1 de febrero de 2007

Ejercicios anti-invernales

Disfrutar del poder benéfico del sol templadito en estas fechas en las que lo gris y el frío, la ausencia de luz y su apariencia estrecha dominan corazones y ánimos, no es siempre un ejercicio al alcance de cualquiera. Y para mí, gran afectado de estas cuestiones, debería ser un bien de primera necesidad. Esta mañana me entraba el frío por la abertura del abrigo y entre los dedos de mis manos sin guantes (por qué diablos pensaría yo que no hacía tanto frío??). Se me hielan las orejas y los labios, y el viento afilado me entorpece el caminar por la calle...
A falta de poder chasquear los dedos y trasladarme a otras latitudes donde, por mucho que mi razón tenga dificultades para asimilarlo, en este mismo instante el verano toma lugar en la más tórrida de sus expresiones, yo llevo a cabo un apaño más peregrino.
Es curioso cómo podemos perder la conciencia de la existencia del verano cuando pasamos por estas fechas de días cortos y fríos... pero así es. Sucede, en este mismo instante, al otro lado del globo. Pues, como les decía, a falta de apoyo financiero que me permita vivir (aparte de sin trabajar) viajando continuamente en búsqueda del tiempo veraniego, debo conformarme con el sucedáneo de mi propia y poderosa capacidad de sugestión, alimentada por mi menos poderosa, pero vehemente memoria de veranos mediterráneos... Lo malo es que también me sucede al contrario: en esos días de calor robados al hedonismo de, pongamos, una playa en el mar Egeo, o una colina sobre el Adriático, me suelen venir a la mente con la extrañeza (la misma) de la razón para asimilar la existencia contemporánea de una realidad así, esas imágenes del invierno y los abrigos, las bufandas sobre la cara, el frío en la piel... ¿por qué será? y es que confieso que me gusta pensar con frecuencia en situarme en ese otro momento futuro y diametralmente opuesto del año, en el que estaré pensando en éste mismo. ¿Simple mecanismo mental para inmortalizar la experiencia en el recuerdo o masoquismo conceptual?
A mí, ayer tarde, en la casualidad de toparme en mi terraza con el sol que se ponía, y dejaba una luz extraña y anaranjada, sin saber por qué, se me vino a la mente aquella pequeña bahía desierta en la que atracamos, hace ya tres veranos, en la costa de Turquía. Cómo estábamos casi solos en ella. Y cómo aquella puesta de sol, olímpicamente lenta y ambarina, nos dibujaba el placer en las miradas, y en las respiraciones. Y cómo lo prueban aquellas fotos llenas de felicidad y amplias sonrisas, viradas al naranja del sol eterno del mediterráneo oriental, que corrí a mirar justo después. Y cómo aquella noche, en el silencio de aquel vericueto de mar lleno de ecos de Grecia, la escuchamos, y bailamos sobre la cubierta del barco, frenéticamente, febrilmente, como con todo lo que ella canta: con pasión y elegancia, con ritmos de un oriente embriagador, inspirador... Les dejo con ella, con Eleftheria Arvanitaki, una de mis musas. Muévanse con su voz. De seguro hallarán la luz del sol y la sal del mare nostrum, como adheridos repentinamente a sus pieles.
(aquí tienen el enlace al texto que escribí el año pasado después de su concierto en Madrid en Mayo)

5 comentarios:

NaT dijo...

Es lo que tiene ser de sangre caliente ¿Verdad Vulcanito? que este frío nos deja medio lelos, amen de tener la cabeza siempre puesta en rayos de sol opuestos.
Y a mi que el frío, aunque no anto, me encanta. Ese letargo que te proporciona, el olor del hogar, los crujidos de la madera en la chimenea, el silencio de la nieve cubriéndolo todo y el siseo fantasmagórico del aire por losr esquicios de la puerta y entre los árboles...
El invierno es más propicio al miedo ;)
Un besote cálido, anoche es que no estaba, hoy hablamos un rato ¿vale?
NaT.

Alfredo dijo...

Oh-Oh. Elefteria. Grecia. El Egeo. Me has tocado en mi punto débil. Efjaristó polí, y ya vendrá el verano!

Anónimo dijo...

Nada, que no hay manera de coincidir...
A mi es que me encanta el invierno. Me encantan los días nublados, fríos y grises, la niebla. Me dan vida. En cambio el sol me aletarga, me da dolor de cabeza y me cabrea (a veces pienso si no seré un "vampigrino"). Me paso el invierno diciendo: "que no llegue el verano". Y cuando este empieza a declinar empiezo a vivir.
Yo como tú pero al revés: cuando tenga mucho dinero me iré a vivir a la amada Irlanda. A disfrutar de nieblas y días grises que dan vida a mi espíritu y a mi mente.
Quizá escuchando a tu Eleftheria: preciosa música.
Un abrazo, amigo.

Anónimo dijo...

anoche me senté encima de la estufa. si señor puse mi culito encima de esa cosa q suelta tanto calor hasta que empezaron a subirme las calores.

esta mañana, al salir de casa me di cuenta que no era un dia tan malo, asi que voy la mar de contento y sin el gorro pq las orejas no me duelen del frio :)

(como odio que el frio me obligue a ponerme un gorro feo)

hermes dijo...

El Egeo, la noche en la PLaka de Atenas, las Islas, la Costa Turca, que recuerdos inolvidables..... y ahora tu me descubres a Elefteria, fantástica.
Gracias Vulcano.