3 de agosto de 2006

El reloj sin dueño.


Aquella noche, mi deambular por ese pub al que suelo acudir en búsqueda de aventuras de sexo casual, no pasó desapercibido por la mirada larga e intensa que me dedicó al pasar yo a su lado. Confieso que las miradas me matan, ciegan mi voluntad más que ningún otro reclamo físico. En aquel primer instante, no reparé en cómo iba vestido, ni en cómo se movía, ni siquiera en cuál podría ser su edad. Me bastó esa mirada certera, cargada de deseo, para a su vez provocar el mío, sin ir más allá de sus ojos. No siempre lo pienso, pero en aquel momento, supe que terminaríamos en la cama. La verdad es que no hicieron falta muchas palabras. El acercamiento fue más de piel. Pero suficiente para reparar en su edad, como poco, unos 15 años más que yo, y su aspecto, excesivamente remilgado y pijo, nada acorde con el mío, o con el de los chicos en los que me suelo fijar. Pero tras una mirada así, todo eso estaba ya de más. Recuerdo la sensación de zambullida en su perfume, en mi primer acercamiento a su boca. Usaba uno de esos perfumes caros, de esos capaces de transformarse según la piel de quien lo usa. Era agradable, si bien excesivo. Pero recuerdo que pensé que al menos, para elegir aroma, sí tenía buen gusto. De camino a mi casa, en su coche, también descubrí que su voz me excitaba; grave, pero con una entonación delicada, que sonaba con deseo en mis oídos. Su brazo, que acaricié disimuladamente mientras sujetaba el volante, se adivinaba terso y definido. Se veía que hacía gimnasio a diario, pero sólo lo necesario para dar al cuerpo un contorno sutil y mantener el cansancio muscular del paso de los años. Nada más caer sobre las sábanas, su forma física dejó constancia evidente no sólo de dureza, sino de flexibilidad, que supo acompañar de una imaginación insultantemente morbosa. Usando por momentos cada centímetro cuadrado de la cama, navegando y dejándose navegar por una piel que se nos perdía en las manos.
Hay cuerpos que se dejan caer en el placer y otros, que se entregan. Y esa entrega es rotunda, sin barreras, como en la más ciega de las inmersiones. Cuando dos cuerpos se entregan sin contrapartida al deseo sin límite, el sexo se hace aún más razón de vida, y la noche, que observa, el único escenario que merece la pena. Repetimos al terminar, en una sucesión de besos tras el orgasmo, que llevó a una nueva erección sobre la piel aún húmeda. Y así dos veces más, en un exhausto juego de frenético placer, casi onírico, que nos abandonó en un sueño de sudor sobre la boca y su lengua olvidada en la mía. Desperté y él ya estaba vistiéndose. El trato implícito desde el inicio era jugar a ser desconocidos, y desaparecer después en la noche. La noche se había hecho mañana, pero la regla era compartida, a pesar de nuestra confesión de que la noche nos había gustado mucho a los dos. No quiso desayunar. Demasiadas palabras, imagino. Yo, ya solo, tomé un café saboreándolo a fondo, con la sensación de la noche desmedida de sexo aún sobre los músculos, y me volví a la cama.
Al despertar lo descubrí. Estaba sobre la mesilla, pero no había reparado en él en toda la noche. Grande y elocuente, un reloj de marca. Con correa de tela, de un color beige, de la que emanaban aún los efluvios del perfume. Mi primer pensamiento fue el de la imposibilidad que tenía de poderme poner en contacto con él. Ni teléfono , ni dirección, nada. Él tampoco tenía el mío, pero sí que sabía dónde vivía. Quizá no tendría el valor de presentarse en casa para recuperarlo. Era una situación extraña, un indefinible guiño del destino, no sé bien si para él o para mí. Los días pasaron y nada sucedió. El reloj pasó a formar parte del fondo del segundo cajón de la mesilla de noche, que ahora, cada vez que abría, dejaba alcanzar a mi olfato un suave resto de perfume. Pasaron las semanas. Volví al pub varias veces, pero nunca lo encontré de nuevo. Quizá no era de aquí, quizá sólo estaba de paso ¿Debería apropiarme de él? Sí, tómalo y úsalo, me decía a mí mismo. Es curioso, sigue oliendo, débilmente, a su perfume. No, no podía, mientras siguiera oliendo no. Además, a mí no me gustan esos relojes tan grandes de muñeca. Y siempre volvía a su fondo de cajón.
