Carmen saca un poco la mano fuera de la ventanilla del coche para dejar correr la brisa entre sus dedos. Necesita aire. También su vida necesita aire nuevo, fresco, que renueve muchas cosas. Mientras Pedro conduce hacia la sierra, ambos con conscientes de que planificar un viaje para crear un punto de inflexión en la monotonía de su relación les impone también una exigencia que ninguno de los dos sabe si estará dispuesto a asumir. Por eso ambos callan. Callan y dejan pasar el paisaje casi sin mirar, ensimismados en sus pensamientos, como hacen a diario, pasando de largo por los paisajes de su día a día. Carmen, cansada de esperar que Pedro se implique más en la relación, cada día se centra más en su clase de Pilates, en su grupo de amigas cinéfilas y en Mario, con el que ha vuelto a tener hace poco un par de escarceos. Pedro, aburrido de la vida doméstica, hace cada vez más horas extras para poder evadirse de casa, porque le asfixia estar toda la tarde con Carmen, planificando la compra o haciendo planes para esa interminable obra de reforma en la cocina. Así, cuando están juntos y no hay más actividades a las que enfrentarse, terminan cada uno en un sillón, con un libro en la mano, o viendo la televisión, mirando a veces de soslayo al otro, pero incapaces de dirigirse ya una palabra que implique comunicación. Tal y como ahora se miran, de manera esquiva, evitándose en el fondo. Evitando palabras, evitando preguntas difíciles.
Carmen pone música, y Pedro se alegra, porque justo tenía ganas de escuchar esas canciones en ese momento. Y Carmen sonríe. Los árboles parecen dibujar la música a ambos lados de la autopista, y ambos piensan, con sinceridad, que su relación siempre tuvo algo de especial, de esa magia del azar que desde que se conocieron les persigue y les hace pasar buenos momentos, de esos que no comparten con nadie más. Momentos que lamentablemente olvidan en su día a día, pero que en el fondo les cuesta poco recuperar.
Cuando llegan al hotel, uno de esos nuevos hoteles de diseño construidos en ciudades de provincia, ambos salen eufóricos del coche, animados por el impulso de la música. Y se dirigen a la recepción, con el pensamiento de que ese inicio sin dudas les va a deparar resultados muy especiales. Cuando el recepcionista les entrega la llave, Carmen repara en que Pedro lleva varios segundos con su mirada detenida en el botones. Ella también se fija, con cierta curiosidad. El chico no está nada mal, y el uniforme atrevido y vanguardista que lleva, seguramente diseñado por algún modista conocido, le sienta a la perfección. Suben a su habitación en el cuarto piso. El ascensor es lo suficientemente grande para que nadie dude que caben los tres, pero adecuadamente pequeño para que la estrechez de las distancias cree cierta sensación de ruptura de la intimidad.. En él, la sonrisa del chico se ha clavado incisivamente en retinas y espejos. Carmen se siente a gusto. Pedro también.
La habitación es preciosa, y Carmen siente nada más entrar unas ganas enormes de usar el baño, cosa que hace con la rapidez y la curiosidad de una niña traviesa. Sí, realmente el baño es el mejor rincón de la habitación. De curvas provocadoras y colores tenues, está equipada con sales y velas, y resulta ideal para tomar un baño caliente. Así que antes de volver al dormitorio para buscar su bolsa de aseo, Carmen se preocupa de dejar abierto el grifo a una temperatura tibia, casi caliente.
Pedro ha desaparecido, y cuando se acerca a la puerta a mirar en el pasillo, casi se tropieza con él, que entra de nuevo en la habitación.
- La propina, nos habíamos olvidado de la propina-
Pero Carmen sólo piensa en el baño caliente de sales que les espera. Sin dudarlo, se desnuda en un instante, y corre a la bañera sinuosa, en la que ya se levanta con abundancia la perfumada espuma.
Dentro de esa bañera todo parece diferente. La luz, las miradas, incluso las palabras de uno y otro tienen un eco distinto. Ambos creen que el viaje sí comienza a producir un cierto efecto de cambio en los dos. Y así, su particular teoría del azar comienza a desplegarse. Saben que cuando están de buen humor, la suerte siempre les favorece, y todo les sale bien. Y el fin de semana, con cierta complicidad, empieza a sonreírles... Llegan a los monumentos en las horas de menor afluencia, escogen restaurantes especiales, encuentran a gente interesante en los bares, se sienten ocurrentes y predispuestos a sentir lo desconocido sin barreras, se llenan poco a poco de una sensación creciente de que la vida puede ser algo nuevo a cada instante, sintiéndose unidos por vivirlo juntos.
Dentro de esa bañera todo parece diferente. La luz, las miradas, incluso las palabras de uno y otro tienen un eco distinto. Ambos creen que el viaje sí comienza a producir un cierto efecto de cambio en los dos. Y así, su particular teoría del azar comienza a desplegarse. Saben que cuando están de buen humor, la suerte siempre les favorece, y todo les sale bien. Y el fin de semana, con cierta complicidad, empieza a sonreírles... Llegan a los monumentos en las horas de menor afluencia, escogen restaurantes especiales, encuentran a gente interesante en los bares, se sienten ocurrentes y predispuestos a sentir lo desconocido sin barreras, se llenan poco a poco de una sensación creciente de que la vida puede ser algo nuevo a cada instante, sintiéndose unidos por vivirlo juntos.
