28 de abril de 2009

Schubert y la piscina.

“I wish I had one friend I wasn’t destined to loose.”
She looked at me with a pensive smile.
“You’re speaking volumes, my friend, and tonight we’re doing short poems only.”
She kept looking at me. “I feel for you.” She brought her palm in a sad and lingering caress to my face, as if I had suddenly become her child.
“You’re too young to know what I am saying -but one day soon, I hope we’ll speak again, an then we’ll see if I’m big enough to take back the word I used tonight. Scherzavo, I was only joking.” A kiss to my cheek.

André Aciman, Call me by your name, 2007.

Alex sentía el sol evaporar las últimas gotas de agua de la piscina sobre su espalda. El calor era asfixiante, pero aún incapaz de sofocarle debido a la humedad fresca proporcionada por el chapuzón. Frente a él, Fede permanecía en un delicado estado de modorra, a pleno sol, sin que una gota de sudor apareciese en su frente. ¡Qué resistencia!, pensaba Alex. Las últimas palabras de la conversación previa a sus cuatro largos aún se repetía como en eco en su memoria, casi aún en la piel de sus oídos. Como con otras personas a lo largo de su aún breve vida, Alex acababa de descubrir que de aquellas tardes de verano en la piscina o paseando en el jardín botánico, la amistad con Fede se cristalizaba con una especial fuerza y profundidad. Con una complicidad que surgía imparable, como indestructible, con ese ímpetu de lo que pensamos que nunca se puede desvanecer.

Alex, debido a su timidez, siempre había sido muy lento haciendo amigos, y aún más intimando con ellos. Necesitaba una empatía extraordinaria para lanzarse y confiar en alguien. El fantasma de la pérdida y del dolor le acechaban con frecuencia, como una sombra viva a la que la felicidad siempre despierta. Alex sentía un miedo inexplicable, un miedo confuso que se mezclaba inevitablemente con aquella otra sensación de no tener ese "mejor amigo" del que todo el mundo siempre habla. Alex se sentía como huérfano vital, incapaz, imperfecto, discriminado. En aquel instante, oyendo las palabras de Fede golpear aún en la frontera de su vulnerabilidad, Alex se sentía extraño y feliz. Decidió justo entonces que sacaría de la mochila el libro que le había traído como regalo atrasado de cumpleaños. Mientras Fede seguía inmutable sobre la toalla, tomó su bolígrafo y se dispuso a escribir en la primera hoja en blanco del libro una pequeña dedicatoria.
"Te doy permiso para entrar en mi vida", o algo así debía poner, "pero si algún día has de salir, por favor, hazlo despacio, de puntillas, para no perderte de golpe, para que pueda, al menos, prepararme y conservar algo de ti."

Parecía que el tiempo se hubiese detenido, hasta el barullo continuo de la piscina se había acallado, cuando Fede abrió los ojos y Alex le tendió el libro con una mueca entre tímida y orgullosa. La sonrisa de Fede al leer su pequeño texto, su diminuto guiño, casi imperceptible, animándole a lanzarse prestos al agua, le devolvieron el ruido y la realidad de nuevo. Siguieron hablando de otras cosas, de otras personas, de sus vidas y de las de los otros. Y siguieron así el camino de una amistad de esas que no entiende nadie.

Pero Fede se marchó un día. Sin imaginarlo él, pero se marchó para siempre. De golpe y enojado con Alex, destruyendo aquel castillo que de repente se transformó en arena frágil que se desmoronaba. Y el miedo de Alex lo invadió todo para siempre, asaltado de dolor, ahogado por la incomprensión de ver tanto empeño, tanto sentimiento y vehemencia, tantas palabras y tantos minutos transformarse de camino en vía muerta, como una macabra metáfora de la vida, con el incisivo y hondo dolor de las cuerdas de ese quinteto que tanto le gustaba, pero que también tanto le perturbaba.

Aquella tarde se quedó adherida en su memoria como un refugio del último instante de inocencia y felicidad confiada, como su pequeño Schubert personal y privado.

6 comentarios:

Gus Planet dijo...

Querido Vulcano. maravilloso tu relato, me he sentido identificado porque más de una vez me ha pasado lo mismo con amigos que uno cree a veces 'son para siempre'...
Creo que cuando te pasa sufres, hasta que con el tiempo y otras experiencias te das cuenta que esa persona estuvo a tú lado porque era lo necesario en ese momento ... luego uno crece, cambia, se muda, adquiere otras vivencias y el tiempo hace el resto ...


"...Te doy permiso para entrar en mi vida", o algo así debía poner, "pero si algún día has de salir, por favor, hazlo despacio, de puntillas, para no perderte de golpe, para que pueda, al menos, prepararme y conservar algo de ti..."

Me encantó la dedicatoria ... mmmmmmmm la podría utilizar?, en tú nombre, claro!

senses and nonsenses dijo...

nadie nunca se marcha para siempre. permanecen en nuestra memoria, aunque pretendamos apartarlos de nuestras vidas para siempre.
¡cuánto te está gustando! Call me by your name.

un abrazo.

Javier dijo...

La vida es una aventura, nunca sabemos que pasará ni como evolucionarán las cosas, pero si algo aprendes es que nunca nadie se va del todo, ya que nuestra memoria siempre retiene parte de esa realidad que parece haberse esfumado pero que en realidad ha pasado a formar parte de nosotros.

Anónimo dijo...

las despedidas de las que note das cuenta parece que se asumen mejor, pq se toman como parte natural de una relación y no como una decisión consciente.

Argax dijo...

Y es que Alex estaba predestinado a perder a Fede. Tal y como lo cuentos, por sus reservas y su miedo no podía haber pasado otra cosa. Aun así dan ganas de tomarse un café con Alex y escuchar su corazón cicatrizar.

Un beso.

Unknown dijo...

Mi querido David. Después de escribir un texto que escribí pensando en un párrafo del libro que leo, veo que haces algo parecido. A veces los hilos de los que siempre hemos hablado nos da sorpresas en forma de sonrisa.

Qué bonito que una amistad se forme a base de sentimientos y palabras, y qué triste que fulmine de esta forma. Gracias por compartirte tanto.