12 de junio de 2006

El beso de Sheherezade

En la estrechez del angosto escenario, Javier temblaba mientras sostenía su marioneta. El pequeño habitáculo estaba sumido en una semi-oscuridad rota sólo por la luz que llegaba a través del foco trasero. De él, la luz emanaba hacia el tenso y tupido velo que se había colocado en el frontal. En el fondo, de rodillas sobre el escenario, esperaban él y Mar. El pequeño teatro de sombras en el que se encontraban parecía temblar mientras las marionetas se movían levemente en silenciosa expectación.

Javi aún no sabía qué era el amor. Con sólo 14 años y una timidez extrema, únicamente había leído de él en los libros. Sí, se habla mucho del amor en los libros. Javi solía cerrar los ojos e imaginar el ardor que sentían los personajes, a través de los cuales vivía más cosas de las que debiera.

Ese año, Javier debía escoger una actividad extraescolar para realizar por las tardes. Doña Ana, su profesora favorita, dirigía el taller de teatro, así que sin dudarlo escogió teatro. Mar también estaba en el grupo de teatro. En clase todos decían que ellos eran novios, pero no era verdad. En aquella época, Mar era la única chica con la que hablaba, e iban juntos a clases de inglés porque vivían muy cerca y les había tocado el mismo horario. Más allá de eso no había nada.
Hay que esperar unos minutos más, no os pongáis nerviosos”, dijo doña Ana. Javier miró a Mar, cuyo rostro iluminaba la luz que les llegaba desde abajo, y la sintió rodeada de una belleza diferente, sin duda atractiva. Le sonrió... Ella, aunque se lo acababa de negar, también estaba nerviosa.
Mar era una chica diferente. Poco femenina. Llevaba el pelo cortado como un chico y a éstos les hablaba directamente, casi con desafío, como si fuera uno de ellos. Era la única chica del colegio que jugaba con los chicos en el recreo. Pero aún no había sido novia de nadie. Ni siquiera, en realidad, de Javier. La familia de Mar también era diferente... Su padre trabajaba viajando por todo el país, y casi nunca estaba en casa. De su madre contaban muchas cosas, siempre en voz bajita, para que los niños no oyesen... Pero oían, aunque todavía no entendieran ni juzgaran, tan sólo repitieran los argumentos que escuchaban en casa. A Javi le gustaba la madre de Mar, y cuando iba a su casa, ella era siempre muy cariñosa. Le regalaba onzas de chocolate antes de irse.
Javier sentía el dolor de apoyar las rodillas sobre el escenario, pero sabía que cuando comenzase la obra cesaría, enmascarado por la emoción de manejar los muñecos de madera.
Como al resto de los chicos, Mar a Javier también le hablaba mirándole directamente a los ojos. Pero con él tenía una ternura especial y le contaba algunas cosas de sus hermanas, con las que no se llevaba muy bien, o de los viajes de su padre, al que veneraba. También sabía ser cruel con él algunas veces, y le ponía a menudo en evidencia delante de los otros chicos de clase. Javi no entendía muy bien por qué Mar se comportaba de formas tan diferentes, y con frecuencia se detenía a pensar en ello. Le inquietaba esa falta de lógica del comportamiento de Mar. Cuando estaba a solas con ella, la miraba con cautela, como esperando encontrar en sus ojos un signo de la respuesta que preparaba en cada momento... pero casi nunca acertaba.Ahora estaba nervioso. Después de tanto ensayo, era la primera vez que estaba a solas con Mar en ese espacio. En realidad, era la primera vez que estaba a solas con una chica en un espacio tan pequeño. Pero se sentía con una especial tranquilidad aquel día, a pesar de saber que ninguno de los dos podía hablar allí dentro, pues debían centrarse en manejar las marionetas y permanecer en absoluto silencio. Eran otros quienes, desde un micrófono, ponían las voces a los personajes.
Mar le acababa de devolver la sonrisa.

