19 de enero de 2007

La eternidad en un instante

No era extraño obsesionarse con aquella música salida de otro universo. Escuchada en el Cd siempre nos había desconcertado por su aire de otro planeta, por su estrecho pasillo hacia el vacío, hacia el desasosiego de una existencia que ya nos mordía en las esquinas. Pero tener el chelo allí delante y la partitura junto a él era diferente... Recuerdo la fruición con la que fuimos buscando las notas del pentagrama sobre el diapasón. Aparentemente no había artificios, las notas eran fáciles de encajar. No había virtuosismos, la melodía era diáfana y sencilla, como una cancioncita que se nos iba hundiendo bajo la piel a medida que las frases que conseguíamos componer eran cada vez más y más largas. Al cabo de un buen rato, casi nos era familiar aquella falta sutil de tonalidad que planeaba sobre las cuerdas, aquella extrañeza que surgía de repente en el medio de una obra compuesta hacía más de doscientos años, en plena efervescencia barroca. Más allá del misticismo que parecía haberla inspirado, daba la impresión de que aquel hombre había conectado con un cosmos infinito, situado más allá de razones y de moldes. ¿Recuerdas tan nítidamente como yo cómo se nos clavaban los tímidos silencios, cómo aquellos graves descendían y tensaban la piel y el deseo? Un deseo de quebrar la realidad y conquistar el infinito, un deseo de salir de nosotros mismos, de dejar de ser, para poder ser un momento, un instante, sin el inevitable peso de la existencia. Sí, fue solo un segundo, quizá menos, y quedamos para siempre enredados en esa melodía circular, en ese final que nos llena de estupor, que se desliza por la razón levantando la fina membrana que la adhiere al deseo, uniéndonos a través de la carne y el ardor, marcando con los huecos entre las notas esa invisible cadena que ya nos une para siempre: la de la no-existencia, la de la oscura incógnita del salto a la nada.
Bach - Cello Suite No.5 iv-Sarabande

5 comentarios:

NaT dijo...

Tambien vengo a darte los buenos y nublosos días. ¡qué triste se ven los árboles desnudos desde esta ventana!

Mi relato no es triste, el tuyo me ha sonado más triste aún. Será que el sentido de la música junto con el de la imaginación se unen y nos transportan a la melancolía de la madera del chelo, que sigue conservando ciertos tintes de prados, de sueños y de deseos...

Un besote.
Este finde no andabamos ocupados los dos???

Pedro-Abeja dijo...

Finalmente, esa vibración entre las piernas no ha hecho que me entren ganas de suicidarme. :P

Por cierto, ya tengo nuevo blog.

Un besazo.

Alfredo dijo...

Es lo que tiene practicar sexo con música de Bach: ¡Te quedas colgado del salto a la nada!
Ahora en serio: bonita música, precioso post.

Javier dijo...

Curiosidad de curiosidades, escoger esta pieza una zarabanda, una danza, pero una danza tan alejada de aquellas composiciones rápidas y ligeras propias del siglo XVI y que nuestro muy decente y catolicísima majestad Felipe II prohibiría por lascivas. En contraste nos traes esta mejestuosa y lenta obra barroca, parte interrante de la Suite Barroca, música para el alma y los sentimientos, y como toda música barroca con su caracter envolvente con la cual el infinito parce más cercano.
Oyendo esta pieza que nos propones no puedo dejar de recordar aquella otra Sarabande que Stanley Kubrick utilizaría para Barry Lyndon salida de las vituosas manos de Haendel y que tan bien marcaba el ritmo de la película y ayudaba a generar el estado de ánimo necesario, aunque tal vez muchos, por desgracia, hoy en día pensrán que es la banda sonora de un spot de una conocida marca de vaqueros Levi´s

luigi dijo...

Me salgo, en mi linea, por la tangente al circulo más o menos perfecto que es el Volcán.
Me gusta la escena de tocar el chelo dos persona... Algo asi en plan modelar barro en Ghost (antiguo si...). Cuatro manos, dos cuerpos... Sensual...
1 beso fuerte