El hasta ahora interesante Roger Gual cuenta con una voz propia a la hora de hacer cine que en este momento de falta de ideas se agradece. Nos ofrece, esta vez en solitario, Remake, una película desalentadora sobre el ocaso de la utopías, el fracaso del idealismo, la estrechez de los modelos de vida, los abismos generacionales, y tantas otras pequeñas cosas que se cuelan entre las palabras del metraje. Porque el gran acierto de esta película, a mi parecer, es el dialogo, un dialogo que surge absolutamente vertebrador, demostrando que, sostenido por sólidas interpretaciones (salvo pequeñas excepciones, como es el caso aquí) un buen diálogo y poco más pueden ser suficientes para hacer cine con mayúsculas. La espontaneidad es abrumadora y sólo falla en contadas ocasiones. La película adolece quizá de algunos momentos algo impostados y no todos los personajes son del todo creíbles. Pero el ritmo y la sinceridad de los diálogos dejan esos pequeños desajustes en el olvido.
Reconozco que he salido del cine hundido en una amargura que la película se encarga de ir contagiando a medida que las rupturas dramáticas se suceden en este fin de semana de un grupo de personajes y sus hijos que después de veinticinco años se reúnen de nuevo para recordar los tres años que pasaron en comuna en una masía. Salvo uno de los personajes, que ha permanecido fiel a las ideas que motivaron aquella convivencia, el resto de los personajes ha evolucionado hacia un inevitable aburguesamiento. Pero Roger Gual no disculpa aquí a ninguno. Es durísimo con todos los personajes. Y no tiene piedad con ninguno de ellos a la hora de mostrarnos el fracaso existencial de la generación de los padres, así como la amarga falsedad en la que se mueve la generación de los jóvenes, como en un intento demoledor de crítica feroz de los arquetipos sociales y de las miradas alternativas sobre ésta. Todas conducen al fracaso cuando se viven de manera doctrinal y no sincera. La película termina destruyendo todo y al finalizar la proyección quizá nos gustaría que diese una visión más esperanzadora de los modelos de convivencia. Pero no, la película es implacable. Me he quedado un buen rato reflexionando sobre la naturaleza de la crítica y de la rebeldía. Los modelos teóricos de cuestionamiento de la realidad no siempre conducen a soluciones mejores. Siempre he sido partidario de la sinceridad ante uno mismo como camino de felicidad. La debilidad inevitable nos conduce a adoptar modelos prefabricados para desarrollarnos como personas, y éstos pueden cegarnos, sobre todo si superan algunas de las limitaciones de los que nos ha impuesto la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Pero en última instancia yo creo que siempre hay que encontrar el camino propio, y saber desligarse de modelos y estructuras aún a riesgo de parecer incoherente. La coherencia es siempre un equilibrio interior que por definición no puede traspasar los límites de la propia intimidad personal. Me desazona esta película en la que, en el intento de defenderse de la propia frustración, las palabras se convierten en detonadores que con rapidez hacen naufragar las vidas de todos, haciendo desbordar de manera más o menos evidente los océanos individuales del fracaso existencial de todos los personajes, incluidos los más secundarios. La brillantez de la mirada de Roger Gual nos sitúa en un plano en el que somos espectadores de este hundimiento desde que se empieza a intuir y en el que, a través del diálogo, casi sentimos radiografiar muchos de nuestros propios comportamientos y los de las personas de nuestro entorno en una forma de crítica muy ácida e inteligente. No me gustan necesariamente los finales felices, pero creo que los hombres nos movemos en un continuo en el que, a veces, la superación es posible. De todas formas, la película es un inmejorable argumento para la reflexión. Y lo hace desde la espontaneidad de un discurso y una acción nada convencionales, desprovistos de la moralina y la previsibilidad habituales.