Hace unos días, al sacar las cosas del cajón para la mudanza de mi piso, lo he vuelto a encontrar... Ya casi no me acordaba de aquel reloj. He sonreído al verlo. Lo primero que he hecho es llevarlo bajo la nariz, pero no, ya no huele a nada. Han pasado más de cinco años, calculo. Ahora no me parece tan grande como entonces. Ni siquiera tan pretencioso. Me lo ajusto a la muñeca y se adapta perfectamente a su perímetro, y a mi piel. Creo que voy a probarlo, me he dicho. Y así hasta ayer... No recuerdo muy bien cómo terminé en ese bar nuevo, alguien me convenció porque parece que está muy de moda ahora. Me pareció que el público era bastante joven... Los universitarios cada vez me parecen más atractivos. Y más directos. En sólo diez minutos, ya tenía a un par detrás de mí en la pista de baile. En realidad ya me había fijado yo en ellos cuando entré. Les descubrí diciéndose algo al oído mientras me miraban... Y me sentí halagado. Me subyuga pensar que aún atraigo a chicos tan jóvenes. Me hace sentir bien, atractivo, deseable. Así que les arrastré a un rincón del local, donde empezamos a besarnos con una prisa desmedida... Me propusieron ir a su casa, que no estaba lejos. Y acepté. En seguidame di cuenta que eran pareja. Hay miradas, formas de estar, que nunca dejan lugar a dudas. Y quizá sean ellos los últimos en ser conscientes de que su vínculo físicamente invisible, no lo es casi nunca cuando van juntos, aunque jueguen a no ejercerlo. Me asustan algo los tríos con parejas estables. Me siento el tercero en discordia, el tercero al margen de muchas complicidades que no puedo ni vislumbrar, me siento objeto de un juego en el que tengo la sensación que siempre voy a perder yo. Así, mientras los besos del ascensor siguieron su curso en el sofá del salón, y las manos ya se deslizaron bajo las camisetas, y entre los botones de los vaqueros, casi sentí ganas de partir... Pero sus manos habían llegado ya a demasiados rincones, y tengo que reconocer que no me sentía extraño, que ambos estaban preocupándose de que estuviera en igualdad de condiciones, que ambos se entregaban a mí como se entregarían a ellos mismos. La entrega física, como siempre, me desató la pasión, el rugir de la piel deslizándose sobre las suyas, los sexos abundantes que me abrigaron, que me hincharon de deseo, que me hicieron huir de mí, de mi realidad, para que todo fuera un jardín de placer para jugar en cada columpio, en cada rama, en cada fuente. El sexo se sucedió durante toda la noche y prosiguió en la mañana, incluso después del breve desayuno que compartimos mientras, casi sin hablar, nos seguíamos besando. Una breve siesta matutina precedió la despedida, también de largos besos, que me dejó de forma salvaje en el descansillo del ascensor, envuelto en un cruel silencio que me martilleaba los sentidos. De repente, miré mi muñeca desnuda. Me volví hacia la puerta. Pero algo me detuvo, impidiéndomelo. Me metí en el ascensor y me dirigí a salida. No, no pensaba volver a por él. Mi perfume (ahora uso uno de los más exclusivos) es el que baña el reloj ahora, y quiero que sea para ellos. Son ellos los que deben decidir ahora. Quién sabe si el reloj no lleva dando vueltas más tiempo del que creo. En realidad, casi todo, tangible e intangible, da vueltas por el mundo de mano en mano. Ningún reloj se queda para siempre en la muñeca, me dije. Y dirigí mis pasos a casa. Me gusta mi nueva casa...