La noche del sábado deciden salir de copas y a bailar un poco. Hace tiempo que pasan los sábados en casa viendo cine o cenando con amigos, pero volviendo a casa siempre antes de las dos. Planear algo en el fondo tan banal les llena de ilusión, como si con ello rompieran esas reglas invisibles que sin querer se han impuesto. Mientras Carmen se arregla con esmero, Pedro rompe la etiqueta de su nueva camiseta de diseño, con la que está francamente muy atractivo. Ambos vuelven a sentir de repente esas ganas de noche que no tenían desde la adolescencia.
La vida nocturna parece animada y los locales cuidados y con música bastante interesante... Con cierta sensación de novedad que la situación les provoca, entran en un local que Pedro comenta que le han recomendado en el hotel. Es ciertamente agradable. Pedro se dirige a la barra a pedir un par de gin tonics mientras Carmen acude al baño, al tiempo que suena el último éxito de su grupo favorito. Al regreso, encuentra a Pedro hablando con alguien en la barra. No puede ser, piensa, ¡si es el botones de ayer! Supone que ha reconocido a Pedro y han comenzado a hablar. "
-Mira Carmen, me he encontrado aquí a... ¿cómo te llamas?, disculpa, no nos hemos presentado-
-Jaime, me llamo Jaime-
Y Jaime resulta ser esa compañía perfecta que la noche requería. Estudiante de Filología en último año de carrera, se gana un sueldo extra haciendo horas en el hotel. Su conversación es agradable, casi tanto como su físico generoso y perfilado, de músculos curvos y geometría más que deseable. A lo que añadir un rostro mediterráneo muy atractivo, con una de esas sonrisas que provocan sin querer. Pero de él emana una fuerza especial, una capacidad de empatizar que en seguida les hace sentir cómplices. En un par de horas, tras varios gin tonics más, ya se han hecho inseparables. Se dejan llevar de un bar a otro, parándose en las plazas de piedra de la ciudad vieja, y han hecho planes de viajes, de proyectos comunes y de escapadas de Jaime a las noches de Madrid con ellos. Carmen se siente libre, desprendida de todas sus obligaciones desagradables. Como si su viaje hubiera sido al otro lado del planeta, como si llevaran ya semanas y semanas de ruta, Pedro también se siente lejos de Madrid. Y se siente extraño, comprobando con sorpresa que por primera vez su atracción por un hombre no encuentra barreras ni busca esquinas en las que esconderse. Ha dudado mucho antes de dirigirle la palabra en el local, pero desde que lo vio en el hotel lo lleva incrustado en el pensamiento. Con aquella propina en el pasillo, sus miradas se habían cruzado con cierto deseo, y él, con un arrojo poco común en su comportamiento, le había pedido recomendación de algún sitio agradable donde tomar una copa. Y allí estaba. Le ha rozado ya un par de veces en la mejilla, y otra le ha tomado por la cintura, una cintura que ha comprobado tibia y acogedora. No le importa que Carmen le observe. Siente también en sus ojos cierta excitación. Indudablemente, Carmen debe sentirse atraída por Jaime. De hecho, le ha pasado ya la mano por la cadera y se ha detenido, sintiendo la blandura de su carne bajo la palma, mirando fijamente a Pedro, como buscando su aprobación. Carmen siempre ha sabido que a Pedro también le gustaban los chicos. No está segura de que tenga relaciones con otros hombre, y tampoco ha osado sacar el tema. ¡Las tardes se pasan tantas veces sin hablar de nada realmente importante! Ella siempre evita hacerse a la idea. Siempre destierra de la cabeza imaginar una escena en la que Pedro tenga sexo con otro chico. Pero ahora que ve su atracción por Jaime, ahora que siente cómo coquetea con él, descubre que no le importa, que no le hace daño. Es más, se siente cómplice en su competición por atraer su atención.
Los gin tonics siguen su curso, continuos en su destello azulado sobre las barras por las que van pasando, bajando por las gargantas al ritmo de las músicas que les van habitando la noche. Mientras, las miradas se cruzan y se enredan entre los tres, como también sus manos han empezado a cruzarse y, poco a poco, detienen más los segundos que mantienen el contacto, ese roce divino de la piel que comienza a despertar un deseo creciente. La ginebra sigue durmiendo sus prejuicios, al tiempo que sutilmente despierta esas libidos oscuras que descansan en rincones insospechados.
