11 de mayo de 2006

Liberación



Con cierta frialdad ha acogido el público de Madrid la última realización del Teatro Real, la mozartiana Rapto en el Serrallo. A pesar de ello, encontré muchos aciertos en una producción quizá discreta, pero muy digna, sobre todo en lo musical, y que parte de la falta de pretensiones que derrumban otras producciones operísticas (y no hay que buscar ni muy lejos ni en otros compositores para recordar ejemplos de esto último).
Evidentemente el Rapto no es una de las óperas más célebres de Mozart, pero situándola en el contexto vital de su autor resulta enormemente interesante. Esta obra marca un cambio en la vida del músico y evidentemente de su obra. Mozart llega a Viena, después de renunciar a sus trabajo como músico al servicio del Principe-Obispo de Salzburgo y prueba suerte en la capital del imperio, intentando vender sus obras a editores o adquiriendo encargos puntuales. Y ello tiene más importancia de la que parece, tal y como señala Norbert Elias en su interesante ensayo "Mozart, sociología de un genio", que leo últimamente. Y es que renunciando a esa suerte de funcionariado que en el fondo coartaba su libertad creadora a través de la imposición de formas y de temáticas, consigue dar un paso hacia un modelo de concepción del artista que ya es romántico, un Beethoven que vendía sus obras creadas libremente al mejor postor (editor) para reproducirlas y venderlas a la burguesía culturizada de clase media. Toda una revolución cultural, pues pasa a ser el gusto de estas clases sociales la que determina las tendencias de la creación, pero siempre (por aquel entonces aún) con un margen considerable para la libertad del artista. Mozart es todo un adelantado de su época, convirtiéndose en un artista libre, uno de los pocos que en aquella época comenzaron a romper con la tradicional dependencia del mecenazgo. Este paso hacia la libertad, en el caso de Mozart, es aún más grande, ya que salir de Salzburgo y de esa forma de someter su inspiración y su genio también suponía la liberación de un yugo paterno que lo ahogaba tanto en lo sentimental como en su concepción del artista. Sólo se puede entender el Rapto en esa exultante alegría de la libertad de la llegada a Viena y lo que suponía para el músico. Además, el amor también apareció de forma intensa en su vida, y Konstanze (para la que escribe el papel de su homónima en la obra, todo un homenaje musical de gran posibilidad de lucimiento para la que sería su mujer) debió ser una gran fuente de inspiración para él. El resultado, una obra que de principio a fin celebra el gozo de vivir, con una alegría desbordante. Y quien haya visto la película de Milos Forman, recordará con una sonrisa cómo recreaba perfectamente aquel momento de júbilo en la vida de Wolfgang. Con ella se abren los últimos 10 años de vida del artista, lo que llamamos su madurez musical (¿de qué tendríamos que hablar si Mozart hubiese vivido tan sólo otros 10 años más?).

Esta obra no alcanza las cimas de sus posteriores producciones operísticas, y su peso descansa más en la coloratura del canto que en la profundidad dramática y en el entramado vocal (que consiguió en sus óperas finales destilar hasta la perfección), pero es indudablemente delicioso sentir, entre sus notas, nítidos y sutiles, los gérmenes de tanto Mozart posterior. En un acorde, en un cromatismo de la melodía, en una sutil melancolía. Y es que, sin ir más lejos, en esa misma Konstanze, despierta muchas veces algo de la futura Condesa, de la futura Fiordiligi o, por qué no, de la futura Donna Anna. Además, y fundamentalmente, en este Singspiel (como se denomina en alemán este tipo de ópera con recitativos hablados) Mozart consigue deleitarnos con más de dos horas de puro placer musical. Ya por eso merecería la pena prestarle atención.

