5 de diciembre de 2006

El adagio de tía Teresa (I)

Aquel día de verano, al saber la noticia, corrí a casa a rebuscar entre las pocas cosas que aún conservaba de ella. Sin duda la muerte le había llegado antes de lo que nadie pensaba, pues en el fondo estaba bien de salud. Tan solo aquel inicio de demencia senil evidenciaba que ya tenía una cierta edad. Yo intuía que quedaban cabos sueltos en su vida, que yo siempre había sentido extraña y envuelta de misterio. Sentía que era ya tarde, pero aún así, quería saber un poco más de la pobre tía Teresa.

No en vano era yo quien había ocupado su casa desde que la internaron en aquella especie de Residencia. Para ser sinceros, nadie de la familia la había apreciado mucho. Yo, sin embargo, siempre fui su sobrino (sobrino nieto) favorito. Me tenía una simpatía especial. De hecho, nadie consiguió que firmara aquellos papeles consintiendo que la llevaran a aquel lugar, y sólo con la condición de que fuera yo a vivir a aquella casa, llegó a dar su brazo a torcer. Yo hice alguna pequeña reforma, y adapté aquel apartamento del barrio de Chamberí para convertirlo en mi hogar. A pesar de ello, siempre dejé una habitación intacta, con los muebles antiguos, tal y como ella la tenía. En ella dejé todas las cosas importantes que no se fueron con ella, como esperando que algún día volviera, entrando por la puerta, silenciosa como era, y no echara en falta un pequeño rincón en el que sentirse a gusto. Allí coloqué sus discos, sus libros y alguno de sus trajes antiguos, con los que hasta llegó a dar algún concierto en París, cuando estudió piano allí. Aún la recuerdo el día que se fue de la casa, cómo me sonrió, cómo arrastraba la pobre aquella maleta llena de cartas que no dejaba tocar a nadie, y de la que después nuca se supo más.
Yo siempre tuve simpatía por ella, e incluso, cuando era niño, le llevaba flores que recogía en el parque, cada vez que iba a verla a aquel apartamento donde ahora vivo yo. Recuerdo pasar las tardes enteras con ella, y que me tocaba Mozart al piano, el músico de los niños, como ella lo llamaba para mí. Los discos, todos aquellos discos suyos, sin embargo, nunca los escuchábamos. Así que supongo que debí olvidar su existencia, y no creo haberlos sacado de sus fundas jamás, desde que me vine a vivir aquí.

A veces, cuando iba a verla, recuerdo que solía mentir a mamá y decir que iba a casa de algún amigo. En mi familia, existía una especie de pacto implícito para no hablar de ella, para desviar la conversación cuando alguien preguntaba o cuando, por alguna razón, aparecía su nombre en cualquier charla. Era uno de esos pactos familiares que con el pasar del tiempo llegan a parecer incuestionables. A mamá sí, le preguntaba a veces por qué los tíos no la querían, por qué la llamaban "la rara"... Ella siempre me contestaba que eran cosas de mayores, que yo no podía entender. Que la querían, pero que era mejor así. Y así siguió siendo hasta que, ya adulto, la pregunta se convirtió en algo tabú, y así pasé, sin darme cuenta, a actuar también como ellos. Pero en mi interior, la sombra de la incógnita, de un oscuro pasado que (cada vez que oía una de aquellas respuestas) yo imaginaba y re-inventaba, parecía planear siempre sobre su vida. Además, los poquísimos detalles que llegué a saber de ella nunca llegaban a conectarse unos con otros. Nada, la tía Teresa siempre aparecía ante mis ojos como un rompecabezas sin terminar, con muchos huecos por llenar y más de una pieza perdida.

