27 de abril de 2006

Camisetas


La primavera se despliega definitivamente estos días, y casi roza el futuro verano en algunos momentos del día. Es extraño que alguien para quien el sol y la calidez de la temperatura son tan importantes como lo son para mí, sienta una resistencia tan grande a lucir ropa veraniega antes de que comience la temporada. Supongo que es un signo físico de mi natural resistencia al cambio.
Ayer, rompiendo mis barreras, estrené por fin camiseta de manga corta. Qué bien sienta el primer aire tibio sobre los brazos. Ese viento en desequilibrio de temperatura que sopla a veces cálido, a veces fresco, pero que nos hace sentir vivos, ya no vuelve a ser lo mismo cuando se instala el verano. Los días de primavera son por lo tanto únicos e irrepetibles, más que los de cualquier estación del año. Incluso el otoño camina hacia el invierno de una manera más gradual. Yo en días como éstos siento una enorme necesidad (no carente de cierta frustración), de sentir la luz, la calle, el aire, las miradas.
Tras una desastrosa sesión de cine en el Círculo de Bellas Artes, ayer necesité despedirme de mis amigas y quedarme en el silencio tumultuoso de ese centro neurálgico de nuestra ciudad. Solo, atravesado de pensamientos que me recorrían pero que no era capaz de retener, reflejándose el sol en espejos y vitrinas, parabrisas de coches en movimiento, como en un gigantesco caleidoscopio monocolor que me absorbía con fuerza. Y de repente, toda esa necesidad de primavera se vio colmada en la marea de personas en movimiento que me rodeaba. Tanta piel de repente al descubierto, los cuellos despejados, algunas miradas incisivas que recibía de soslayo... todo ello me dejaba ebrio en pocos minutos. La tristeza zigzagueaba entre mis zapatos y se filtraba en forma de palabras duras bajo mi piel. Y me detuve con calma, sintiendo la marea que quería arrastrarme y yo que necesitaba asirme a algo: luz, piel, aire, pensamiento. Entonces pasaste a mi lado. Con seguridad no eres el chico más guapo que he visto últimamente. Tampoco el más atrayente cuerpo, que envolvías en esa camiseta azul. Pero tu sonrisa me ha llegado, como un pequeño signo de esperanza. Luego me he fijado en tu piel, sonrosada y fresca, tersa, adivinando la turgencia de tu carne. Y mis pensamientos se han hecho hilo que se enreda en tus brazos. Caminando así, en secreto, detrás tuya, mientras fantaseaba en tu nuca, me has llevado a mí destino, despacio, siguiendo el ocaso, casi en una danza que me liberaba, que me hacía avanzar dentro de mí. Unos minutos después desaparecías en una estación de metro. Pero ya no necesitaba seguirte. El momento se había deshecho y de repente volvían los aguijones del pensamiento, las inseguridades del alma, la piel como un instrumento más que se pasea por las calles, las miradas de nuevo inquisidoras de mi lujuria dormida. Y mis hilos que de nuevo se deshacían en mi garganta. Supe que tu camiseta azul es un mar que ya echo de menos, un mar que me llama con insistencia, un mar al que tengo que acudir para verter los hilos rotos, para ahogar los discursos innecesarios, para dejarme llevar por el infinito rumor del oleaje, que me susurrará, como siempre lo hace, mi verdad.

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