El primer día del taller de teatro, doña Ana les propuso escenificar un cuento popular para participar en el certamen de teatro infantil de la localidad, así que les pidió que, entre todos, eligieran uno que les gustara. Javier acababa de leer una adaptación infantil de las mil y una noches, y propuso uno de sus cuentos favoritos. Los demás chicos, que siempre se reían de sus ocurrencias, no dejaron de hacerlo aquella vez, pero una vez que Javier les explicó con detenimiento el cuento, lo aceptaron con cierto interés. La historia del príncipe con poderes mágicos y de la princesa prisionera, con luchas y amores redentores, encontró finalmente en los compañeros de clase bastante aceptación ... Doña Ana tuvo la ocurrencia de hacer con la historia un pequeño guiñol de sombras. Y durante meses se pusieron a trabajar en construirlo, en adaptar el cuento, en fabricar los personajes recortando sus siluetas sobre tablas y hasta en pintarlos.... Javier disfrutaba con las témperas, con su olor, extendiéndolas con parsimonia sobre la superficie de los personajes... Y todo ello a pesar de saber que de los personajes sólo importaba su perfil, ya que en la representación iban a ser sombras. Pero él quería que de todas formas lucieran brillantes y coloridos, como él los imaginaba cada vez que leía las historias exóticas del esas Mil y una Noches que tanto le habían gustado.
Aún recuerda el día que repartieron los papeles de la obra, un sorteo en el que doña Ana, valiéndose de unos pequeños papelitos con los nombres de todos escritos, sorteó las voces de los personajes y los intérpretes... A Mar y a Javier les tocó manejar las marionetas dentro del escenario. Por supuesto, las risas y comentarios de los demás fueron inmediatos, corroborando con maldad infantil que los novios iban a gozar de cierta intimidad metidos en ese pequeño cuarto oscuro del escenario... Mar, en uno de esos arranques imprevisibles que solía tener, se apresuró a decir a los otros, así en bajito, pero con la suficiente fuerza para que todos, salvo la profesora, se enterasen: “Claro, ahí nos vamos a tocar todo lo que nos dé la gana, ¿verdad Javier?” y le miro fijamente, como pidiendo su asentimiento. Pero Javier no pudo sino ponerse más colorado que nunca antes en su vida y provocar una enorme risotada del resto de la clase.
Desde entonces, cuando estaban en el escenario, tenía cierto temor a que Mar cumpliera su promesa. Durante los ensayos, siempre había tanta gente alrededor que era prácticamente imposible que ella pudiera hacerlo. A pesar de todo, Javier temblaba siempre que se quedaban en aquel pequeño espacio a solas. No podían hablar demasiado, y ella siempre conseguía comportarse con absoluta normalidad, como si aquella frase nunca hubiera salido de sus labios. Mientras, Javier, al mínimo susurro de Mar en su oído, sentía su pulso acelerar, como desbocado. En el fondo, le daba la impresión de que ella sabía aquello, y que con cuidado estudiaba cada palabra que le decía escogiendo incluso los momentos en que decidía pronunciarlas. Y aquello a Javier le confundía mucho.
Doña Ana había tenido el acierto de pensar que cierta música de fondo podría recrear un ambiente exótico que ayudase a componer con mayor facilidad un contexto para la historia. Había escogido el Sheherezade de Rimsky Korsakov, que hacía reproducir en cada ensayo con vehemente insistencia. “Dejaos llevar por la música, chicos, dejaos llevar...” Y eso hacía Javi, centrarse en la música, hacer que los movimientos de los personajes casi bailaran con ella. De aquella forma, además, olvidaba un poco la tensión que la presencia cercana y turbadora de Mar ejercía sobre él.

Empezamos”. Era la voz de doña Ana mientras, a través de la pantalla del escenario, se intuía de repente la luz de candilejas que el telón recién levantado acababa de descubrir. Y las primeras notas de Sheherezade sonaron en los oídos de Javier, como despertándole a la historia que debía representar. Ni una sola palabra suya en toda la obra. Sólo las notas de Sheherezade. Pero Mar se acercaba a él más de lo que solía hacer. La princesa, que se movía desde sus manos, se acercaba más que nunca a su príncipe. Y Javier, ante la tibieza de las manos de ella al situarse junto a las suyas, se sintió seguro, y dejó que la música entrara en él. Y así, se fueron acercando, poco a poco, al final. Ya no sentía las rodillas sobre la madera dura, ni tampoco el nerviosismo. Aquel pequeño escenario, dentro a su vez del otro mayor del gran teatro, le proporcionaba una sensación especial de protección. Allí, escondido de público, niños, profesora, del resto del mundo, se sentía bien, se sentía príncipe, como el que sostenían sus manos, y se dejaba hechizar por el influjo oriental que la música le iba dictando en su evolución. Y Mar seguía acercándose poco a poco, con sigilo. Ya sus manos se habían rozado un par de veces. Y él, casi quiso pensar que sí, que ella en el fondo era su novia.

