los veranos
( TODO el verano, ¿querrían descansar de mi en vez de que descansase yo del stress escolar?), y me sucedía parecido a ti pero en vez de un mueble era todo un desván repleto de objetos y papeles de otras épocas y lugares. Podían pasarse tardes enteras, sobre todo si eran de lluvia, totalmente absorto en las imágenes que sugería todo aquello, eran de verdad viajes en el espacio y en el tiempo.
Que recuerdos, caray.
Un besote.

salva dijo...

NIño! como siempre precioso, a mí también de pequeño me fascinaba revisar el viejo álbum de fotos de la familia en casa de mi tia, y sobre todo ir a casa de mi abuela a que me explicara las viejas historias de la guerra civil de cuando ella era joven.
Con mi abuela escuché por primera vez copla, y debo reconocer que aún tarareo viejas canciones y coplillas que me cantaba.

Siempre me ha encantado hurgar en los recuerdos, en las fotos e intentar evocar el pasado y pensar qué hubiera hecho de estar allí o cómo hubiera sido mi vida.
Y cuando escucho historias del pasado, o incluso contemplo fotos no puedo evitar mirar a los ojos de los retratados o de los oradores, sus matices dicen mucho más que las palabras o la fotografía en sí.

Un beso guapo!!!!!1.

luigi dijo...

En casa de mi abuela las postales estaban en una caja de un regalo de boda de mis padres. Recuerdo con especial cariño una que siempre he querido mangar en la que mi tio, haciendo la mili en El Ferrol, al principio del mes de Septiembre de 1980 preguntaba que que tal estaba el sobrinillo.
Por lo demás tengo muchas que he ido comprando, recogiendo en casa de mis tias y de mi abuela... Y muchas otras que mis amigos me traen o me mandan de los sitios que visitan.
No lo he reconocido nunca, pero creo que las colecciono, aunque claro, lo colecciono casi todo... jejeje.
Besos!

Anónimo dijo...

la casa de vacaciones siempre tiene un olor especial, diferente, reconocible. a mí aún me sigue fascinando pensar en él.
en mi caso, huele a caja de galletas, pero a una caja de galletas que sólo hay allí, pq ninguna caja de galletas huele como esa casa...

por cierto luigi, elimina eso de "El" Ferrol de tu cabeza, por favor. Ferrol, solamente Ferrol :)

Bertix dijo...

Preciosos recuerdos de tu infancia e inmejorable descripción de sentimientos al relatar la lectura y contemplación de las postales, a mientras tu completabas la historia familiar.

Yo me recuerdo delante de una gran caja llena de fotos en blanco y negro, de mis padres adolescentes, todavía novios, con mis tios. Me fascinaba.

David dijo...

Cuéntame cómo era Madrid en los años 50

Sísifo de Éfira dijo...

Es tarde y la cabeza no anda fina. Sólo acierto a decir que me ha encantado tu relato-descripción-reflexión.
¿Será que yo también tengo el día melancólico?
Una carta o una postal es un trocito del pensamiento de otra persona que se acuerda de tí, y trae consigo un poco del aroma de otro lugar del mundo. Los gallegos tenemos mucho de viajeros, de emigrantess y de peregrinos. Esas catas de lugares desconocidos nos hipnotizan, y a mí, que he recorrido medio mundo, más que a nadie.

Miguel Cane dijo...

¡Ah!
¡Cuántas veces no viajamos sin salir de nuestras habitaciones!

Lo malo viene con la realidad.

Egipto no se parecía al que yo había soñado.

Me temo que con la India pase lo mismo...

Ahhh, reality bites.

Besos.

Alfredo dijo...

Bonito. Tarjetas postales. Desvaído reflejo de mundos perdidos, soñados. También a mi me fascinaban -viejas postales de balnearios en el Norte, imágenes cosmopolitas de París y Alejandría. Un mundo ideal que esperaba descubrir algún día y que tiene poco que ver con la realidad. O mucho.

Anónimo dijo...