Con un argumento muy simple y personajes del todo estereotipados, hay que entender esta obra como un auténtico cuento infantil, una historia de aventuras (aunque en este caso sean más amorosas que de otro tipo) ambientada en la exótica Turquía (tan provocadora de ensoñaciones en aquel SXVIII). Así, sólo tenemos que dejarnos llevar por la seducción de la música y divertirnos, disfrutar de un cuento con humor, ironía y cierta leve melancolía. Es curioso cómo el choque cultural entre occidente e islam era en aquel momento también una evidencia clara, como lo sigue siendo hoy en día. Algunas cosas han cambiado poco, supongo. En este contexto parecería fácil echar mano de la fantasía para plantear una puesta en escena convincente. Y sin embargo la del Real (producción original del Festival de Aix-en-Provence) resultó sobria de más, por lo plano de su concepción y la pobreza de su capacidad dinámica. Las acuarelas de Barceló continuamente cayendo en el fondo del escenario no creo que convencieran mucho a nadie. Por lo demás, destacar que la producción, en su globalidad no se acercó a la perfección, claro. Pero estuvo muy a la altura de una gran producción. Le falto esa chispa, esa fuerza, que puede hacer de esta ópera un auténtico gozo para los sentidos, si bien no aburrió en ningún momento. Le faltó cohesión, y ritmo. La orquesta estuvo especialmente brillante, con un sonido muy mozartiano en el que tuvo especial protagonismo la incisiva belleza de los vientos, que dejaron oír sus notas con especial inspiración.
El elenco vocal, como siempre desigual, con unas voces masculinas bellas, pero con problemas tímbricos y expresivos (más a la altura que otra cosa) y un pachá (Shahrokh Nishkin-Ghalam) que destacó sobre todo por su belleza física y su capacidad como bailarín, aunque considero excesiva su explotación del giro "a lo monje derviche" con la que nos deleitó en el final. Introduciendo su nombre en la ventanita del google, resulta que este hombre sale más como bailarín de música persa y como escenógrafo que como cantante de ópera. ¡Qué cosas!
Las chicas estuvieron mejor, con una aérea y refrescante Ruth Rosique como Blonde y una temperamental y dramática Desirée Roncatore como Konstanze, cuya voz su voz se aquejó de cierta falta de calentamiento en el inicial "ach ich liebte, war so glücklich" si bien se entregó bastante con su personaje, haciendo una demostración de su gran técnica, aunque quizá estuvo algo tirante en los agudos. Mozart casi siempre favoreció a los personajes femeninos, a los que tengo la impresión que consideraba más ricos en posibilidades dramáticas y expresivas. La mujer, en su infinita capacidad para el amor, en su inteligencia para la sensualidad y el deseo, en la sutilidad y hondura de su manera de sentir, encuentra el molde perfecto para la expresión del mensaje universal del salzburgués. Y de alguna forma, en esta Ópera hay un tímido intento de reivindicar la libertad de la mujer, y más allá, de gritar con fuerza la inevitable libertad de amar.

El forzado final con una redención del "malo" pachá, que transforma su odio en bondad, desmorona un poco la historia, pero no hay que olvidar que esta historia es un cuento y debe tener un final feliz. Así que al terminar, todo es alegría y júbilo, en el frenetismo sensual de instrumentos turcos que Mozart incorporó a los tutti y que sin duda debió ser toda una revolución en aquella Viena de 1782 y me remito de nuevo a la película de Forman.
Que desde el foro madrileño sirvan estas representaciones como digno homenaje de aniversario del genio, y como vital defensa de la libertad de crear, de amar y de vivir.
Feliz cumpleaños, Wolfgang... y, feliz libertad a todos.

2 comentarios:

lopezsanchez dijo...

Jolín, y yo pidiéndote que me contaras qué tal por mail. Con críticas tan fascinantes como ésta, ¿quién necesita la Scherzo? ;-)

Ay, el romanticismo, la libertad del autor, el Autor con mayúsculas. Cuántas obras maravillosas beben de esa libertad. Y cuántos errores se comenten hoy en día al amparo de esa sacralización del autor heredada de aquel tiempo.

Ummm, lo de las acuarelas de Barceló me ha llamado la atención. Yo soy barcelonista hasta la médula, pero, no me lo veo muy bien haciendo decorados operísticos.

Vulcano Lover dijo...

Bueno, yo pienso que ahora ya se ha pasado del poder del mecenazgo al poder de las masas de consumo (dirigido en muchos casos) y que al libertad de autor se ha perdido un poco. QUizá Internet, en la libertad de uso y consumo que permite pueda ser la via para un próximo concepto de ARTISTA, para una nueva LIBERTAD de creación, ¿no crees?
Y lo de Barceló... es que verás, eran formas y motivos dibujados sobre fondo blanco en unas telas gigantescas que conformaban el fondo del escenario y que iban cayendo o superponiéndose (en su totalidad o en parte) a medida que avanzaba la acción (y que eran uno de los pocos elementos dinámicos del escenario). Pero no me convenció, me pareció bastante pobre como porpuesta. Es verdad que el dinamismo de la ópera en si admite más que la puesta en escebna sea más estática porque el ritmo y la acción ya lo ponen la historia y sobre todo la música... pero... Creo que yo mismo hubiera ideado algo mejor, la verdad.