Así llegaron al final mientras hacían volar a sus personajes, al tiempo que un mecanismo casero hacía pasar por detrás de las marionetas algunos objetos para crear la sensación de movimiento. Sonaba esa parte de la música que se había convertido en su favorita, que casi parecía hecha para imprimir la sensación de vuelo que intentaban reproducir. La música llenaba el teatro todo, con una potencia que le atravesaba la piel. Y entonces Javi cerró los ojos y casi se sintió él también volar con la marioneta en mano, en su guiñol, con sus calcetines de rayas, sin zapatos. Mientras, Rimsky Korsakov le susurraba al oído. Entonces sintió, con extrema dulzura, los labios de Mar posarse sobre los suyos. Las marionetas parecían abrazarse aún más en su vuelo y la partitura llegaba a su clímax . El público del teatro comenzó a aplaudir. Javier abrió los ojos y miró a Mar, que, indiferente, se entretenía ya en colocar los muñecos sobre un lateral mientras se disponía a bajar del pequeño guiñol. Cuando, finalmente, miró hacia él, le soltó: “Si cuentas lo que ha pasado, no te volveré a hablar en la vida

Javier cierra el diario de tapas verdes y respira hondo. Con su vocabulario de adolescente, la historia de aquella representación de sombras chinescas acaba de volver a su memoria casi como si acabara de suceder. El diario no vuelve a hablar de Mar. Pero él sabe bien por qué. A los pocos días de la representación, Mar dejó de ir al colegio. Doña Ana les contó que el padre de Mar había conseguido un trabajo fijo en otra ciudad y que toda la familia se había trasladado. Recuerda la extrañeza de aquella situación. El hecho de que ella jamás le hubiera comentado que se iban de la ciudad, que ni siquiera se despidiera de él. El temor de aquella amenaza en el final de la representación. Todo ello daba vueltas alrededor de Javier aquellos días. Era como un mareo del que no conseguía reponerse. Años después, volvieron a coincidir en la Universidad alguna vez. La primera, se saludaron, como dos viejos amigos, y compartieron juntos un trayecto de autobús. Pero ya no era lo mismo. Hablaron de sus familias y comentaron cómo le iban sus estudios. Sin embargo, a los pocos minutos, ya no tenían nada más de qué hablar. En los otros encuentros la cosa quedó en un simple gesto cordial, poco más que una sonrisa al cruzarse, y quizá alguna palabra. Y de nuevo la perdió de vista. Hasta esta tarde, en que se han vuelto a cruzar. Ella, de la mano de otra chica, presumiblemente su pareja. Javier, de la mano de su chico. No está seguro de que le haya reconocido... Él sí la ha reconocido a ella, con bastante claridad. Y se ha quedado mirándola con atención, mientras se paraban en un escaparate. Mar ha hecho un gesto extraño, como intentando recordar si le conocía de algo. Realmente han pasado muchos años y ambos han cambiado considerablemente. Finalmente ha esbozado una sonrisa, para volverse definitivamente de espaldas y seguir su camino. No, su sonrisa no ha cambiado, aún transmite esa extraña confianza.
"Qué te pasa, Javi, te has quedado parado..." pregunta Sergio. "Nada, nada, me pareció que conocía a alguien... pero no estoy seguro". "Anda, vamos, que llegamos tarde". Y de repente aquella claridad del telón abriéndose sobre el pequeño guiñol ha vuelto con fuerza. Al igual que Sheherezade, al igual que aquel primer beso, y todo aquel mareo. La vida, en realidad, no ha sido más que repetir aquel mareo una y otra vez, en distintos lugares, con otras personas. ¡Qué extraña es la vida!, piensa. Quizá debería haber parado, hablado con ella, intercambiado teléfonos para quedar un día y contarse sus vidas... Pero no, sabe que es imposible. Mar debe quedarse en su diario de tapas verdes, sellado por ese beso dulce, ese primer beso irrepetible y vertiginoso del que sólo ellos dos saben... Bueno, ellos dos y, por supuesto, Sheherezade.

3 comentarios:

Naxo dijo...

Sincero, bello y puro. Como el primer beso. Todo un cúmulo de sensaciones. El post más bello que he leido en mucho tiempo, de verdad.
Un abrazo!!

P.D: Con las marionetas del teatro de sombras pasa como con las personas: aunque no siempre podamos verlas tal y como son (a plena luz), las más bellas son aquellas repletas de pequeños detalles, que esperan que unos ojos como los de Javi o los de Mar las reconozcan entre la penumbra.

Vulcano Lover dijo...

Gracias, Naxo... La verdad que lo he escrito con mucho cariño, porque hay parte de una historia personal de infancia muy bonita ahí. Y espero haber sabido transmitirlo. Encontrar aunque sólo sea una persona que ha sentido cosas leyéndolo hace merecer con creces todo el esfuerzo que he puesto en él.
La infancia, cuando la vemos desde la edad adulta, nos devuelve muchas pistas, muchos sabores, muchas reflexiones, y algún que otro mareo, como los de Javier, como los míos, ¿quizá también como los tuyos?
Gracias.
Besos.

Anónimo dijo...

un relato muy bien escrito, sí señor.

hay conexiones, que vuelven a reactivarse y recuperan lo que una vez se sintió.