2 de junio de 2006

Verde sobre la piel.


No puedo resistirme al color verde. El verde de su camiseta, por ejemplo, torneado sobre esas caderas que sólo mirar provocan el deseo de recorrerlas. Recorrer con las yemas de los dedos esa tela verde, débilmente reflejada en las hendiduras diminutas de las huellas de mis dedos al pasar.
Cuando te vi caminar por la calle, de espaldas, recorrí la diagonal de tu perfil, saboreando el placer de esa estética curva de tu andar. Ya sabes que siempre que te encuentro por la calle me hago el despistado para poder abordarte por detrás. Aquella tarde, además, la provocación del verde me hizo seguirte más rato del habitual en estos casos. El deslizar verde de tu cuerpo alimentaba mi mente con imágenes demasiado tórridas para poder ser disimuladas en plena calle. Mi sonrisa y mi sexo me delatarían. Así que te saludé. Siempre te alegras de verme, aunque siempre te resistas al final. Sólo había llegado a besarte dos veces, y de ahí nunca pasaba la cosa. Pero en fin, yo continuaba intentándolo. Me sorprendió que accedieras a venir a casa, a mi terreno, pues sé que sabes bien lo temerario que soy para estas cosas. A mamá, al llegar, le dije que eras un compañero de la facultad que venía a estudiar. Sonrió mientras te ofrecía una fanta. La pobre seguro que imaginó más de lo que dio a entender. Acto seguido, dijo que debía salir, que tenía cita en la peluquería. Y es que últimamente va mucho a la peluquería. Yo, la verdad, no noto ningún cambio en su peinado, y ella vuelve siempre desencantada, dice que ha cambiado el peluquero y que el nuevo no le convence, pero que de todas formas le da pereza ir a otra peluquería.

Ya en mi cuarto, colocaste el vaso de refresco entre tú y yo, dejando claro que no querías que me acercara. El caso es que al final, aunque digas que no quieras nada conmigo, siempre terminamos en situaciones así. Mientras hablamos, intenté pasarte el brazo sobre tus hombros. Me dio la impresión de que parecía que te dejabas. Me acerqué un poco, y te pedí un sorbo de naranjada. Al hacerlo percibí, a través de la persiana entornada, al nuevo vecino, tomando el sol en su terraza. Era la segunda vez que lo veía, y me parecía enormemente antipático. Pero yo seguía a lo mío, intentando abarcar todo el verde que podía. Tú sonreíste e, inexplicablemente, me dejaste avanzar, bajando con mis dedos tu costado, en una lenta y distraída caricia, a la que no reaccionaste en ningún sentido. Seguías hablando (¿de qué hablabas? yo ya sólo sentía el tacto del verde...) y yo contestaba, con monosílabos, intentando, con delicada habilidad, doblar mis dedos con precisión, debajo de la camiseta verde, y sentir la tibieza de tu piel. Nada, no decías nada. Pero me mirabas con cierta turbiedad. Ciertamente me confundías, pero yo no tenía intención de quitar esos dedos de allí. No, al contrario, mis dedos avanzaban por tu piel, y mientras, la camiseta se replegaba hacia arriba, junto con mi mano. Tú sonreíste, y te acercaste a mí. Alcancé a subir mi mano hasta tu pecho, y rodearte firmemente, mientras en mí se despertaba una erección que deseaba romper la atadura del vaquero para envolverse en tu piel suave.

Algo diferente a las otras veces ocurrió aquella tarde. Tras el primer beso, húmedo y sabroso, no te marchaste. No, continuaste en mi boca e incluso seguiste rastreando mi nuca y mi pecho con tu lengua. Y después, me hiciste el amor frente a la pared con inquietante pasión y salvaje impulso. Sentía tu piel sobre la mía, ardiente, seductora, rodeándome mientras yo te deseaba... En un momento dado, te descubrí mirando a través de las rendijas de la persiana, cuando, en nuestro rodar sobre la cama, llegamos junto a la ventana. Sí, no cabía duda, mirabas al vecino que en aquel momento se despertaba, como de una siesta, siempre con sus gafas de sol. Sí, se irguió y se levantó la camiseta dejando su torso brillar al sol, y, en aquel instante, sentí tu sexo endurecerse aún más, y tu salvaje embestida llegar al fondo de mi placer.

Después de eyacular, te quedaste largo rato mirando por la ventana, mientras yo te acariciaba. pero al final huiste, como cuando lo hacías después de mis besos furtivos. Tu camiseta verde, tras cerrarse la puerta, se quedó fija en mi retina... Ya no volviste más. Tampoco te pusiste de nuevo ninguna camiseta verde. Una pena, te sienta muy bien el verde. Es curioso, desde aquel día, es mi vecino el que siempre viste de verde. Y con esas gafas de sol tan elegantes que lleva, me gusta cada día más. Estoy deseando hacerme el encontradizo en su portal... un día de estos.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Es que el verde (aunque dicen que no), pues favorece mucho, la verdad
;-)

Anónimo dijo...

Un día de estos... jajajaj!!! Un día te contaré lo que significa para mí esa expresión.

Sexo del pasado? Inicio de lo que fue? Mmmm... sigo husmeando entre el subtexto. :-D
Besotes, nene.

Vulcano Lover dijo...

Sión, muchas gracias por estrenarte comentando, nen. No husmees demasiado entre líneas, tampoco hay nada claro. Pasado presente y deseo se funden es estas historias, y como bien sabes, alguna experiencia en esto sí que tengo... Ya sabía yo que te iban a gustar mis relatos eróticos. Si te conoceré bien.
Besos a través del Atléntico, guapo. Me estoy leyendo tu saga periodística del mallorquín en NY y me está gustando, ya te comentaré... Besotes y hasta prontito, nene.

Martini dijo...

El que con verde se atreve... por guapo se tiene... Aunque después de este "verde" post, no sabría que gusto me quedó en la boca: si el de un amor que no llegó o el de una fuerte pasión encontradiza

Vulcano Lover dijo...

Querido Mart-ini... ambas dos son buen caldo de cultivo de la literatura. ¿¿por qué no podría ser ambas cosas a la vez, un amor que no llegó a ser y que además, generó una pasión que, encontradiza o no, sólo tuvo un momento de contacto?? Digo yo...

El Calentito dijo...

Verde que te quiero verde, como dice la canción!!!

Vulcano Lover dijo...

Sí, verde y sabroso. Yo tengo una camiseta verde con la que siempre tengo éxito...