11 de diciembre de 2006

El adagio de tía Teresa (II)


En el capítulo anterior:


Aquella mañana, al regresar a mi casa, todo me daba vueltas en la cabeza. La vida de Teresa, mi nombre, aquel deseo de mi tía de escuchar el adagio, su adagio... ¿Qué adagio? Me dirigí a la habitación donde guardaba sus cosas y busqué aquel disco. No sé como nunca había reparado en él, como nunca había tenido la necesidad de curiosear en aquellos vinilos. Pero al final, di con él.



Continuación...

Se trataba del concierto de piano en Sol de Ravel y dos obritas cortas del mismo autor para piano solo. En la portada, había una foto de Teresa junto al mismo Ravel, en un estudio de grabación de París. Lo coloqué sobre el tocadiscos, accionándolo por el adagio del concierto... ¿Sería aquel el que mi tía llamaba "su" adagio? Desde que las primeras notas sonaron por la habitación supe que sí. En seguida la reconocí en ellas. Nunca he sabido mucho de música clásica. En casa siempre lo intentaron, pero nunca consiguieron que me aficionara. Lo único que me gustaba era cuando la tía Teresa tocaba sólo para mí aquel Mozart infantil. Ahora, sonaba de nuevo para mí. Aquella música de Ravel salía de sus manos lenta, poética, como desplegándose, como abriéndose y multiplicándose, en un efecto que no había escuchado hasta entonces. Me sentí conmovido, sintiendo vivamente que aquellos eran los mismos dedos que tantas veces había tocado con los míos, que tantas veces habían interpretado para mí en mi niñez, tantos años después. Era todo un descubrimiento que ponía, sin embargo, aún más sombra en la vida de mi tía.

Inspeccioné bien la edición, parecía tosca y casera, y carecía de notas de ningún tipo que me aclarasen algo de su génesis. Busqué en Internet, pero no conseguí averiguar nada de la versión. Era como si jamás hubiese existido para el mundo de la fonografía.
Y mientras seguía buscando información, el adagio seguía sonando una y otra vez. Sonaba entre redentor y liberador. Despacio, extraño, tierno a veces, lleno de oscuridad después. Y así iba aumentando mi necesidad de saber qué había pasado, quién había sido Teresa y qué había sido de su vida antes de volver a España, enmarañada en la ignorancia y en el silencio familiar que no me dejaban avanzar.

Supongo que llegué a obsesionarme mucho con aquella historia. Y que, de alguna forma, me sentía muy unido a ella casi sin ser consciente. E imagino también que me asfixiaba el hecho de ser el único que podía esclarecer su vida, darle una identidad a alguien que yo creía que la merecía, y que nadie más podía darle...

El único lugar en el que pensé que podría averiguar algo más sobre ella era en la Residencia. Así que solicité una entrevista con una de las enfermeras que estaban al cuidado de los ancianos. Elena se llamaba. Una chica muy joven y simpática, pero bien preparada. Tenía un recuerdo amable aunque gris de la tía. Al parecer Teresa no se relacionaba mucho con sus compañeros, tenía un carácter difícil y era, en general, poco habladora. En las últimas semanas le había dado por hablar francés a todo el mundo, y lloraba con frecuencia. Es extraño, nunca había visto llorar a la tía. Pregunté si alguien había recogido sus pertenencias y me dijo que no. Tampoco había mucho que recoger. Un par de vestidos y una caja pequeña con las cosas que tenía en la habitación La maleta con cartas que la había visto arrastrar el día que se fue, parecía haber desaparecido para siempre. Me dijeron que no había nada más. Habían llamado a la familia para que lo recogiese, pero nadie se había presentado aún. Me ofrecí a hacerlo yo. Casi me temblaban las manos cuando abrí aquella cajita de latón. Dentro, algunas fotografías antiguas. Caras desconocidas, nadie de la familia, La mayoría eran de París, de cuando ella vivía allí. Algunas con su piano. Un pastillero dorado, un diapasón, y algunas cartas antiguas de mi madre. Poco más. Me llamó la atención un papel rodeado con una cinta roja, que estaba al fondo de la caja. El papel estaba arrugado y amarilleado por el tiempo. Al desdoblarlo, un breve y escueto mensaje, escrito en francés: Fuyez au Marroc avec moi. Je vous attend à l'Hôtel à 10 heures. Je vous aime. Maurice. (Huya a Marruecos conmigo. La espero en el Hotel a las diez. La amo. Maurice)

Cerré la nota y tomé la caja para volver a casa. La sangre, de repente me bombeaba con fuerza, y la podía sentir en el pecho y en las sienes, rítmica, electrizándome. Una tremenda ansiedad se apoderó de mí mientras conducía de vuelta a casa. Maurice, Maurice, Maurice... Las notas del adagio regresaban invadiéndome, retomando el ritmo de mis latidos. Algo daba vueltas en mi cabeza. Una sospecha que, al llegar a casa, me arrojó literalmente al teclado de mi ordenador a deletrear con pulso tembloroso aquellas dos palabras en la cajita de búsqueda de Google: Maurice Ravel.

Rastreé todas las biografías que pude. A la primera conclusión que llegué fue que Ravel debía haber sido una persona muy solitaria y austera. No se le conocieron relaciones sentimentales, aunque parece fue bastante asiduo de los burdeles de París. Hay quien incluso plantea dudas en torno a su sexualidad. Yo seguí leyendo las biografías del músico, que eran todas breves, pues su vida pública fue ciertamente escasa. Cada una parecía ser diferente y cada una arrojaba algún detalle que me desconcertaba o me completaba parte del puzzle que mi cabeza intentaba construir. Al final llegué a la noticia que buscaba. La relación intensa de Ravel con España.