Al cierre del último local, ninguno de los tres sabría decir cómo, pero sus pasos se dirigen hacia el hotel, llevados por una inconsciencia que parece no tener voluntad, pero que el agudo deseo mueve certeramente. Ninguno habla, todos se miran intensamente. Como si todo hubiera sido premeditado, entran los tres en el hotel y suben a la habitación. La voluntad parece no tener dudas, y ninguno se atreve a decir nada, como con miedo de romper el camino tórrido de sus pasos. Silencio a pesar de lo inusual de la situación. Y entonces, como si hubiese mediado un escrupuloso guión en el desarrollo de sus actos, los tres se dejan caer en la cama abrasados de deseo, y se arrancan la ropa con avidez. Los besos derraman la amargura del alcohol en las bocas de todos, y las lenguas, al cruzarse, al enredarse, saborean el mismo zumo, la misma necesidad de sexo. Pedro abraza a Jaime y lo acaricia con una pasión que Carmen desconoce. Pero lejos de asustarla, le excita mucho. Les observa durante largos minutos en los que se masturba lentamente, desbordando de imágenes su fantasía, respirando profundamente mientras se acerca con una mano y toma ambos sexos con ella. Jaime la abraza y la posee, y Pedro les mira, excitado también, sintiéndose por primera vez en mucho tiempo desnudo de verdad, y libre, inmensamente libre. Y se acerca a ellos enredándose entre sus sexos. Y se quedan así durante muchos minutos, convertidos en piel y deseo, sintiendo la excitación crecer, manteniendo el clímax durante un larguísimo éxtasis que colman tres orgasmos incontenibles, abundantes, ruidosos, como un océano de agua azul oscura... Y así quedan, enmarañados sobre la cama, con las manos aún pendientes de caricias lentas que se desplazan por muslos y caderas. Cayendo con lentitud en un sueño espeso y dulce, arropados por el calor de las pieles ajenas.
Al despertar, sienten el fresco de la mañana sobre sus espaldas. Jaime ya se ha vestido, y esta peinándose en el lavabo. Debe hacer turno de mañana y ya es la hora. Les sonríe por última vez y les deja su número de móvil escrito en un papel. Se despide con un beso en el aire y sale con sigilo. Pedro y Carmen se miran. Sienten algo roto entre sus miradas. Pedro vuelve a sentirse desnudo, pero ahora ya no le gusta. Carmen desvía la mirada y se apresura a ir al baño. Durante la mañana, ninguno de los dos dice nada. Carmen es la primera en hablar.
-Si nos volvemos ya, no pillaremos atasco-
-Sí -
Y vuelven ambos al silencio. Entran despacio en el coche y se hunden en una sordina de la que no querrían despertar jamás. Ninguno quiere pensar en lo que ha pasado. Ambos saben que nunca más lo van a hablar. Pedro, embriagado aún por el olor de Jaime, decide enterrarlo lentamente en su intimidad más secreta mientras observa la carretera que se extiende delante de él. Áspera, descendiendo por la montaña, como descienden poco a poco sus deseos, sus sensaciones de la noche. Piensa en la semana, en lo cómodo de la jornada laboral, en las agendas que esperan en la oficina, programadas de antemano, sin posibilidad de cambios, sin opción a la duda, al qué hacer. Saborea ya el despertar del lunes, y su planificación semanal, fácil, sin complicaciones. Carmen mira los árboles del camino. Pasan rápidos y en seguida quedan atrás. En cada uno imagina una de las caricias de la noche anterior, una de las imágenes que aún conserva su retina, que también van quedando atrás poco a poco. El ronroneo del coche le trae sueño, y unas ganas enormes de volver a la monotonía, a las clases de Pilates, a quedar con Mario el martes a la salida de su oficina, o a volver a mirar aquellos muebles color beige que tanto le gustaron para la cocina. Piensa en el lunes, sana y salva mientras toma la ducha antes de partir para la oficina, y se deja invadir por esa dulce anestesia de la disciplina... Sí, es eso lo que necesitan, piensa. Y cierra los ojos.
Sobre la mesilla del hotel, ninguno se ha atrevido a coger la nota con el teléfono de Jaime.
5 comentarios:
Ufff, subidon... estás echo pa'la literatura erótica...
Un beso, con tu permiso
Por cierto ¿Por qué no cogieron el teléfono?
Ays, eso me pregunto yo, Mart-ini, por qué no lo cogerían... Y es que el Jaimito éste prometía bastante, ¿no crees? Pero así es a veces el miedo a lo desconocido, supongo...
Gracias, me alegro que hayas disfrutado con él.
Permiso concedido para el beso, y solicitud para enviar otro de vuelta.
Relatos eróticos... me encantan.
Uy, mucho me temo que esa rutina no podrá calmarles, no después de conocer tan bella y excitante anestesia. ¿Puede el oso renunciar a la miel después de probarla? Me temo que no. Por mucho que trate de alejarse y no pensar en ella, acabará regresando y destrozando el panal.
Gracias por la visita, J.H. si buceas por el histórico descubrirás más de uno por ahí...
Inquilino... me temo que hay por ahí más de uno que tiene férreas disciplinas que ni el más goloso de los instintos podría torcer... Aquí, sobre todo, supongo que juega mucho el miedo, el miedo a perder cosas, el miedo a lo que no conocemos...
Al final vamos a hacer dos grupos... En uno los intrépidos y fáciles para el arrojo carnal... En otro, los miedosos y constructores de barreras, difíciles para dejarse caer en otros brazos sin red de seguridad...
¿en cuál estáis cada uno de vosotros???
(yo en el primero, sin dudarlo, jaj aj a)
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