11 comentarios:

Martini dijo...

Un reloj... el siguiente paso en la cadena...

NaT dijo...

Hoy no loleo....que acabo de llegar de tomar algo por ahí y los ojos no me dan... y la mente tampoco para concentrarme, sólo quería dejarte un beso... con sabor a vodzka, pero un beso al fin y al cabo.
Mañana si puedo y el PC me deja lo leo

Vulcano Lover dijo...

Pues sí, Mart-ini... Sabes? en realidad este relato me hace pensar (solo ahora que ya lo he escrito) en una novela maravillosa que leí hace años, de Mujica Lainez, que se llama El Escarabajo, y que cuenta la historia de un escarabajo de oro de la reina Nefertari, contado desde el punto de vista del propio escarabajo, haciendo un recorrido por los diferentes y sucesivos dueños que va teniendo a lo largo de la historia, hasta llegar a nuestros días (muchos personajes importantes de la historia de la humanidad, entre otros ficticios, que nos van dejando en cada caso, un fresco de sus historias personales y del momento histórico... es superrecomendable... pena que le perdí la pista, porque es un libro para releer)

Nat, vaya horas a las que me llegas... jejeje. Qué bien!!! Un día de estos me apunto yo tb a la borrachera. El beso lo acepto de mil amores... Otro para ti... mejor dos.
Hasta prontito, guapa, espero que te guste el relato cuando lo leas...

Vulcano Lover dijo...

Hola, ivansergi... He estado leyendo los comentarios que me has escrito por diferentes relatos de mi blog. Me alegro muchísimo de que te hayan llegado. Sí, realmente pongo bastante cariño cuando los escribo, y aún llenos de cosas imaginarias, sí que hay mucho de mí en algunos personajes y en la forma de ver muchas cosas... Hay mucho de mi sensibilidad, vamos... Nada, te esperaré en los comentarios cuando quieras.
Un beso.

Vulcano Lover dijo...

Muchísimas gracias, Ivansergi... Comentarios con tanto cariño como el tuyo me hacen pensar que esto de subir a la red estas cosillas que escribo tiene algo de sentido (no creas que muchas veces no entiendo muy bien por qué hago todo esto)
Y tú??? Cómo es que tienes perfil y no has dado de alta un blog... Deberías animarte. Yo te leería seguro. Alguién que escribe comentarios tan especiales seguro que debe poder aportarnos cosas interesantes. De verdad muchas gracias. Y un beso.

Anónimo dijo...

hola! oye ps yo ya lei y la verdad pues si está padre, pero que no esta de la autoria de josé lópez portillo y rojas? si no mal recuerdo... espero puedas aclarqrme... de todaqs maneras te felicito por subir cosas asi... ;D

Vulcano Lover dijo...

querido anónimo... no sé donde ni cómo habrás podido leer esta historia, pero la escribí yo. Si la has leído en otro lado es que alguien la copió sin mencionar la autoría

saludos.

Anónimo dijo...

He estado buscando el cuento Reloj sin dueño, pero de la autoria de José López Portillo. Desconozco si es que ambos cuentos se llaman igual, pero aún no puedo comparar las historias, pues me falta leer la de López Portillo. Pero espero no sea una copia. José López Portillo la escribio hace mucho tiempo, es un escritor mexicano. Mi pregunta seria ¿Poqué tiene el título de un cuento ya escrito?

quijo dijo...

jajaja nadie te copio tu autoría, el cuento que menciona fue escrito en el siglo XIX por ende tú ni existias jajajjaa
cabe aclarar que tu relato es bueno, saludos!!
pero no te creas que te andan robando tus "ideas" hay mucha literatura tanto buena como mala

Anónimo dijo...

me pueden decir cntas pag aprox tiene este cuento?? gracias

Anónimo dijo...

que barbaro.... encontre tu blog de casualidad buscando un libro que se llama reloj sin dueño... y descubri algo fantastico. me encantó, me resulta erotica, bien escrita, y una historia fascinante. suerte!! mucha suerte!!