10 de septiembre de 2007

KV 622


De vez en cuando me gusta sacar por aquí a mi querido genio Wolfgang, que tanto y tanto me acompaña a diario. Siempre que vivo épocas de desconcierto y dudas, de vértigo o cambios, de decepciones o secretos, de inestabilidad o angustia acudo a él como una especie de ritual que me sitúa de nuevo en el mundo, que me libera y me calma, que me sosiega y me entrega a la sencillez de una felicidad que no renuncia a la trascendencia. Mucho de ello (pero no sólo) hay en su celebérrimo concierto para clarinete Kv622 en La Mayor, del que casi todos seguramente conocéis el adagio (usado en muchísimas películas y que está inspirado por una de las más bellas melodías de la historia de la música).

Este concierto forma parte de ese grupo de obras finales de la vida del compositor que, invadido por una fiebre descontrolada de creación, se entregó a un conjunto de composiciones (los últimos conciertos para piano, la Flauta Mágica, La Misa de Réquiem, etc.) que abrieron sin duda un nuevo camino para la música, y con las que Mozart se adentró en un territorio de intensa profundidad musical y conceptual.

Cuando apenas entendía yo de música clásica ya había leído del carácter de "Obra Maestra" de este concierto. Aparentemente y a oídos de un no iniciado en la música, la verdad es que este concierto suena como cualquier otro salido de la mano de Mozart.
Supongo que estamos acostumbrados (cada día más, lamentablemente, en esta sociedad actual en la que vivimos) a hacer análisis muy simples de la realidad. Con ello no contribuimos ni a nuestro desarrollo intelectual ni a una comprensión de todas las realidades que caben en este mundo.
¿Qué hay, pues, en este concierto, que lo hace ser una de las obras indispensables de la Historia de la Música Clásica?

Para dar respuesta a esta pregunta es necesario zambullirse en la obra con los oídos muy atentos y con ánimo de buscar ese "algo más" en las notas, en las cadencias, en la modulación del sonido, en los humores...

Un inicio sencillo, casi pastoral, nos transporta a través de una melodía alegre, casi facilona. Pero en seguida Mozart nos hace descender a la zona oscura del registro del instrumento, aunque nos deja que lo disfrutemos tan sólo un instante. A partir de aquí nos estamos ya convirtiendo en pasajeros de un alucinante viaje a través de las profundidades de lo humano, entregándonos con velocidad a experimentar el gozo desbocado de la vida y la extraña melancolía de su brevedad. El gran secreto de la dualidad en la vida: dos realidades que son una misma, porque siempre van unidas, y que en pocos músicos como en Mozart se han fusionado con tanto acierto. Conforme avanza la obra los giros en uno y otro sentido son más sentidos, ramificados en delicadas variaciones climáticas que van ganando profundidad, diversidad de temas. El lado de la tristeza se torna breve en duración, brevísimo, transmitiéndonos un vértigo que nos recorre como una descarga eléctrica. El dramatismo no nos atraviesa de lleno como en otras obras, pero la melancolía nos alcanza en el alma, y sólo estamos empezando a caer en los abismos cuando Mozart nos rescata sutil pero fulminantemente hacia la luz de la alegría con mayúsculas.
Es el primer atisbo de algo (la combinación de modos alegres y tristes sin ningún tipo de interrupción entre ellos) que los músicos del Romanticismo usaron y desarrollaron en aras de la libertad creativa en una clara ruptura con el formalismo musical clásico. Pero es que muchas de la rupturas y revoluciones musicales posteriores ya fueron apuntadas por el gran maestro salzburgués. El fresco musical con el que nos vamos impregnando destila una serena madurez y una visión del mundo infinitamente vital a la vez que no exenta de sombras. Y siempre todo ligado por el inevitable hilo de la ternura, que en Mozart adquiere siempre un carácter redentor que nos libera de toda sombra, de toda condena, de toda debilidad, de todo camino errático... El mundo es un lugar imperfecto y lleno de esquinas donde perderse en el lado oscuro y destructor. Y el hombre un ser débil y con muchos pliegues, que tuerce con frecuencia su camino atravesándolos. Pero aún así, e inevitablemente, el amor y la carne, la trascendencia de cada instante, la poderosa Naturaleza, nos llenan de una luz que se irradia en forma de ternura redentora, una ternura que se despliega poderosamente en el Adagio, y que desemboca en una torrencial cascada de gozo en el Rondó final, ya cada vez menos matizada de melancolía, contagiándonos literalmente esa “joie de vivre” fulminante, que lo llena todo.
Mozart es un compositor indudablemente humanista. Uno de los primeros en serlo, especialmente de una manera tan carnal y sentida. Su genialidad, más allá de su impecable maestría técnica como compositor, reside en gran parte en emplear su descomunal talento e inspiración en verter sobre las notas un inmenso caudal de humanidad, de trascendencia, de insospechada sabiduría que nos llena porque nos sustrae del mundo, precisamente a través de él.
Siempre he considerado que la visión de la existencia que desprenden sus obras es una visión necesaria, que me reconcilia con el mundo, con la injusticia y el dolor, que camina sobre la imperfección asumiéndola, para situarnos en la responsabilidad de aprovechar desde la luz este breve instante en que vivimos. ¿Quién mejor para hacerlo que uno de los que más se acercó a la perfección inspirándose en la imperfección de lo humano?

