Hay noches en las que el viento golpea en umbrales y ventanas, susurrando que le siga. O quizá es la luna que me mira inquieta e insistente desde las esquinas del cielo. Nada puedo hacer para evitarlos. Sólo abrir mi carne a sus huracanes y desatar la tempestad en mi interior.
Su furia entra en mí descolocando todo, abriendo todas las puertas, despertando todos los fantasmas pasados, tensando los nudos del dolor olvidado, retorciendo las nubes de la razón y exprimiéndolas hasta escupir su zumo de maldad oscura.
Esas noches, las barreras desaparecen, el vértigo de la existencia cabalga sobre la nada y los hilos de la consciencia se desdibujan para dejarme en encrucijadas de laberintos que no tienen salida. Perdido en ellos, me abandono a la fiebre de mi propia existencia que, como un virus, llega con sus tropas beligerantes para avasallar mi sueño, despertando caballeros negros que alzan sus armas de acero y me atrapan en una suerte de tela de araña que se cierra con parsimonia en su precisión.
Mis batallas las decido yo, pero en la confusión de estímulos de la noche, esa maraña de desorden existencial se agudiza en segundos interminables. Entonces, la espera amarga paraliza mi esperanza y contemplo, como en una estampa del Bruegel más oscuro, la inusitada independencia de mis temores. En el limbo difícil de la acción y la parálisis, me torno un estúpido cobarde de mi perversidad.
Esas noches, las barreras desaparecen, el vértigo de la existencia cabalga sobre la nada y los hilos de la consciencia se desdibujan para dejarme en encrucijadas de laberintos que no tienen salida. Perdido en ellos, me abandono a la fiebre de mi propia existencia que, como un virus, llega con sus tropas beligerantes para avasallar mi sueño, despertando caballeros negros que alzan sus armas de acero y me atrapan en una suerte de tela de araña que se cierra con parsimonia en su precisión.
Mis batallas las decido yo, pero en la confusión de estímulos de la noche, esa maraña de desorden existencial se agudiza en segundos interminables. Entonces, la espera amarga paraliza mi esperanza y contemplo, como en una estampa del Bruegel más oscuro, la inusitada independencia de mis temores. En el limbo difícil de la acción y la parálisis, me torno un estúpido cobarde de mi perversidad.
El primer rayo solar suele soplar con furia al desconcierto y establecer de nuevo los límites, las puertas y pasillos, las cerraduras, las estancias seguras del fantasma. Lo difícil es cuando el día trae la lluvia espesa y el crujir agudo de los truenos con él, como hoy. Entonces, sólo el olor de tu piel puede salvarme. Tu cuello blanco aún dormido, la esencia de tu oído, la blandura de tu boca plegada. Y sólo el frenético ritual del sexo desmedido impone la certeza de la carne en mi razón. Sexo en el abrir del día oscuro, deseo como salvación y espanto, amor desesperado como soplo de aire en mis desequilibrios. Sólo entonces abre el día en mi corazón, sólo entonces me redimo y me entrego de nuevo, doblado, a mi verdad, a mi dependencia del mundo y de quererte, sanado al fin.
3 comentarios:
nunca he creido en el alma... solo en el cuerpo, porque lo más trascendente se expresa en actos físicos, táctiles, olfativos, visuales... porque solo me creo a aristóteles y a hume... porque quizá mi fascinación por la literatura es el arrebatado intento de convertir en palabras lo que siempre es piel
esa nuca, esa espalda, ese lugar al que te aferras no cabe en un relato y, sin embargo, es el tema por antonomasia de la literatura
sin ambages y sin cursilerías, no es más que el tema del amor en estado puro, con sus oscuridades y sus luces, con sus tormentas y sus claros de sol
disfruta de ese sol al calor y la vehemencia de tu volcán y de su lava: tu espalda -la que dibujas con tanta pasión y sin ñoñería alguna en la respiración de tu relato- bien lo merece
Sí, yo soy también un convencido del cuerpo... Para mí el alma sólo existe como invención del propio cuerpo y parte indisoluble de él... Y todo a pesar de que de lo que me conoces no te lo creas... Pero sí. Y la vida no hace más que demostrármelo. Por eso me agarro a ella (a la vida, a la carne) con tanta ánsia, con tanta necesidad, con tanta desmesura...
Tengo miedo a perder la maravilla
de tus ojos de estatua y el acento
que de noche me pone en la mejilla
la solitaria rosa de tu aliento.
Tengo pena de ser en esta orilla
tronco sin ramas; y lo que más siento
es no tener flor, pulpa o arcilla, para el gusano de mi sufrimiento.
Si tú eres el tesoro Oculto mío,
si eres mi cruz y mi dolor mojado,
si soy el perro de tu señorío,
no me dejes perder lo que he ganado
y decora las aguas de tu río
con hojas de mi otoño enajenado
F.G. LORCA
ays, vulcano, suscribo las palabras de cinephilus.
Y es que con tanto cursi y tanto ñoño suelto por ahí se agradecen enormemente tus relatos
Besitos ;-)
PD. Qué poder el del cuerpo si es capaz de inventar algo que lo trasciende de esa manera. El cuerpo, un todo, creando una parte que llega a ser mayor que el todo. Qué maravillosa puede llegar a ser la química :-)
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