24 de agosto de 2007
El rubio del ascensor
Inconscientemente he ido probando diferentes horas para salir de la oficina. Y he descubierto que, invariablemente, tomas el ascensor a las tres menos cuarto. Entras en él con tu sonrisa perfecta, como si las horas de oficina y peleas frente a la pantalla no hubiesen causado ningún efecto en ti. Eres alto, casi tanto como yo, de cabello rubio y espeso, que luces corto, siempre peinado con aparente casualidad, pero con evidente cuidado. Así, en la mitad del día, uno diría que nada ha tocado uno solo de esos mechones perfectamente colocados de forma armónica sobre tu frente.
Tu moreno es perfecto. Ni demasiado acentuado, ni dejando evidencia de unas vacaciones quizá demasiado cortas. Tu grado de bronceado es ideal y uniforme. Por tu gesto de indolencia y descuido cualquiera pensaría que no eres consciente de ello, que ese color es resultado natural de la generosidad de tu cuerpo. Pero en realidad sé que lo debes cuidar con un esmero casi milimétrico. Tus brazos también son perfectos, y la curva de sus músculos continúa con sumo cuidado debajo de la camiseta. De todas esas camisetas de diseño que te he visto. Aún no he observado ninguna repetida. Y todas parecen haber sido cosidas a la mediada exacta de tu cuerpo. Su longitud y perímetro son tales, que evidencian con cierta provocación la curva levísima de tus caderas y el arco inclinado de tu espalda. Y no, ninguna de las dos pasan desapercibidas a mi mirada sólo aparentemente distraída. Siempre mantienes la cabeza erguida, como si nada te afectase (ni la frenada brusca del ascensor, ni contestar las bromas de tu compañera de trabajo, ni esa llamada que te hace bajar suavemente el tono de tu voz grave), y las breves miradas que dedicas al resto son neutras y más bien distantes. Tu sonrisa, sin embargo, tiembla un poco más, dudando entre ser máscara o deseo de querer decir algo más.
Bajo esa apariencia de hombre perfecto, de esos que nunca me han gustado, ejerces un extraño influjo sobre mí.
Sin que nadie se entere, te he buscado por tu planta varias veces, fingiendo sacar un café en la máquina que está cerca de tu mesa. Y he adelantado la hora de salida para coincidir contigo en el ascensor. Ya casi he conseguido que ocurra casi todos los días, así que cuando me descubres al entrar, esbozas una leve sonrisa, que rompe un poco ese tono de seriedad que le imprimes a todo.
Hoy hemos bajado solos, y hasta te has atrevido a mirarme a los ojos. No, definitivamente no me gustas. No me gustas nada. Pero no puedo evitar mirarte. Mirarte incluso con cierta concupiscencia. No la puedo esconder. Sé que te das cuenta de ello, pero tu profesionalidad (esa con la que eres capaz de no desentonar en una empresa seria a pesar de vestir de manera informal y moderna) te impide mover uno solo de los músculos de tu rostro. Salimos a la vez, y nos dirigimos al aparcamiento casi a la par. El viento me trae tu perfume, como si acabaras de aplicarlo sobre tu piel a primera hora de la mañana, fresco, intenso... A mí nunca me sucede así, siempre pienso que el perfume se disipa a los cinco minutos sobre mi piel. No quiero mirarte más, me siento embriagado por tu perfección, que me abruma a cada paso que das, al mismo tiempo que me atrae irremediablemente. Y entramos cada uno en su vehículo. Tú, un flamante y llamativo Alfa Romeo, azul oscuro metalizado, impecable, brillando al sol con la misma perfección que su dueño. Yo, en mi viejo y destartalado turismo, que uso sólo por obligación para venir a esta oficina que está un poco en el fin del mundo. Me he sentido de repente pequeño, muy pequeño, como culpable de no poder llegar ni a la mitad del esplendor del que tú irradias. Hasta la manera en la que entras y te acomodas en el coche es impecable... Me siento mal, como revuelto. Pero me reafirmo, sin embargo, en lo poco que me atraes, eso sí, sin poderte quitar la vista de encima. Arranco el coche y me dispongo a salir. Cuando paso junto a ti, me doy cuenta de que tú aún no has encendido el motor. Permaneces inmóvil, con el cinturón puesto y la mirada perdida. Los mechones de tu flequillo aún siguen intactos, pero tu expresión está desencajada. Aminoro la marcha, inconscientemente. Tú pareces no percibir nada. Sigues mirando a la nada. Acelero y me alejo. En el último instante he visto brillar una lágrima en tu mejilla... Me voy, definitivamente, no sin cierta desazón. Una desazón que se ha instalado en mi estómago pero que se va aliviando poco a poco a medida que voy pensando en otras cosas... algo me dice que que detrás de tu perfume de y tu muralla bronceada se esconde un mundo desprotegido que nada tiene que ver con toda esa perfección que te empeñas en ejercer pero que seguramente detestas... O no, no lo sé. Nunca lo sabré.
Además, presiento que no volveré a verte más.
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13 comentarios:
Interesante relato. ¿Cuantos problemas escondidos existen detrás de esos cuerpos perfectos y caras hermosas?