12 comentarios:

Anónimo dijo...

este es uno de los motivos por los que me gustaría estudiar música, y por los que me gusta comprender qué ha sentido el autor a la hora de crear su música. entender la parte racional, la parte matemática, la parte personal, lo que se quiere expresar, la parte de investigación y trabajo, lo que se esconde detrás de las emociones que nos transmite una pieza.

gracias.

Anónimo dijo...

Belississimo, belississimo texto e recordações do concerto com a Academy of St. Martin-in-the-fields, que o meu primeiro hi-fi tocava incessantemente (hoje com os CDs já não se pode ouvir o contacto da agulha com o disco...que não perturbava nada...) Anton Stadler, o clarinetista para o qual Mozart compôs o concerto tão pouco tempo antes de morrer poderá estar grato para a posteridade. Senti saudades dos teus textos e ouvir a composição faz-me lembrar que os homens embora tão imperfeitos e tão fragéis não estão tão distantes dos deuses, por isso eles são tão frequentemente cruéis, cheios de inveja...

Martini dijo...

Fíjate en mi Incultura Musical que solo lo había oido de refilón alguna vez

Francisco García dijo...

Y verdaderamente eso es lo importante. Hay que ir más allá de la métrica, de la correcta composición para entender, y sobre todo, para disfrutar.
(Acepto la doble invitación).

Javier dijo...

Espero y deso poder asistir a algún evento, por desgracia no tantos como quisiera, debido a mi trabajo, pero a algunos si que iré.

Ya encontraba yo a faltar a Mozart, jejejejejeje, como siempre se nota tu pasión. A veces me produce envidia la capacidad que posees de involucrarte en lo que escribes.

Unknown dijo...

me emociona leerte loko.
Solo conocía el adagio, que es algo que me dejó sin palabras hace mucho tiempo.... y de vez en cuando he recurrido a el para aliviar esos momentos de melancolía...
besos.

David dijo...

¿Ves cómo también te leen escribiendo sobre música clásica? jeje ¡Qué bien viene Mozart para lo tuyo!, ¿verdad?

Javier Herce dijo...

No entiendo cómo puedes saber tanto de música clásica, con lo complicado que me parece a mí!!

Arquitecturibe dijo...

conocia aquel "adagio".. pero como muchas cosas que conocemos, no sabia ni como se llamaba ni nada en especial al respecto...
pero bueno es aprender y conocer, bueno es ver cosas lindas e inteligentes, bueno es verte cuando me comentas cosas tan agradables como tu ultimo comentario en mi blog... son tantas las cosas buenas y tan desconocidas que parecen lejanas, pero estan a un click de distancia...
un abrazo desde mi lejana galaxia

Carlitos Sublime dijo...

Creí que KV 622 era el nombre científico de la margarita que ilustra tu post... ;-)

Besitos

Vulcano Lover dijo...

Gatchan
Gracias por los preciosos enlaces... ya sabes que yo soy un melómano empedernido...
besos

Antonello
Bem-vindo de novo ao meu blogue. Sempre são tão grandes as tuas palavras. Se calhar de mais para mim... Obrigado. Beijos.

Mart-ini
El adagio ese sonaba en Memorias de África, cuando iban de picnic y amansaba a las fieras... si no has visto la peli corre a hacerlo.
Besos.

Ben
De nada, amigo. Es bonito recibir tus visitas. Un beso, guapo.

Fran
Pues ya sabes... sólo dime cuándo :-P
Besos

Pe-jota
Envidia??? Anda ya... con la de cosas que sabes tú, eso sí que da envidia... Yo solo transmito lo que leo dentro de mí, eso no tiene mérito.
Besos

Ekiots.
Pues fíjate que no te veo yo a ti escuchando a Mozart... con una catana... a no ser que seas un Don Giovanni o algo así.
Besos, sí, tenemos que organizarnos.

David.
Eso es porque algunos me queréis mucho y comentais... Y luego que Mozart no es cualquier clásico, claro.
Un beso, los del wifi están de vueltaaaaaaaaa

Javier Herce
No creo que sepa tanto... en todo caso sí son muchos años siendo melómano y pensando acerca de todo esto... Es un poco como la fascinación que me produce que tú sepas tanto de Madonna, como para escribir un libro y todo, no?
Besos y ánimo.

DarkAngel
Gracias por tus palabras desde tu lejana galaxia... a veces ni escucho el click, me llegas de lleno.
Besos

Calitos,
qué cosas tienes... al final me comentas... ya sé que te gusta más contestar en los blogs frívolos... tendré que pensar en darle un cambio a este a ver si te animo más.
Besos.

un-angel dijo...

No me lo leí aún, es que tenía prisa por preguntar ¿ de verdad vas a hacerme cosquillas JUSTO AHI?
¡JAJAJA!
Un besote majo