Cerrando el ciclo de grandes intérpretes de la revista Scherzo de este año hemos tenido la suerte de contar esta semana en el Auditorio Nacional con la presencia del pianista francés Pierre-Laurent Aimard, dispuesto a enfrentarse a dos monumentos de la arquitectura pianística. Y lo ha hecho con soltura y personalidad, dejando un inmejorable sabor de boca como final de ciclo.
Cuando un pianista convence, no hace falta mucha literatura argumental para demostrarlo. Tampoco mucha lucidez ni sabiduría musical, como probaron la escasez de toses (continuas en los últimas conciertos de Brendel o Zacharias) y la entregada y emotiva ovación de un Auditorio que literalmente se le rindió a los pies. Y con razón.
La primera obra del programa, los Estudios Sinfónicos op 13 de Schumman, es uno de los edificios musicales más portentosos del romanticismo pianístico. Una obra de estas características está más que explorada y reproducida en grabaciones y conciertos. Es una obra que el amante del instrumento conoce casi de memoria en sus indagaciones expresivas y dramáticas. La partitura se presta al camino más fácil para la cautivación del espectador. Aimard sin embargo consiguió ofrecernos una lectura muy personal desde la sinceridad, en una ejecución no exenta de pequeños defectos y notas en falso, pero interpretada desde una visión madura y global de la obra, más o menos atractiva, pero definitivamente convincente. Dubitativo en las primeras variaciones, su lectura se fue haciendo progresivamente segura. Aimard es tremendamente contenido, pero desde esa contención desgrana con absoluta pulcritud la pasión desbocada que esconde la obra. Pasión contenida, y sin embargo contundente, exenta de efectismos e imposturas, que en un trepidante y lúcido final dejaba a más de un espectador sin aliento. Y es que la sinceridad de la interpretación es la piedra base para que pueda tener sentido el solista, su trabajo y la inclusión de obras como esta, tan conocidas ya, en salas de concierto.
En la segunda parte, Aimard nos regaló su versión de referencia de una obra de la que con indudable seguridad es el mejor intérprete. Una partitura poco conocida para mí, los "Vingt regards sur l'Enfant-Jesus" de Olivier Messiaen. Una obra compleja y que no había acaparado antes mi atención, seguramente por su inspiración religiosa, pero que ayer, en las manos del discípulo casi directo de su creador, produjo una extraña revelación en mí. Un misticismo y un ejercicio de indagación rítmico y conceptual fuera de toda duda, que necesité abordar apartado de las imágenes del fresco programático al que corresponden (y que sinceramente encuentro ñoño y cursilón).
La lucidez de este intérprete alcanzó aquí cotas de verdadero virtuosismo interpretativo. De nuevo nos asombró con una contundencia arrolladora, visionaria, rotundamente nítida. Esta vez, además, acompañada de una ejecución implacable y sin fisuras, rayando una perfección sobrehumana. El engranaje oculto de esta obra, llena de cromatismos tímbricos cuasi impresionistas y propuestas rítmicas desconcertantes se nos reveló simple en sus manos, como nacida con naturalidad, en un ejercicio que de nuevo no pretendió impostura ni manierismo alguno.
Fue un final casi rozando el cielo de la interpretación y de la hondura expresivas, que dejo un auditorio absolutamente desconcertado de placer. Bien le recompensó el público al francés, con abundantes y expresivos vítores que él pareció acoger con gratitud, desde su tímida pose de músico de otro planeta. Seguramente lo es. Al menos, ayer lo fue.
1 comentario:
Como siempre, tu blog es un referente cultural impresionante!!!
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