Su profunda atracción por el país del que procedía su madre siempre influyó en su música. Hizo frecuentes viajes a España durante toda su vida. Me llamó la atención que el último de ellos, cuando ya se encontraba muy mal de salud, heredero de las dolencias que un atropello de coche le había causado tiempo antes, fue precisamente en el año 35. En aquel viaje también visitó Marruecos. Después se retiró a Francia, y no se volvió a saber mucho de él hasta que moría a finales de 1937. Ese es precisamente el año que consta en la grabación del concierto de tía Teresa. La fotografía de Ravel lo muestra quejumbroso, pero sonriente. Un sexagenario y una joven pianista. El brillo de los ojos de ambos era aún perceptible en la foto, después de tantos años. El disco entero parecía vibrar entre mis manos, animado por mis dudas que más que disiparse, aumentaban más y más. El adagio seguía sonando mientras la escasa vida de mi tía que acababa de componer, se derrumbaba de nuevo entre sombras, quizá donde ella siempre quiso que estuvieran. Porque las vidas, al final, siempre pasan a ser sombras. No importa lo brillantes ni lo intensas que hayan sido. Con el tiempo, todas terminan en la sombra, junto con sus detalles más íntimos, con los menos conocidos, con los secretos también -incluso aquellos que siempre lo fueron-. Por algo será...

Las cosas han cambiado, y el disco descansa ahora en mi cuarto, siempre cerca de mí. Con frecuencia escucho ese adagio que me sé de memoria, nota a nota, inflexión a inflexión. Con frecuencia también observo esas dos miradas cómplices guardar ese secreto que nunca podré desvelar. Escucharles, mirarles, saberlo... Extrañamente ya no me inquieta, me reconforta.

13 comentarios:

Martini dijo...

La firma de libros

¿para cuando?

Anónimo dijo...

e sentí conmovido, sintiendo vivamente que aquellos eran los mismos dedos que tantas veces había tocado con los míos,


eu sei o que isso é....texto tocante!!!

luigi dijo...

Un secreto que nunca dejara de serlo. Una de esas historias de familia que permanecen en el fondo de la mente, para devolvernos las dudas de vez en cuando, sin poder hayar respuestas a los interrogantes. A unos por verguenza en el preguntar, a otros porque a quien preguntar se fue hace mucho.
Tengo pendiente ciertas tareas de recopilar datos que no quiero que se vayan al olvido. Datos de esos que vuelven muy modernas a las personas de otros tiempos...
Un beso... ¡guapo!

Javier dijo...

limpio, sicero, claro y sencillo, sinceramente es un maravilloso relato corto, inspirado y escrito con una meridiana transparencia, lo cual le da un aire de verisimilutad increible, es como una sencilla historia contada por un amigo, sin ampulosidades imnecesarias.
Sencillamente me ha encantado este relato.

Alfredo dijo...

Precioso. Me encantó. Incluído el acompañamiento musical.

senses and nonsenses dijo...

un cuento precioso (como todo lo tuyo), se lee de un tirón, y evocador (como siempre). fotos de familia que no conoces y esconden secretos familiares, recuerdos imborrables, detalles que marcan una vida.
tengo poco tiempo para bloggear (a veces pasan demasiadas cosas juntas) pero siempre es un placer pasarme por aquí.
un besazo
y hablamos pronto.

tb me gustó mucho el acompañamiento musical.

Caronte dijo...

maravillosa elección( y el relato también). Un video muy emotivo. Saludos

Pedro-Abeja dijo...

Precioso! Me ha encantado! Y leerlo al mismo tiempo que duena la música ha sido toda una experiencia. Me ha transportado.

Por cierto, con respecto a la música, alucino. Este tema lo he escuchado mil veces. Hubo una temporada que estuve prácticamente obsesionado con él. Me flipaba. Pero como siempre, no tenía ni idea de cómo se llamaba el concierto ni el compositor ni nada de nada. Vamos, lo mismo que me pasó con aquella pieza de Mozart. Sigo redescubriendo cosas gracias a ti.

Un beso.

Anónimo dijo...

Plas, plas, plas...
Muy muy bueno.
Con mucho ritmo y a la vez sencillo.
Me ha gustado mucho...

En cuanto a mi blog: hay que probarlo varias veces: bitacoras.com es un dominio que da asco...

Gracias por pasarte. Abrazos.

Anónimo dijo...

Eso eso, que quedaron muchas cosas pendientes, además con el ruido no me enteraba de nada.

Y da por sentado que volveré, jeje, eso sí, cuando vengais espero que me hagais una visitilla por el bar :P

A mi tb me encantó conoceros, fuisteis una compañía de lujo ;)

Muxus

lopezsanchez dijo...

Pero no me has aclarado por qué tía Teresa era "especial", por qué la familia la tenía así de apartada. Mmmm, dejaré volar la imaginación :-)

Besos

Anónimo dijo...

Genial esa historia de amor.
Precioso argumento para una peli.
Ya imagino su BSO.

belga_seg dijo...

llego un poquito tarde, pero llego... precioso! :) me ha gustado mucho... como dice martini, la firma de libros para cuando ;)?
un besito