Su muerte, como digo, precipitó que pensara mucho más en las razones de la extrañeza de su vida y del rechazo de la familia. El día de su entierro, en el cementerio, aparecieron aquellos franceses. La tía Anita los llamó, al parecer. Pregunté por ellos, pero me dijeron que eran familiares de sus amigos de París. Se fueron sin apenas hablar con nadie... Me pareció extraño. Todo seguía siendo extraño alrededor de tía Teresa, incluso después de morir. Mamá me confesó al salir del cementerio, mientras se secaba la única lágrima que le vi soltar en todo el día, que había sido la tía la que había escogido mi nombre. Pero que aquello debía ser -me miró muy seriamente- un secreto. Un capricho suyo, casi una excentricidad, de las pocas que le consintieron. En aquel momento, con un nudo en la garganta, pensé en ella, en su mirada con frecuencia perdida, en esa especie de tristeza en la que siempre la sentí envuelta, y en esa sonrisa que dibujaba a veces, cuando pensaba que no estábamos mirándola.

Aquel día fue el único que mamá me habló de ella. Recuerdo que me quedé en casa aquella noche y hablamos de Teresa. Y me volvió a contar lo de mi nombre, Mauricio, y de cómo la tía había prácticamente huido a Marruecos cuando era joven, casi adolescente -ella de joven siempre fue un poco... alocada, como decía mamá, me apuntaba-. Fue un año antes de la guerra y no supieron de ella casi nada más en mucho tiempo. Se había ido después a París, y había terminado sus estudios de piano allí, en el conservatorio, con alguien muy importante, mamá no recordaba el nombre. Llegó a ser muy pronto famosa como concertista. Grabó un disco a finales de los treinta. ¿Cómo? - le dije-. Y es que aquello me hizo recordar que, precisamente el último día que había ido a ver a la tía, me había hablado de eso, de un disco que había grabado ella, que quería que se lo llevase, que quería escucharlo. Mi adagio -había dicho-. Lo recordé vivamente. Reconozco que en aquel momento supuse que había sido efecto de su demencia, que algunos días se acentuaba un poco. No le dije nada a mamá, pero me mostré sorprendido, y le pregunté las razones por las que nunca me habían dicho que la tía había grabado discos. Pero mamá se calló, creo que como no queriéndome decir algo. Me continuó contando que la guerra aquí, y después allí, impidieron que volviera, pero, al parecer, tampoco dio muchas señales de vida. Supieron de ella por los periódicos franceses, que mi abuelo conseguía de extranjis a través de un amigo suyo del Ministerio. Se rumoreaban cosas de ella. Cosas feas. Mamá no quiso especificar, en el fondo también era ella muy pequeña cuando pasaron aquellas cosas y es posible que no supiera más que eso. La tía volvió en los años 60, dicen que porque se peleó con todos sus amigos de allá y porque la echaron de su apartamento de París, también por un asunto que mi madre siguió calificando de "feo". Ocupó el piso vacío de la familia en la calle Eloy Gonzalo, ese donde ahora vivo yo. La familia vio con malos ojos que llegara y se apropiara del patrimonio familiar, así como así. Se terminó peleando con casi todos, menos con mi madre y Anita. Casi nadie iba a verla. Mi madre me confesó que también ella solía hacerlo a escondidas, sin decirlo a sus tíos ni a sus primos, ante los cuales fingía una indiferencia que al cabo del tiempo, imagino, también acabó por sentir. El carácter duro de tía Teresa acabó por distanciarlas definitivamente.

Aquella mañana, al regresar a mi casa, todo me daba vueltas en la cabeza. La vida de Teresa, mi nombre, aquel deseo de mi tía de escuchar el adagio, su adagio... ¿Qué adagio? Me dirigí a la habitación donde guardaba sus cosas y busqué aquel disco. No sé cómo nunca había reparado en él, cómo nunca había tenido la necesidad de curiosear en aquellos vinilos. Pero al final sí, di con él.

(continuará...)

10 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Genial!.
Estoy esperando la continuación. No tardes...

Javier dijo...

Conexiones, en esta vida nada es casual, existen extraños lazon invisibles que de forma imperceptible conectan a las personas, todo es cuestión de saber ver y escuchar nuestra voz interior

mikgel dijo...

Mi tía, mi tía Andrea, mi tía abuela, fue la persona más importante de mi vida. Mucha gente en la familia la recuerda como la rara. Para mi nunca fue rara, conozco de memoria sus luces y sus silencios y la quise más por sus espacios en sombra que por sus espacios a la luz. El relato me ha recordado un poco a ella, aunque ella era muy distinta de esta Teresa. Una amiga me dijo hace poco que cada vez que veía a Chus Lampreave en una de Almodóvar le recordaba a mi tía. Y me hizo gracia, porque mi tía era tan grande, tan polifacética, tan de pueblo y tan culta todo a la vez que es verdad, que hasta Chus Lampreave le cabe.