¿Me permites agregar tu blog a mi lista de contactos?
Un saludo
Que chico más interesante, pero a la vez que triste el ser así de serio y distante, muchas veces la timidez es la causante de esto. Que guapo lo describes.
Un abrazo.
Yo creo que ese grado de perfección suele cautivarnos a la mayoría: la imagen de un hombre modelo, ejemplar por su corrección y aparente inalterable armonía personal, su forma indirecta de hacernos creer que su vida es magnífica, su físico perfecto, su estética ideal y su olor...
Y, claro, nosotros nos sentimos inferiores, e incluso por un intaste llegamos a creer la estúpida idea de que nuestra vida nunca será tan provechosa como la suya.
Después del 'shock' siempre aparece algún elemento que rompe con todo ese idealismo: el "modelo" deja ser tan atractivo, ya que en un momento de debilidad se muestra humano, algo que no esperábamos de él, y nos decepciona muchísmo; nosotros resurgimos extrañamente...
Viendo tal calidad en tu blog, yo también había pensado en agregarte a mi lista, ¿tengo permiso?
¡Ah! Te he tomado la palabra en relación a lo de visitar tu terrraza. Queda pendiente.
Un abrazo.
Cada quien recurre a mil estrategias,máscaras a fin de cuentas, para ocultar su mundo del exterior,para camuflar sus debilidades, las cosas que hacen sufrir, lo que les duele.
Algunos con mayor fortuna que otros.
A veces lo que utilizamos para protegernos, también nos deja encerrados.
A veces ponemos tantas puertas entre nosotros y todo lo de ahi fuera para evitar resultar vulnerables o sentirnos heridos, que en algún momento nos damos cuenta de que hemos olvidado las llaves en algún lugar, y nuestras defensas se han convertido en nuestra celda.
Sigo prefiriendo tus imperfecciones!!
Quieres decir que no es de plástico?, me resultan tan poco atractivas las personas tan puestas, por mucha naturalidad estudiada que destilen, el caso es que cuando logras cruzar dos palabras con ellos te das cuenta de su sin sustancia, y que en el fondo están muy solos, pero nunca me han dado pena.
muy buen relato pero me quedo con la belleza de la ermita del anterior. Al menos esa, nos contempla con desdén desde el paso de los siglos y no por el que simplemente ofrecen unos cuantos y perfectos mechones rubios..un abrazo
qué bien! cómo echaba de menos tus relatos! no sé la parte de verdad que tendrá esta historia. pero eres único en conseguir atrapar por un instante la belleza.
tu oficina o es muy divertida, o es tan soporífera que tienes mucho tiempo y material para idear cosas tan bonitas.
a ver si hablamos pronto.
un beso.
Y yo... que cuando subo en el ascensor con mi casi-rubio de ojazos verdes soy inacapaz de mirarle...
¡¡¡Que rabia lo de la terraza!!!
me puede el sueño, no tengo remedio (ceporra, ceporra, ceporra), el próximo día dormiré abrazada al móvil.
Besillos...
Ben
Muchas gracias por tus visitas... por supuesto que te permito... No sé qué hago mal, pero intento comentarte a ti y no soy capaz... El cuerpo es demasiadas veces una máscara..
Un abrazo
Merka
Es que es muy guapo el jodido... y está bueno... Más allá de eso, no sé si el resto es una proyección astral...
Besos.
Fran
Me encantan las reflexiones que apuntas... Por ahí iban precísametne los tiros, mi intención y mis sentimientos cuando escribí esto... Claro que te doy permiso, cómo no!!!! Ya te lo dije antes.. la cerveza te está esperando... :-PP
Un beso
Un-Ángel
Barreras y cárceles... inevitable ingeniería humana... con lo fácil que es besar, a que sí???
Un buen par de ellos...
Mart-ini
Gracias guapo, eres mi incondicional favorito.
Besos, y martinis.
Pe-jota
No sé si me da pena, la verdad... Pero siempre me ha dado pena la gente que sufre... y yo creo que estos sufren... Porque la pena es que no sólo se separan de los demás, se separan de sí mismos...
Besos.
Chico de la chaqueta azul
No sé, no sé... Yo también prefiero la ermita.. pero no puedo evitar sentir que hay algo que se pierde irremediablemente entre esas murallas... Bienvenido y besos.
Senses
Me encanta verte de nuevo por aquí... Lo de mi oficina tiene para escribir el quijote... en el fondo no creas que me inspiro tanto en ella... Un día te lo cuento... Tú siemrpe intentando desligar la realidad del deseo...
Besos.
Nat...
Sí, qué rabia... te voy a comprar un móvil con bocina supersónica, que ya te vale... se estaba tan biennnnn. Pero se nos terminó la cerveza y terminamos en el centro, jajajajajaj
Besotes.
Gracias :D... He cambiado las opciones para los comentarios en mi blog. Algo andaba mal, espero no tengas problemas ahora...
Un abrazo
ben, me temo que no que sigue sin funcionar :((
lo único bueno que pruducen las murallas
-bronceadas o no-
es un ruido precioso al caer
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