W.A. Mozart. Quinteto de cuerdas en Sol menor, Kv 516
Para todos lo que por aquí se pasean, no quería dejar de pasar hoy la oportunidad de recordaros que El País, en su edición de hoy, permite comprar el volumen 12 de su edición Mozart, dedicado a sus quintetos de cuerdas. Entre ellos, el número 3 en sol menor.
No voy a enumerar la cualidades de un músico al que me he dedicado a adorar en múltiples escritos y comentarios por estas páginas. Simplemente quiero expresar que no estamos ante una obra cualquiera. Estamos ante una de las más demoledoras, arrebatadoras e intensas declaraciones de la existencia humana, en la infinita soledad del hombre ante la nada. Mozart exploró innumerables aspectos del ser humano, siempre con precisión quirúrgica, con intensidad inusitada para la época. En este caso, nos abre una ventana al interior reflexivo de la contemplación de la existencia, como acto finito y declaración truncada de deseos. Por supuesto, la maestría del autor nos hunde en la angustia de la existencia, en ese afilado borde que nos recuerda que el abismo hacia la nada existe perpetuamente desde que nacemos, y que enfrentarnos a nosotros mismos como seres en absoluta soledad es un acto de profundo desgarro interior. Esta mirada, esta ventana abierta al interior, es afilada y certera. No podemos sino dejarnos caer en esa melancolía inicial del quinteto, que nos va sumiendo poco a poco en una profundidad espesa y sombría, con cimas de dolor que se van desplegando con sutilidad y belleza aplastantes. El minueto nos deja un leve respiro, no exento de elegancia contenida, que nos introduce en el primer adagio. Con él, nos deslizamos por una música de silencios imaginarios, que con una sencillez que nos aplasta, nos va preparando para el terrible zarpazo de la soledad que nos ataca de improviso. Vendría Beethoven en el futuro a recordarnos que las cimas del género de cuerda estaban aún por escribir. Es posible. Pero la inspiración inigualable de Mozart nos deja en este adagio esa insuperable sencillez con la que esa (literalmente) garra de las violas, con sólo tres notas, nos hiere a muerte, tatuándonos a fuego ese estupor intenso de la existencia, de la más absoluta soledad frente a un Universo inexplicable que nos paraliza en la desolación. Después de haber oído esos compases, ya nada es igual, a pesar de que Wolfgang, con su sutileza, nos intente levantar, para de nuevo herirnos, con certero golpe. Para terminar, tuvo la tremenda osadía de (en un siglo de las luces, de la ilustración) encadenar otro adagio a continuación. No sé si os lo podéis imaginar, pero para la época es un absoluto desafío a lo establecido. Si el adagio anterior nos hería de muerte ante la contemplación cruda de la soledad de la existencia, el siguiente adagio nos hunde en un mar de absoluta belleza, provocadoramente triste y decadente, conmovedor, oscuro, grave, de melancolía infinita y jamás igualada: absolutamente escalofriante. Que nos abandona al placer de un orgasmo musical, y enlaza (es Mozart, ¡¡¡¡cómo sino!!) con un allegro exultante, que nos devuelve triunfantes y arrolladoramente frenéticos a un gozo de vivir, a una celebración de la existencia, de la vida, de las pasiones, si cabe, más rotundamente delirante, después de las simas de las que salimos...
Desde mi primera audición de esta obra, se quedó grabada dentro de mí, con profunda convicción de ser una de las obras de arte más arrebatadoras, sinceras, y bellas de la historia de la humanidad. No quiero exagerar, pero de verdad que la obra está más allá de nuestra capacidad de asimilación, siendo, sin embargo, el más claro espejo del abismo inexplicable de la existencia. Para mí, el verdadero testamento musical del salzburgués. Ya sé que están las Óperas, y el Réquiem. Pero aquí no hablamos de grandes orquestas, voces, un libreto y una serie de posibilidades dramáticas, contamos con 5 instrumentos y su capacidad cromática y expresiva, una desnudez con la que Mozart es capaz de llevarnos al límite. Os animo a compartirlo conmigo. Escuchadlo, y respirad hondo, el misterio de la vida está ahí, explicado.
Para todos lo que por aquí se pasean, no quería dejar de pasar hoy la oportunidad de recordaros que El País, en su edición de hoy, permite comprar el volumen 12 de su edición Mozart, dedicado a sus quintetos de cuerdas. Entre ellos, el número 3 en sol menor.