A vida (individual) é feita das memórias que tivémos e das memórias que construímos e disseminamos. E os tesouros que encontramos e partilhamos? Não te esqueças que tens e és um tesouro!! bj

Unknown dijo...

ufff.... que familiar me ha resultado tu viaje por esa casa....
curiosamente mi hermana coleccionaba postales y llegó a tener centenares de ellas.... yo tamb me podía pasar horas y tardes de invierno mirándolas e imaginando como serían aquellos lugares.... me ha encantado esta entrada...
besos...

Francisco García dijo...

¡Qué fuertes son las impresiones cuando somos niños! La inocencia e ingenuidad hicieron que dentro de mí también se fijaran sensaciones tales como las que has descrito. Pienso que son el punto de partida de nosotros mismos.
Un beso.

Nosotras mismas dijo...

Pasaba para saludar, me llevo tu post y lo leo más tarde (siempre las prisas destrozando los buenos momentos)

Besos

sinuhe dijo...

Tengo unas cuantas postales de egipto de principios del siglo pasado que te gustarian, seguro, quizás un día te la mande.
La verdad es que cuando las miras te transportan no solo a otro lugar, es como un salto en el tiempo.

Un abrazo

Luís Galego dijo...

Esa sensación sutil de entrar de repente como en una postal antigua

sensação que experimento sempre que vou a Évora, a cidade onde nasci e onde vivi até aos meus 12 anos.

CRISTINA dijo...

¡¡Qué bonito!!
Sí, yo también, como muchos de los que han escrito su comentario he recordado momentos similares: leyendo de pequeña cartas, postales de ciudades lejanas, escritos, trozos de nosotros y de nuestras familias que andaban por el mundo (los míos por exilios, trabajos o aventuras) y contaban y preguntaban. En unos tiempos sin internet ni correo electrónico...Qué nostalgia transmitían y qué nostalgia siento ahora.
Y sí, también era en casa de mis abuelos.
Un beso

Martini dijo...

me pasa más o menos lo mismo cuando pillo la "lata de cola-cao" de mi madre

hermes dijo...

Como pintor siempre he tenido una gran imaginación, ya de niño me pasaba horas y horas mirando las fotos de los libros o los cromos, porque me transportaban a un mundo desconocido, mágico y desde aquel lugar, mi pensamiento montaba historias fantásticas.

Me has traido muchos recuerdos amigo.

Anónimo dijo...

precioso post...te veo, agachada la cabeza, absorto en esas postales con instrucciones de viajes, deseos y sueños...esa sensación también la he tenido yo al entrar en la casa de mis abuelos donde el tiempo se detiene para siempre..un abrazo

Javier Herce dijo...

Qué bonito texto, David. Me ha entrado "morriña".

Anónimo dijo...

Si de normal eres divertido, cuando estas chispa, ya no te cuento.
;-P

Javier dijo...

Sí, resulta curioso y extraño, pero sin duda maravillosa esa capacidad de imaginar y soñar con otros mundos que nos puede provocar la visión de una postal antigua, es como si de repente deseáramos desentrañar un extraño misterio que se escondiera detrás. Aún puedo soñar con la simple contemplación de una imagen, creo que en el fondo aún guardo algo del niño que fui.

senses and nonsenses dijo...

siempre se me olvidan tus orígenes en el norte, siempre pienso en sevilla.
yo tb curioseaba en la casa de la abuela en una caja metálica postales que venían de sudamérica, pero lo que más me llamaba la atención eran las fotografías. fotografías, algunas muy deterioradas, otras muy pequeñas. había fotos de estudio con decorados imposibles y tonos sepias. me pasaba horas allí entre fotos y postales cada vez que tenía la suerte de encontrar aquella cajita metálica.

un abrazo.

pon dijo...

De niña mi padre me llevaba a la cuesta de Moyano a husmear libros y a veces había cajitas con postales antiguas. Leía los textos con reverencia, pensando quién lo habría escrito y por qué, para quién, si la habría leído el destinatario o se habría perdido sin llegar a destino.....las postales me producen melancolía.
Tu propio arte de viajar, qué interesante.
Un saludo.

pon dijo...
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José L. Serrano dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
José L. Serrano dijo...

Me ha encantado leerte.

Besos y a por los canolli.