24 de febrero de 2006

El Portal

Es bastante tarde, y en mi camino de vuelta a casa encuentro con sorpresa que dos chicos se besan con intensidad en un portal de la calle. Me detengo un instante a observarles. Nunca he tenido curiosidad por los actos de amor ajeno. Tampoco me considero un "voyeur", ni suelo encontrar morbo en asistir en secreto a escenas de este tipo u otro. Y, sin embargo, algo me detiene a observar. No, no son precisamente adolescentes. Bien entrados en los treinta me da la impresión. Y ahí siguen, retorciéndose en un amasijo del que resulta difícil reconocer los miembros de uno y otro. Manos, que parecen multiplicarse y ropas de las que no reconozco bien ni el color ni el tejido. ¿Cuándo fue la última vez que me besé en un portal con alguien, en plena calle?, he pensado. Hace mucho, casi no lo recuerdo. Fue un beso rápido, seguido de algún que otro empujón contra la pared, mi mano ni siquiera fue capaz de descender más allá del final de la espalda. No he sido nunca demasiado expresivo en mis demostraciones de cariño en la calle, y besos como éste que recuerdo ahora me temo que no se repitieron muchas veces. Siempre me he sentido extraño al descarnar un acto de tanta intimidad en un lugar de paso, de una forma tan vulgar. Ellos siguen a lo suyo, ni se enteran de que estoy al lado, muy cerca, observando. También susurran palabras, por las que súbitamente siento una desmedida curiosidad. Me acerco un poco más. No pasa nadie por la calle, no temo ser descubierto. "Te deseo, te deseo, te deseo, te deseo, te deseo..." escucho, y de repente, un escalofrío me recorre el cuerpo. El estremecimiento de la pareja, envuelto en pequeños gemidos, me conmueve. "Volemos, volemos, volemos, volemos.." , y mi corazón comienza latir con un ritmo que me hace temblar, perder el equilibrio. "Respira aquí..." Y siento que me falta el aire. Paralizado en mi estupor, no consigo mover mis piernas, tampoco mis brazos. Permanezco allí, espectador de una escena que me ciega, que me consume, que me entristece profundamente. Tras el último y prolongado gemido, el silencio y la quietud parecen trasladarse de mí a ellos. Las respiraciones, aún agitadas, se van calmando, y las caricias se vuelven lentas, acompasadas, bellas... Me miran, acaban de descubrirme. Y se vuelven para salir huyendo con rapidez. Yo no consigo aún articular movimiento. Mi pensamiento parece que también se ha detenido. En la carrera, tropiezan con un cubo de basura que en su ruido desalentador me despierta y me hace recuperar la movilidad. Respiro lentamente, me reconozco, prosigo mi camino. El silencio retorna a la calle, y yo siento ese escalofrío certero que me indica que algo no funciona, que algo nunca funcionó.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Las ciudades, entre cubos de basura inverosímiles, son minúsculas

Vulcano Lover dijo...

Las pasiones son mayúsculas, cuando se viven entre portales. Ay de quien no las vivió.

Anónimo dijo...

Tipografía vital... Vivir exige romper la ortografía. La orografía. La hidrografía.
Río, mar, isla

Vulcano Lover dijo...

Oceanos en los que dejarse arrastrar por los gigantes hídricos, olas mayúsculas que te portan a su merced, que te cobijan siempre en islas de exuberancia insospechada, pero que siempre se esconden más allá de esa prueba de voluntad que son los portales.

Martini dijo...

verdaderamente es fácil ambientarse

Muchas gracias por visitar mi blog...

Un abrazo, con tu permiso

Vulcano Lover dijo...

Permiso concedido.
De nada, me alegro que te haya gustado.
Otro abrazo.