Hoy hace 7 años que amanecí por primera vez en Madrid... Es curioso, amanecí a menos de 100 metros de donde ahora trabajo. Era una mañana fría, como la de hoy. Soleada también. Mi primer recorrido fue llegar a mi nueva oficina, que ya no lo es. El mismo que me dispongo a hacer ahora, para asistir a una reunión de trabajo. El día anterior, en una operación retorno de Semana Santa, entraba de lleno en esta metrópoli de irregularidades, de contrastes y de fuertes sentimientos encontrados. Llegué con una maleta llena de tristeza aplastada por un año fatal. El espacio se lo reservaba a una esperanza que en ese día transformaba mi vida de forma radical. Madrid, más allá de una independencia que ya había yo practicado desde hacía años, supuso para mí otra independencia aún mayor... La de mi propio inmovilismo. La de provocar la vida y zambullirme de lleno en ella. Armado con mi plano desplegable, iba deslizando mi dedo por las calles y plazas, glorietas y avenidas que, desde el mapa, siempre resultaban intrigantes, desconocidas, con la fantasía de imaginarlas latiendo en sus rótulos. Santa Engracia, Velázquez, Alberto Aguilera, Quevedo, Islas Filipinas... Las calles se fueron dibujando poco a poco. Mi nueva vida también. Y, al mismo tiempo, esa mirada que recordaba yo de las novelas de Carmen Martín Gaite se iba también imponiendo sobre las tardes de la Gran Vía, los cafés enredados de Lavapiés, las noches de Malasaña o Chueca o las mañanas frías de sol bajando la interminable Castellana. En ese inicio de vida sin raíces, sin familia, sin pasado, viví, me lancé a las noches de insomnio y alcohol, a las madrugadas en taxis que me llevaban a pieles anónimas. A mañanas en las que me abandonaba a desayunos de melancolía, y tardes que vagaba entre calles llenas de suciedad. A éxtasis y soledades desordenados e imprevisibles. Madrid es injusta en su belleza. Aparentemente sobria, destartalada, ingrata. Se precisan tiempo y curiosidad para descubrir el secreto de su imán. Ese que, en una tarde de primavera, te asalta salvajemente en una esquina, frente a la fachada de una casa, o que en un amanecer te conmueve ante la perspectiva alargada de una calle que se estira y se baña de tenue color.
La vida seguía construyéndose en este Madrid en el que me he ido asentando poco a poco. Mi casa, mis amigos, mis lugares, mis paseos, mis rincones, mis historias secretas... El libro de Madrid tiene ya muchas páginas, muchas anclas que me agarran con fuerza a esta ciudad de ilusiones que nunca duerme, que nunca para, en la que nunca la tristeza te rodea, siempre se escapa algo de esperanza en esos cielos infinitos que conservan un azul constante y feliz. En la que el sueño te confunde, y te persigue, y te engaña, y te susurra que aquí, escondidos en ese flujo constante e imparable de voces que se mueven de un lado para otro, transitan todos los seres amados, todas las noches de deseo, todas las mañanas del mundo.
3 comentarios:
Madrid... Carmen... Este comment me está saliendo con un cierto regusto a déjà vu ;-)
Bellísimo post. ¿Se puede hablar mejor es esta ciudad? Madrid, rompeolas de las Españas, que dijo el poeta
Ya sabías que iba a escribir sobre Madrid, Inquilino, ya te lo había dicho... La fecha de hoy, las coincidencias, la fuerza de las calles (esas calles que ya no puedo imaginar ,porque las conozco, porque forman parte de mí) me han empujado a hacerlo.
Contradictoria, imperfecta, incomprensible... pero irrenunciable y bella. Así es esta ciudad nuestra.
además que esto de las alertas, me da pie para jugar al ratón y al gato. quién es el ratón? quién es el gato? dónde andará este comment?
l'amour est enfant de boheme
il ne jamais jamais connu de loi
(esto, aunque no lo parezca, es una pistita para que lo encuentres, claro que bastante enrevesada, as usual :-D)
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