Irónico, displicente, hasta abyecto. Así se nos muestra, entre luces y sombras, éste que es el último gran clásico de la música, que aún andaba escribiendo obras maestras cuando yo nacía... Su última sinfonía (la gran 15, de rítmica sutil y melodías subyugantes) si no recuerdo mal es del año 74. Un clásico, porque sólo de clásicas y absolutamente rotundas se pueden calificar obras suyas como la sinfonía número 5 o el cuarteto de cuerda número 8. El pasado martes, escuchando alguna de sus obras en el auditorio, de la mano de una Elisabeth Leonskaja no demasiado inspirada, retomé de nuevo con intensidad la pasión por un músico difícil, pero que indudablemente atrae con la misma facilidad fílias que fobias. Me he propuesto que alguien a quien bien quiero lo aprecie... No es tarea fácil, después de escuchar una sonata escrita bajo el influjo del asedio de Leningrado en el año 42, hundida en la atonalidad que a veces abrazó. Shostakovich, no obstante, debería ser considerado como un gran músico tonal, y su música está llena de ritmos y de melodías sorprendentes, que en su genio compositor y orquestador nos han dejado algunas de las páginas más memorables de la historia de la música clásica. Amado y criticado por el régimen comunista, supo ajustarse a su mensaje programático y temático pero siempre desde la autocrítica y el riesgo. Siendo colectividad o profunda individualidad... Jugando con la forma, atado a ella o liberándose del todo, en un ejercicio casi de burla al desmesurado debate que inspiraba aquella a los teóricos del régimen. Su música, que abarca un abanico muy amplio de colores y humores, está sin embargo profundamente marcada por un tenebrismo devastador. Su experiencia en la segunda guerra mundial, desde el asedio de Leningrado, donde escribió la primera parte de la sinfonía del mismo nombre, estrenada cuando él ya había sido evacuado, mientras caían las bombas sobre el teatro, le marcó en una oscuridad que, siento globalista y colectiva, parte del dolor individual como motor de la denuncia, que sin ser esencialmente humana, parte del humanismo como herramienta transmisora, en un difícil ejercicio que no siempre vieron con buenos ojos las autoridades Stalinistas. Quizá eso sea difícil de asimilar, pero hay que ser conscientes de que la experiencia vital de las guerras del siglo XX, con armas de destrucción masiva y medios de comunicación que dejaban al alcance de todos la imagen dura y cruel de la muerte salvaje, cuando no vivida en piel propia, marcó de alguna manera todo el Arte occidental, que se tornó oscuro y siniestro, como una necesidad de expresar el rotundo inconformismo con una Humanidad cruel y desnaturalizada que caminaba, que camina, hacia la autodestrucción.
Yo estos día necesito quedarme con su tristeza, con su profundo desgarro que nos devasta, que no deja grietas a la esperanza en un fatalismo que abandera la destrucción y el sin sentido. Los cuartetos de cuerda son buena muestra de ello. Estos días lo necesito, necesito hundirme sin grietas en la tristeza, por las calles de mi ciudad, por las calles de mi interior, por las miradas ajenas y a través de ese indefinible desequilibrio de la primavera. Siempre he ocultado que en realidad me apasionaba Shostakovich, quizá porque era el favorito de mi hermano, y yo con su visión fatalista de la vida (que de alguna forma apoyaba su música) nunca estuve de acuerdo. Pero a escondidas escuchaba con devoción sus discos de las sinfonías y de los cuartetos, y le profesé esa extraña admiración que surge desde la "clandestinidad", imaginando por ejemplo el duro, casi imposible, milagroso viajar de la partitura de la Séptima a través del frente de guerra y su posterior estreno, transmitido por radio al mundo entero, bajo el sonido de las bombas fascistas. Ahora debo ser honesto y reconocer que desde una visión que, aunque a mí me parece parcial, de la vida, Shostakovich es el último grande de la música. Inmenso me atrevo a decir. Porque es consecuente, sincero en el planteamiento e infinitamente inspirado en su trabajo. Y quien no quiera aceptarlo sólo debe asistir a una ejecución de la sinfonía número 5 en directo. Cuando la amargura le ahogue, cuando la orquesta, en su frenético final se le cuele bajo la piel y se la erice, cuando sienta que la música, incluso desde la devastación, nos libera y nos hace mejores, entonces, a lo mejor amará un poco a este músico complejo pero grande, tan grande...
5 comentarios:
Cómo se nota que Shostakovih no es Santo de devoción de muchos eh!!! (lo digo porque no caen comentarios, como cuando hablo de Mozart o Schubert)...
Pues hay que saber de todo y escuchar de todo...
Pues resulta que a mí me hace bastante tilín. Claro que también es cierto que me encanta La noche transfigurada de Schönberg. Schönberg es como la tónica, que hay que acostumbrarse. Al principio no te parece más que un montón de ruidos inconexos, pero cuando lo escuchas un poquito todo cobra sentido y surge la melodía.
Lo que ocurre es que cuando hablas de música me siento un poquitín fuera de juego.
Sí, tenía la intuición de que a ti sí que te iba a gustar...
Sí, lo de cerrarse a Shostakovich porque te deprime es muy fácil Hades, y tú no lo eres... (en eso al menos). Es como cerrarse a Chenoa porque es muy superficial... Pues tmapoco hombre... Seamos más de cosmovisión, hombre, como dices tú.
A ver... Por partes.
Fácil, fácil... Es que fáciles somos (casi) todos... En algo al menos. Sino, hay que ser verdaderos.
Debussy es el gran renovador de la música, y sin él no existirían seguramente los Schönbergs ni los Shostakovichs...
Además, Hades, no hay que olvidar que en realidad Shostakovich es el que más o menos transforma o "crea" la música de cine casi como la entendemos hoy... Otro gran renovador. Por ahí sí, ¿no??? O no te molaba aquel vals decadente que Kubrik hacía sonar en Eyes Wide Shut?? Pues era de él.
Fácil, fácil fácil... La próxima vez que me dejes te demuestro alguna facilidad..
En el fondo, Shostakovich es un lírico empedernido, y eso a mí, me puede.
Publicar un comentario