23 de febrero de 2006

Un Instante


Ayer entrasteis en el vagón atropelladamente. En seguida reparé en vosotros. Supongo que porque erais guapos. Pero también porque pronto me percaté de que la belleza no la exhibíais con vanidad. Sentí esa naturalidad que desprenden algunas personas en sus actos cotidianos. Esa humanidad que no todos somos capaces de mantener fuera de la intimidad. Un viaje en metro puede ser momento para la lectura, para la ensoñación, para la sonrisa, para destilar la tristeza en la mirada, para exhibir el aburrimiento, incluso para el morbo y las miradas atrevidas, para algún roce al límite. Pero es difícil que me llegue a conmover escuchando u observando a alguien, sin que medie mi mirada, claro. La gente habla de trabajo, se queja continuamente, busca en el interlocutor asentimiento a su visión de los problemas, busca afianzamientos, seguridades. A veces la gente, en los vagones, habla de cosas por no callar, pero también los delatan las palabras y los tonos. Vosotros no. Hablabais sin ser conscientes del lugar público en el que estabais. Hablabais en inglés, aunque sólo uno de vosotros lo era. Quizá eso os servía de aislamiento, de pared de intimidad. Os miráis a los ojos y no sois conscientes del resto de miradas, de mi mirada curiosa que acentúo más aún porque sé que no la percibís. Y conversáis con un tono de dulzura que me llama la atención, a pesar de la poca importancia del argumento. "¿Qué has hecho hoy?", "¿Cuándo tienes libre el sábado?", "¿quieres que vayamos al cine?..." Os habéis desabrochado los abrigos, compartís el color, compartís algo más, me temo. Al cabo de unos minutos os decidís finalmente a ocupar los dos asientos frente al mío. Desde la cercanía sois aún más guapos. Y vuestra sonrisa os favorece, os favorece la cercanía del otro. Os miro con atención, casi con desafío, pero vosotros no lo sentís, en ese mundo vuestro no existen miradas ajenas. Me caben dudas de la naturaleza de la relación. O, más bien, del momento en el que está. De repente, una mano que roza el pantalón del otro, levemente, como con aparente descuido, pero con una intensidad que se desprende en el gesto, en la microscópica lentitud del segundo en el que piel y pana sobre piel se acarician. Y, sin saber cómo, de repente esas sonrisas, esa intimidad ajena expuesta ante mi sed de voyeur, cobran sentido, se hacen reales. Una mirada me llega, y yo desvío la mía. Pero ya es tarde, el encanto de la intimidad convencida se deshace, y un sentimiento de extrañeza se instala entre vosotros. Os ajustáis la bufanda y miráis fuera, como si algo percibieseis en la oscuridad del túnel. "Creo que el viernes estoy libre para cenar, si te apetece". Pero ya no es lo mismo, la dulzura se desvanece, y el tono de las palabras se confunde con el del vagón, con el del resto de historias mínimas contadas desde el disfraz de la cotidianeidad mecánica. Desde lo aprendido, desde la fórmula. Salís del vagón, es vuestro destino. Os miro con cara de disculpa, culpable de haber roto vuestro momento. Uno de vosotros me sonríe. Y el vagón recupera para mí su humanidad perdida.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

Intimidad en la colectividad... Contorno silueteado tras las ventanillas (vidas entre cristales).
Hermoso texto.

Vulcano Lover dijo...

Sí, uno no es consciente de cómo nuestra intimidad puede estar (selectivamente) saltando a otras miradas, a otras intimidades, a otras individualidades... El poliedro de la vida, las diferentes miradas sobre la realidad. ¿Qué es sino la literatura?

Anónimo dijo...

La literatura no es más que una ventana al infinito. Como la propia vida.
Giovanna nos daría la razón.

Vulcano Lover dijo...

Giovanna me desarma. Por su humanidad, por su imperfección, por su duda, por su debilidad, por su ímpetu, por su necesidad de ser, por su coherencia no convencional, ¡por tantas cosas! Giovanna somo todos, todos los que vivimos pasando por la vida en vez de dejar que pase ella por nosotros

Anónimo dijo...

Vivir, dicen, es un verbo intransitivo... Pero mienten, sólo transitivizándolo (vivir la vida, vivir el hoy, vivir el tiempo) se convierte en un verbo real.
Vivir es transitivo.
Es transparente.
Y es de cristal.

Vulcano Lover dijo...

vivir, vivir, vivir... transitivo, transparente, transportable trangresor, transoceánico, transhumante, transpirable, transferible...
¡QUé raro es vivir! Y, sigo diciéndolo, cómo me recuerda el final de la finestra di fronte al final de la novela de MArtín Gaite. Por su coherencia vital, por su pequeña hermosura de final de viaje fragmentario de vida...

LA PLUMA DE VICTOR- BOOKTUBER dijo...

titubeante al principio y cautivador al final