Has mirado hacia la derecha. Yo hacia la izquierda. En realidad los dos miramos al mismo lado. En realidad ambos miramos a los ojos del otro, de pie, en cada lado del anden, a la espera de que el convoy nos separe y nos lleve a nuestro mar privado. En el fondo, ambos pensamos que dos o tres minutos más de retraso aumentan el placer de mirarnos un poco más, en esa distancia equívoca del espacio de las vías. En la espera, observada, muevo mis pies adelante y atrás, como en una danza lenta. Cruzo mis piernas, imagino que te abrazo con ellas. Y sonrío. Y te delato en el secreto, en el deseo. Un deseo que quiero que lleves contigo a casa, o dondequiera que vayas. Enlazado a tu pensamiento, enredado en él, cruzándote en la melancolía del vagón lleno de almas que retornan al hogar. Diluido en esa mirada que lanzas al chico de gafas alto, que te recuerda a mí. Sugerido, en ese pensamiento fugaz que cruza tu imaginación, mientras imaginas la piel que se adivina debajo de su camiseta. Y te hundes en el túnel mientras yo te envío un beso que se lleva el aire que se desplaza. Y saludo, reverencia a los habitantes del andén en un gesto que sólo despierta indiferencia, alguna sonrisa cómplice, en esas otras personas que siguen a la espera mientras sienten envidia de los que han tenido que esperar menos para subir.
Desde la ventana, la escasa luz del exterior se pasea alargada por tus pupilas, y sientes que el beso (sí, te has dado cuenta) persigue al vagón pero no, no lo alcanza. Porque los besos te llegan con retraso en la aceleración de la tarde, de incumplir tus planes, de torcer el camino bajo el deseo de un encuentro del que esperas confirmación en la pantalla del móvil. Y que al final, llega.
Yo subo a mi vagón, en sentido contrario, y pienso en nuestros pasos ascendentes, en nuestra conversación deshilvanada, que cosemos nosotros de mordiscos y manos veloces. Y en mi tarde quebrada. Inclinada al deseo, a la tentación de un color que de repente me desafía desde la pantalla del móvil. Y acudo a él, porque plegar la ciudad y encontrarte se convierte en un instante en la aventura más apetecible.
Nuestras reflexiones, acaso imaginarias, caminan en sentidos opuestos, en vagones opuestos de una línea que no tiene prisa por llegar a su destino. Y en ese anden, espejo imperfecto de nuestra simetría vital, yo rompo la regla para ofrecerte mi papel de intérprete, de sonrisa, de imán. Y tú, en tu mirada inquieta, me diriges, sientes jugar tu fantasía con el deslizar de mis pies en el suelo.
Somos artífice e impulso: partícipes, sonrientes dueños de manos que se desbordan, de bocas que se buscan, de pasos que se persiguen, de miradas que se delatan, pero juegan a no saberlo.
12 comentarios:
¿En qué lado del andén amaneciste hoy, Vulcano? ;-)
Sensibilidades semejantes, MOn che De Laclos. Sí, es lo que pienso siempre cuando te leo. No sé, hay detalles, cosas que dices, que expresas, que me llegan porque son parte de cómo yo siento las cosas. Siempre serás bienvenido. La foto de tu perfil, en mis comentarios, siempre me hace sonreir. Nos vemos muy pronto.
Sigo siendo el actor, mon w. Y lo sabes.
llevaré nuevas músicas para la danza, mon v.
hoy, dejaré que me sorprendan.
ya me contarás si te sorprendieron o no. Si es que puede contarse, claro ;-)
La sopresa ya no tiene lugar, inquilino, en su sitio se ha instalado el estupor.
El estupor es hijo de la sorpresa brillante y fastuosa. De su hermana, de la sorpresa anodina, no queda recuerdo porque es estéril
Así es la vida, inquilino, así...
No sé si poner la palabra de verificación en mi blog... Me lo voy a pensar este fin de semana.
Con palabra de verificación o no, tu blog es sitio de visita obligada. Aun así, piénsatelo. Tienes mucho que pensar este fin de semana
no sé no sé, yo creo que las cosas están ya más que pensadas, pero vamos, igual estamos hablando de cosas diferentes. Igual hablas de pensar en cómo seguir persiguiéndote... Ah, en eso sí que voy a pensar.
Evidentemente, de eso mismo hablaba. ¿O quizás no? ;-)
Quizás lo averigües si me atrapas.
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