Reconozco que he salido del cine hundido en una amargura que la película se encarga de ir contagiando a medida que las rupturas dramáticas se suceden en este fin de semana de un grupo de personajes y sus hijos que después de veinticinco años se reúnen de nuevo para recordar los tres años que pasaron en comuna en una masía. Salvo uno de los personajes, que ha permanecido fiel a las ideas que motivaron aquella convivencia, el resto de los personajes ha evolucionado hacia un inevitable aburguesamiento. Pero Roger Gual no disculpa aquí a ninguno. Es durísimo con todos los personajes. Y no tiene piedad con ninguno de ellos a la hora de mostrarnos el fracaso existencial de la generación de los padres, así como la amarga falsedad en la que se mueve la generación de los jóvenes, como en un intento demoledor de crítica feroz de los arquetipos sociales y de las miradas alternativas sobre ésta. Todas conducen al fracaso cuando se viven de manera doctrinal y no sincera. La película termina destruyendo todo y al finalizar la proyección quizá nos gustaría que diese una visión más esperanzadora de los modelos de convivencia. Pero no, la película es implacable. Me he quedado un buen rato reflexionando sobre la naturaleza de la crítica y de la rebeldía. Los modelos teóricos de cuestionamiento de la realidad no siempre conducen a soluciones mejores. Siempre he sido partidario de la sinceridad ante uno mismo como camino de felicidad. La debilidad inevitable nos conduce a adoptar modelos prefabricados para desarrollarnos como personas, y éstos pueden cegarnos, sobre todo si superan algunas de las limitaciones de los que nos ha impuesto la sociedad en la que nos ha tocado vivir. Pero en última instancia yo creo que siempre hay que encontrar el camino propio, y saber desligarse de modelos y estructuras aún a riesgo de parecer incoherente. La coherencia es siempre un equilibrio interior que por definición no puede traspasar los límites de la propia intimidad personal. Me desazona esta película en la que, en el intento de defenderse de la propia frustración, las palabras se convierten en detonadores que con rapidez hacen naufragar las vidas de todos, haciendo desbordar de manera más o menos evidente los océanos individuales del fracaso existencial de todos los personajes, incluidos los más secundarios. La brillantez de la mirada de Roger Gual nos sitúa en un plano en el que somos espectadores de este hundimiento desde que se empieza a intuir y en el que, a través del diálogo, casi sentimos radiografiar muchos de nuestros propios comportamientos y los de las personas de nuestro entorno en una forma de crítica muy ácida e inteligente. No me gustan necesariamente los finales felices, pero creo que los hombres nos movemos en un continuo en el que, a veces, la superación es posible. De todas formas, la película es un inmejorable argumento para la reflexión. Y lo hace desde la espontaneidad de un discurso y una acción nada convencionales, desprovistos de la moralina y la previsibilidad habituales.
3 comentarios:
amigüito mío, totalmente de acuerdo (en lo que dices acerca de la coherencia y la reflexión, claro, porque la peli no la he visto)
por cierto, me sé de uno que me debe unos cuantos viernes :-D
Comañero de blogaventuras, me alegra compartir reflexiones. La perlícula mejor para un día en el que estés crítico pero con la moral alta, vale?
Gracias por estar ahí, animando mis palabras.
Quiero compartir aquí la opinión de alguien muy cercano, pero que no accede al blog, aunque a veces comparto mis escritos con él. Me ha pareceido que era lo suficientemente lúcido (como es él siempre) e interesante para compartirlo con los que me leeis:
"No era una película para pasar un rato divertido y salir con el ánimo subido, como algunas que hemos visto últimamente, sino que el fin de semana de hippies reciclados que esperábamos cargado de ironía y humor resultó ser una sucesión de conflictos y desenlaces demoledores que nos alertaban de nuestra ingenuidad y ponían en cuestión idealismos y utopías.
No creo que el guionista necesariamente albergue una visión nihilista de la existencia, sino más bien crítica acerca de los caminos que puede recorrer el ser humano, alertándonos de que las buenas intenciones no son suficientes y de que la superficialidad y el riesgo de fracaso nos acechan en cada esquina y en cualquier momento histórico.
No sé si me da más miedo hacerme consciente de en qué quedaron las aspiraciones sesentaiochistas o imaginar en qué quedará el vacío vital de la sobreprotegida y sobrada generación actual de jóvenes, embebida en la apatía, la frivolidad y el consumo.
Totalmente de acuerdo en que la sinceridad ante uno mismo es una de las claves para vivir dignamente cualquier ensayo revolucionario (o contrarrevolucionario), para saber evolucionar, para poder reconocer los errores desde la distancia independientemente de las consignas oficiales, para desenredarse de los dogmatismos y poder caminar desde la lucidez. En el fondo la peli habla de la búsqueda de uno mismo que vertebra la vida los personajes, y ello incluye la dificultad para ser coherente y estar satisfecho con el camino recorrido, de desligarse de los arquetipos que mencionas.
Quizá la película abuse de los estereotipos en algunos casos y caricaturice en exceso para hacernos más obvia su invitación a la reflexión. Sin embargo, creo que su mensaje es sincero y la mirada lúcida que transmite es real, y aunque como hablamos ayer, quizá no refleje todas las realidades posibles, sí nos viene a mostrar descarnadamente una de las facetas que no por provocarnos a todos vergüenza ajena (y también propia en la medida en que nos sentimos identificados), no es menos necesario que alguien nos la haga evidentes, aunque tenga que ser crudamente, descarnadamente, sin anestesia. "
Publicar un comentario