Martini dijo...

te leo en otro momento... ahora es un poco tarde.

(jodio teclado)
Besos sin permiso

belga_seg dijo...

jo eso no vale!! que se acaben los anuncios ya, que queremos el "continuará"... creo que las personas especiales al final siempre acaban encontrando en otra persona especial a su mejor confidente...
espero el posintermedio...
un besito!

lopezsanchez dijo...

Mmmm, me suena esta historia. ¿Por qué será? ;-)

NaT dijo...

¡¡¡¡¡¡NO SE DONDE IR A COMER COCIDO!!!!

Pedro-Abeja dijo...

Qué me está gustando, lydia!!!

Sigue, sigue. Y descríbeme bien esa habitación al estilo Rebeca que tiene que haber cosas curiosas en ella.

Besotes.

Anónimo dijo...

Chico, ¡tu relato es atrapante! Estoy super intrigado con este personaje tan fascinante y misterioso: ¿por qué la familia considera "rara" a la tía Teresa? ¿Qué son exactamente las "cosas feas" que hace en París? Ayyyssss me muero por leer la próxima entrega.
Salud y Libertinaje

Vulcano Lover dijo...

Saludos a todos... Claro, claro, no os preocupeis... El relato estaba escrito entero desde el principio. Sólo que me parecía un poco sádico escribirlo entero porque era muy largo (estas cosas del blog, que quizá no es el formato ideal para algunas cosas).
lobogrino, gracias, pero sigo sinpoder entrar en tu blog. Lo leo pero no hay manera de comentar.
pe-jota, pues sí, tienes razón, las conexiones, el azar, los cruces humanos, son el hilo de la vida, y del mal entendido destino... Besos, desde estos hilos que nos cruzaron.
Migkel, como en todo, también en la familia las personas con sombras ejercen ese magnatismo de lo desconocido, imagino... Oye, claro que haremos el intento para encontrarnos por ahí... En un par de semanas ya.. Cómo pasa el tiempo. Besitos, nene.
mart-ini, qué, nme has leído ya??? jejejeje... Se te he echado de menos por aquí, guapo. Besos sin permiso.
Anita, mañana mismo cuelgo la continuación... con música incluída. Estoy contigo, entre personas especiales (o al menos entre personas afines) la confidencia siempre encuentra el mejor cauce... Besitos, guapa.
inquilino, jejejeje, por qué será que te sonaba... Al final no nos hemos visto. Espero que hayas tenido un bonito puente. Besitos
Nat... No, no hemos comifdo cocido... pero, y lo bien que nos lo hemos pasado... Eh!!
Pedro Pues sí, sí, sí... mañana mismo sigo... Por cierto, que no te contesté... No tengo vodafone :-( Pero bueno, te lo contaré con calma, que es más larga la histpria... Un beso guapetón.
ivansergi: Creía que habías dejado de leerme, niño. Tú sí que eres misterioso... Nada sé de quien eres ni de dónde sales, menos aún que la tía Teresa... Jejeje, pero bueno, esperoque me dejes alguna pista para al menos tirar de ella... Claro que tienes permiso, hombre... Besos de vuelta.
gatito... Jejeje, como bien sabes, seguro que ya imaginas que en realidad esas cositas que te crean tanta curiosidad vas a tener que dibujarlas tú... Sé que sabes de mi querencia por la omisión, por la elipsis... Je je je,pero no te preocupes, que daré más pistas... Sabes?, en el fondo,cuando imaginé esta historia perfilé mucho más esos detalles de qué había sidode la vida de Tía Teresa, pero es que me salía el argumento de una novela de tantas cosas que pasaban... Así que tuve que recortar... Pero si quieres un día hablamos tú y yo y te las cuento... QUizá aún pueda construirse una novela a partir de este cuento...
Besos libertinos y libertarios.