29 de septiembre de 2008

Apuntes de domingos y de lunes.


A veces espera pacientemente las horas quietas del domingo. Recuerda aquellos otros en que las sonrisas afiladas de la noche silbaban aún sobre su cuello y una dulce anestesia de pequeñas angustias solía sembrarse por su pecho. La nada se esparcía entonces por el suelo que tan sólo horas antes desordenaba la ropa tibia y desdoblada del secreto. Cuando en las esquinas aún temblaba el polvo y la mirada temblorosa de las arañas, el silencio se hacía de nuevo. Sin embargo su mirada, entre perdida e intensa, quedaba adherida a las paredes, y el rastro de piel que dejaba su aliento se iba escondiendo entre las hojas de aquella hortensia que entristecía en la esquina del salón.
Después venían aquellos otros lunes de mañana fría y perfume en las aceras, de tráfico ordenado y continuo en la avenida, de rutinas salvadoras y sonrisas estrenadas de buenos días que definían de nuevo su norte desdibujado.

Aquellos domingos se extinguieron, y se fueron apagando las bombillas una a una. Todo estaba en el plan, meticulosamente previsto por él, diseñado para una conveniente madurez y una sostenible felicidad dentro de una vida sentimental sana, ordenada y satisfactoria.

-Y soy feliz – piensa.

Pero cada domingo, especialmente esos en los que el cielo gris se instala en la garganta como erizo de mar inquieto, no puede evitar sentir un vacío enorme cuando mira la calle desierta a través de su amplio ventanal de casa acomodada.

-Las tardes de domingo siempre han sido tristes- sostiene.

Pero sabe que el precipicio se está haciendo inevitablemente hondo, y su oscuridad inmensa y venenosa. Por eso cada semana desea con más fuerza la llegada del lunes y su despacho vacío, de Rosa trayéndole la agenda de la jornada y ese inquietante becario que se cruza cada mañana con él en el ascensor sin apartar la mirada de su retina.

-En el fondo, siempre me gustaron los lunes- dice para sí, confiado.

9 comentarios:

Argax dijo...

Sutil relato que a mi me habla de cobardía y de conformismo. La mayoría de la gente se rinde y deja de buscar, no se dan cuenta de que la satisfacción está en esa búsqueda, que el movimiento que esta genera es la única manera de no atisbar tristeza en los domingos.

Un abrazo fuerte. Por cierto, el arranque del relato es muy bello, poético, con esa luz amarillenta de farolas que se cuela por la ventana. Es como una descripción de un paraíso en miniatura, se anticipa la fragilidad y después vemos como lo que al principio describes efectivamente se rompe.

Javier dijo...

Que no, que no, desde luego no es mi caso, yo adoro la pereza dominguera, será que me hago mayor y me estoy volviendo cada vez más casero.
Bueno tampoco he de ir a buscar nada fuera, jejejeje

Anónimo dijo...

cuánto dan de sí los domingos...
y es que están llenos de matices, porque permiten pasar por muchos estados de ánimo.

Raúl dijo...

Grrrr...

Fenjx dijo...

a veces cuando te leo...

Martini dijo...

me leo un poquito en él... soy demasiado conformista...

josef dijo...

No me gustan los domingos demasiado, los lunes apenas. Mis días son todos los demás... Un buen relato! Saludos!

senses and nonsenses dijo...

a mí me gustan los domingos, y si el fin de semana me dejó fatal, pues que mejor. son mucho peores (y fríos) algunos lunes...

un abrazo.

Anónimo dijo...

A mi resultan mas tristes las noches.
Sí, soy yo.
He vueltoooo...
Inauguro nuevo armario. Bien abierto.

Pd: Se te echa de menos.