No voy a enumerar la cualidades de un músico al que me he dedicado a adorar en múltiples escritos y comentarios por estas páginas. Simplemente quiero expresar que no estamos ante una obra cualquiera. Estamos ante una de las más demoledoras, arrebatadoras e intensas declaraciones de la existencia humana, en la infinita soledad del hombre ante la nada. Mozart exploró innumerables aspectos del ser humano, siempre con precisión quirúrgica, con intensidad inusitada para la época. En este caso, nos abre una ventana al interior reflexivo de la contemplación de la existencia, como acto finito y declaración truncada de deseos. Por supuesto, la maestría del autor nos hunde en la angustia de la existencia, en ese afilado borde que nos recuerda que el abismo hacia la nada existe perpetuamente desde que nacemos, y que enfrentarnos a nosotros mismos como seres en absoluta soledad es un acto de profundo desgarro interior. Esta mirada, esta ventana abierta al interior, es afilada y certera. No podemos sino dejarnos caer en esa melancolía inicial del quinteto, que nos va sumiendo poco a poco en una profundidad espesa y sombría, con cimas de dolor que se van desplegando con sutilidad y belleza aplastantes. El minueto nos deja un leve respiro, no exento de elegancia contenida, que nos introduce en el primer adagio. Con él, nos deslizamos por una música de silencios imaginarios, que con una sencillez que nos aplasta, nos va preparando para el terrible zarpazo de la soledad que nos ataca de improviso. Vendría Beethoven en el futuro a recordarnos que las cimas del género de cuerda estaban aún por escribir. Es posible. Pero la inspiración inigualable de Mozart nos deja en este adagio esa insuperable sencillez con la que esa (literalmente) garra de las violas, con sólo tres notas, nos hiere a muerte, tatuándonos a fuego ese estupor intenso de la existencia, de la más absoluta soledad frente a un Universo inexplicable que nos paraliza en la desolación. Después de haber oído esos compases, ya nada es igual, a pesar de que Wolfgang, con su sutileza, nos intente levantar, para de nuevo herirnos, con certero golpe. Para terminar, tuvo la tremenda osadía de (en un siglo de las luces, de la ilustración) encadenar otro adagio a continuación. No sé si os lo podéis imaginar, pero para la época es un absoluto desafío a lo establecido. Si el adagio anterior nos hería de muerte ante la contemplación cruda de la soledad de la existencia, el siguiente adagio nos hunde en un mar de absoluta belleza, provocadoramente triste y decadente, conmovedor, oscuro, grave, de melancolía infinita y jamás igualada: absolutamente escalofriante. Que nos abandona al placer de un orgasmo musical, y enlaza (es Mozart, ¡¡¡¡cómo sino!!) con un allegro exultante, que nos devuelve triunfantes y arrolladoramente frenéticos a un gozo de vivir, a una celebración de la existencia, de la vida, de las pasiones, si cabe, más rotundamente delirante, después de las simas de las que salimos...
Desde mi primera audición de esta obra, se quedó grabada dentro de mí, con profunda convicción de ser una de las obras de arte más arrebatadoras, sinceras, y bellas de la historia de la humanidad. No quiero exagerar, pero de verdad que la obra está más allá de nuestra capacidad de asimilación, siendo, sin embargo, el más claro espejo del abismo inexplicable de la existencia. Para mí, el verdadero testamento musical del salzburgués. Ya sé que están las Óperas, y el Réquiem. Pero aquí no hablamos de grandes orquestas, voces, un libreto y una serie de posibilidades dramáticas, contamos con 5 instrumentos y su capacidad cromática y expresiva, una desnudez con la que Mozart es capaz de llevarnos al límite. Os animo a compartirlo conmigo. Escuchadlo, y respirad hondo, el misterio de la vida está ahí, explicado.
5 comentarios:
Va a ser que me compro hoy El Pais. No me entusiasma afiebrarme con "la cultura", pero creoque merece la pena hoy...
Bonita foto, te aporta una imágen bocólica, dear.
Gracias a los dos, por vuestros comentarios. Con el CD ya en las manos, la versión elegida por el País no me termina de convencer del todo, en su excesiva lentitud, que desvirtúa quizás un poco el mensaje exsistencialista de Mozart y lo centra demasiado en la expresividad plástica y menos en el contenido profundo (mi versión con el cuarteto Amadeus es más desgarradora en ese sentido) pero creo que finalmente mis notas os pueden servir un poco de guía. Eso espero, que al menos distingáis ese zarpazo de la soledad del primer adagio, insuperable.
La foto es de estas Navidades, León, y en mi mirada oculta se refleja algo (creo) del abismo que me rodeaba esos días, al mirar yo al físico de la laguna...
Espero que lo disfrutéis.
Neverland: cuando conocí a Mozart, creo que lo tuve muchos años en un lugar poco valorado de mi vida, y ahora me siento en deuda. Porque, además de su genialidad, como bien dices, fue un auténtico revolucionario. A veces imagino cómo debía sentirse una persona de la época al escuchar algo así, como ésto, o con la carga dramática (casi beethoveniana) del último movimiento del concierto 20 de piano... Si nosotros, en el siglo XXI sentimos un asombro tan brutal, qué no debía ser para alguien del XVIII... La defensa de la igualdad de clases, tan patente en obras como el Cosí, quedaba muy realzado en la puesta en escena que hizo Flotats para el Real, ese que creo que nos gustó tanto a ambos. Tengo algo escrito a propósito de aquella representación me gustaría (también) hacértelo llegar, por compartirlo.
Besos
Neverland, tomo nota.
No me hables del Cosí del piccolo teatro di milano... Una de las frustraciones de estos últimos años el que se me pasara acudir... COn esa histórica escenografía, la última que hizo, ¿no?
No tengo correo ad hoc para eso, te escribiré desde el del trabajo, que también lo consulto en casa.
De Laclos, no suelo hacer juicios sobre nadie sin conocerlo. Sólo simpatías o indiferencia. Lo que mi caprichosa debilidad me dicte. Y tú ya estás en uno de los dos conjuntos desde hace mucho.
¡Ah!, y la música clásica no es un "necesario" para que yo quiera a nadie, para tu información.
El abrazo estrecho es la forma de cariño humano que más me gusta y la reservo sólo para personas especiales. Sé que sabrás ganártelo.
No te equivoques, Valmont, no soy tierno, la foto salió así, pero en realidad ahí se esconde un "très gros méchant".
ya lo sé, pero mi comentario sí.
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